14 de marzo, 2024.
Sentía que tanta responsabilidad por parte de su secretaria iba a traer consigo más tragedia. Esa mocosa estaba llegando temprano estos últimos dos días y parecía que consumía bastante cafeína para mantenerse despierta. ¿Qué demonios pretendía? Empezaba a asustarse con su conducta.
Aquella mañana en particular separó su agenda para desayunar con una de sus candidatas, ninguna lo convencía y dudaba de continuar esta locura, pero no se iba a echar para atrás. Le pidió a Annika que se mantuviera a unas cuantas mesas dentro del restaurante y vaya, que la mocosa se lo tomó enserio cuando le dijo: pide todo lo que quieras, yo pagaré.
Desde donde él estaba, veía a los meseros dejar plato tras plato en su mesa mientras la mocosa se devoraba todo lo que pedía, olvidándose del verdadero pudor y la humildad. Claro, se le presentó la oportunidad de comer y piensa arrasar con el sitio, dejándolos sin comida para servir.
—¿Sabe que las últimas prendas de la marca Donatto llegarán dentro de poco? Todas las señoritas de sociedad estamos esperando para ir a las boutiques. Esa marca italiana tiene todo mi dinero en sus bolsillos. —certificó su gusto por la moda, respondiéndole otra cosa a Akim, quien le preguntó acerca de sus estudios, pero la muchachita de la familia Sokolov, únicamente tenía sus ojos puestos en prendas femeninas.
Viéndola cantar como gallo e hincando un diente, se masajeó el entrecejo, fastidiándole que la mujer, que creía inteligente y bonita, simplemente era una muchacha interesada en la moda. Hubiera sido interesante, que supiera manejar una boutique o al menos tuviera el deseo de abrir una, sin embargo, era de esas, que solo le gustaba gastar el dinero de sus padres. ¿El problema? No sabía cómo quitársela de encima, hace rato llevaba intentando detenerla y pedirle verse en otra ocasión, cuando claramente no había otra vez.
—¿Y tiene pasatiempos? ¿Le gusta leer? ¿Tejer o algo? —preguntó cansino, dándose cuenta, que, aunque la soportara, habría un punto de su vida, que no la aguantaría si se casaba con ella. Quería el vientre de una mujer para su hijo, por más psicópata que suene.
La mujer de cabellos pelirrojos lo pensó.
—Leo revistas de ropa. —contestó, aplaudiéndose por recordar lo que hacía cuando iba a los salones para arreglarse el cabello y las uñas. —Hoy en día, hay muchos tipos de maquillajes de marcas no tan reconocidas, pero las recomiendo porque me dejan el rostro muy suave y limpio. ¿No lo cree, Akim? ¿Verdad que soy muy bonita? —se estiró los cachetes, inclinándose para que le diera la razón. El hombre maduro puso una cara de agotamiento.
—Debería preguntarle a sus padres. —contestó secamente. Toleraba a Annika y no se creía capaz de aguantar nueve meses con una mujer como la que tenía en frente suyo, quien se cruzó de brazos y volvió a hablar sin detenerse.
Demonios, qué voz para más irritante, pensó poniendo una mueca de desagrado en su boca. Dirigió su mirada a su secretaria, quien tenía el rostro metido entre platos. Pedirle ayuda a un desastre andante, lo sacaría bien librado. Sin tener respeto por la joven que hablaba, prendió su celular y le mandó un mensaje a Annika. Aunque la hija de la familia Sokolov ni siquiera se inmutó, estaba más concentrada en hablar y dar su opinión sobre las tendencias.
“Quítamela de encima” Casi se atora cuando leyó el mensaje. Enfocó sus ojos en su jefe, quien seguía fingiendo empatía con la joven. Annika pensó rápidamente. ¿Qué podía hacer? Todo lo que hacía, provocaba el enojo del señor Akim. Por obra y gracia de quien sea, apareció un mesero con otra orden.
—Su plato, señorita. —estuvo a punto de dejar la comida sobre la mesa cuando la pequeña rusita le arrebató la bandeja con todo lo de encima. —¿Qué está haciendo? ¡Señorita!
—¡Me toca ayudar a mi jefe! —exclamó nerviosa, acomodándose la blusa blanca y la falda negra, muy similar al uniforme de las meseras del lugar. El mesero se quedó en blanco mientras la joven hacía lo mejor que sabía. “Ser un desastre”
Cambió su caminar, poniéndose seria mientras se acercaba a la mesa, donde se encontraba su jefe y la mujer. Dibujó una pequeña sonrisa, deteniéndose en frente de ambos. Akim la miró con cara de ¿qué diablos se proponía? Le dijo que se la quitara de encima no que trabajara para el restaurante.
—Nosotros no hemos pe…—dijo la joven millonaria.
—¿Enserio? ¡Lo siento! Pensé que esta era la mesa. —confesó su secretaria, girándose para retirarse y volver a dejarlos solos. ¿Esta era su idea? Pensó Akim sin imaginar, que Annika se resbalaría y le tiraría toda la comida encima a la joven. El magnate reaccionó de golpe viendo a su candidata escandalizarse y lloriquear.
—¡Mesera inservible! ¡Ayyyy! ¡Akim! ¡Mira cómo me han dejado! ¡Mi hermoso vestido! —sollozó entre manotazos por quitarse los fideos y pedazos de lechuga del cuerpo. Akim buscó a la culpable y la encontró gateando por el suelo con la cabeza cabizbaja. —Ayyy. ¡Nooo! ¡Arruinó mi outfit! —enloqueció pataleando.
El empresario petrolero le jodió que la mujer empezara a llamar la atención, los meseros empezaron a acercarse y no tuvo más opción que abandonar la escena. Dejó una generosa cantidad de dinero en la mesa y se giró ignorando los gritos de la mujer.
—Vamos, Annika. —se agachó rápidamente mientras caminaba hacia la salida y levantó del brazo a su secretaria del suelo, arrastrándola como si se tratara de un palito mondadientes, que se puede llevar a la boca. La joven cerró los ojos encomendando su alma y espíritu mientras era llevada por el mismo demonio al auto de regreso.
Agradeció haber olvidado su bolso en el vehículo y entrar sin ello al restaurante. Había algo de lo que se arrepintió. ¿Le dolía? Sí. Le dolía bastante en el corazón haber desperdiciado tan deliciosa comida, que nunca cubriría con su sueldo.
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Editado: 09.05.2022