Los periódicos seguían despotricando de él, pero lo bueno, es que, en momentos terribles y negros, nacían las mejores estrategias. Gracias a que no dejaban de hablar de él, volcaban toda la atención sobre sus empresas y movimientos. Algunos especulaban que dejó a su exesposa porque fue seducido por una amante más joven y saludable. Otros eran más atrevidos y decían que como ella tenía cáncer terminal, no le servía como mujer para calmar sus deseos carnales.
La gente estaba enloquecida.
Hablaban del cáncer de su exmujer como una verdadera tragedia, lo era, sin embargo, sus teorías estaban lejos de la realidad. Ya se acercaba la hora del almuerzo nuevamente y tan solo recordar lo que protagonizó su secretaria ayer, le sacaba canas y lo hacía hervir en coraje.
Observó a la mocosa, estaba totalmente despierta desde la mañana, no se durmió en ningún momento y tampoco se ha estampado contra el piso. Quizás después de hacer el ridículo comprendió lo tonta que estaba siendo. Era bastante considerado, a decir verdad.
—Lukyan. ¿Conseguiste lo que te pedí? —atendió la llamada, la cual lo hizo abandonar sus pensamientos. Estaba esperando que su viejo amigo lo llamara y que por fin le dijera, que tenía en sus manos lo que hace un mes, se convirtió en un deseo inesperado.
El médico del otro lado soltó un bufido, no muy convencido.
—Lo conseguí, Akim, pero…—buscó cambiar su opinión con algún sermón o regaño, pero no iba a conseguirlo así se arrodillara y le rogara que no lo hiciera.
—Aquí no importa lo que pienses, Lukyan. —aseveró cruelmente. Podía ser su amigo, sin embargo, él debía conocer sus límites y que se metiera en su vida era uno de ellos. El doctor se amargó, estrujándose el rostro. —Envíame la lista ahora mismo. No quiero ni voy a seguir perdiendo mi tiempo en tus estúpidos regaños. —sus palabras sin piedad quemaron.
—Akim, si tan solo reaccionaras y…
—Ahórratelo. —escupió prepotente, tragándose el fastidio que le provocaba el doctor. Colgó la llamada y abrió su correo personal en el computador de su oficina. Esperó unos minutos bastante impaciente, mandaría al demonio el hospital de Lukyan si no cumplía y cuando ya iba a llamar a su abogado, un correo ingresó a su bandeja de entrada.
Sus ojos brillaron cumpliendo su cometido.
La lista consistía en la información de cinco muchachas con edades desde los veinticinco hasta los veintinueve años. Se suponía que esa era la edad adecuada para gestar a un bebé con la menor cantidad de riesgo, se informó antes de llevar a cabo tan descabellada idea.
Un hijo cambiaría totalmente su vida.
Todas eran las hijas menores de familias importantes, buscaba una mujer que no hubiera estado ni estuviera en el ojo público debido a algún escándalo, ya que no cualquiera iba a gestar a su bebé.
La mujer debía ser de carácter dócil para que no se rebelara con lo que le propondría y tenía que ser discreta, aunque igual iba a hacer que firmara un contrato de confidencialidad para evitarse líos y si abría la boca, la demandaría con una cifra millonaria.
El magnate busca esposa, no solo una madre que gestara a su bebé, sino una pantalla.
Se pasó un buen rato ahí metido, poniéndose a escoger con cuidado hasta que su paz se vio alterada por un desastre con piernas y cuerpo de mujer. La muchachita tocó con sumo cuidado para no hacer tanto ruido e ingresó con dos bolsas de comida, que él mismo ordenó y se olvidó recoger. No confiaba en que Annika trajera su almuerzo completo.
Tenía tendencia a ser la esposa del piso.
—L-le traj-je lo que dejaron en recepción, señor. —tartamudeó torpemente y luego habló rápidamente, a sabiendas, que su jefe detestaba oírla trabarse con las palabras. Por alguna razón se sorprendió, el ruso siguió sentado, sin dirigirle la mirada ni la regañó por atreverse a traer con vida su comida.
—Déjalo en la mesa, Annika y retírate. —ordenó concentrándose en lo que sus ojos veían y su mente proyectaba dentro de su cerebro. Su secretaria asintió y puso las bolsas donde se las ordenó, rogándole a su cuerpo que no se tropezara y terminara de bruces en el suelo.
Recordó que el primer día se hizo sangrar la nariz debido a que por despistada se golpeó contra la pared de los servicios higiénicos para mujeres. Tentando a su suerte, se colocó delante del escritorio de su jefe. Quizás estaba de buen humor y accedería a su petición.
Sin su casa, no tenía donde dormir. No podía quedarse en el hospital todos los días, de lo contrario su abuela sospecharía y se llenaría de preocupación si se enteraba que no tenía para pagar la hipoteca, ni el tratamiento que cobraban cada dieciocho del mes.
—Señor, y-yo…quisiera hablar con usted.
—En otro momento, Annika. —la mocosa debía agradecer que estaba calmado y eligiendo a su futura esposa porque de lo contrario, hace rato le hubiera gritado que desapareciera de su vista.
Volvió a desafiar su suerte.
—Y-yo…—carraspeó para tomar valor. —Es importante, señor.
—Háblalo con recursos humanos. —evocó toda la paciencia del mundo, empezándose a fastidiar. Quiso deshacerse de la molestia llamada Annika Ivanova, una muchachita jodidamente molestosa.
Que haya trabajado bien un día, como le correspondía desde el principio, no le aseguraba que la tratara bien con todo lo que ha hecho mal desde un inicio.
—Es que, verá…—trató de explicarse, moviendo sus manos porque estaba poniéndose nerviosa y se sobresaltó bajando la mirada cuando Akim la miró directamente a los ojos, regalándole una advertencia de que se fuera.
—Si no te vas ahora mismo, enloqueceré y te despediré. —su voz se distorsionó. No era esa clase de persona, que tenía la virtud de la paciencia. Se sentía como en un kínder teniendo a Annika caminando de aquí para allá.
Los hombros de la muchacha se tensaron.
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Editado: 09.05.2022