Mi nombre es Alberto López y he recogido algunas experiencias de quienes han estado en presencia de la muerte, o mejor dicho, qué hay más allá de ella. Son muchos años de trabajo buscando la verdad y me complace decir que tengo un indicio. Siempre tuve una sensibilidad especial para estos temas, aunque el interés lo sembró en mí un misterioso viejito con el que tuve un encuentro casual, hace 21 años. Lo recuerdo como si fuera ayer: eran las últimas horas del 31 de octubre. Los callejones salitrosos estaban vacíos, casi a oscuras. Yo rodaba en mi bicicleta, venía de entregar las gordas (el lonche pues) de mi abuelo y tíos que se quedaron a velar el tabacal, pues tenían que llenar de faldas de tabaco todo un torton y...
¡PUM! Choqué con alguien. Tenía barba blanca y estaba un poco desaliñado.
—Anda perdido, amigo —dije.
—Eso depende de dónde nos dirijamos, “amigo”. No te preocupes, antes o después todos vamos al mismo sitio —contestó amablemente, el señor.
—¿Qué dice? ¿Está usted bien? ¿Cual es ese sitio?
Me sonreía, pero le veía ansioso, parecía querer decirme algo, y que tenía poco tiempo.
—Los cristianos lo llaman el cielo, los musulmanes; yanna y los vikingos; el Valhalla. Pero tú eres un niño, Adrián. Los niños no saben de planos astrales.
—No entiendo nada de lo dice —le contesté, nervioso.
—Investiga, Adrián. La verdad está ahí fuera: el cosmos es enorme pero, en ciertas condiciones, ellos pueden actuar aquí, en nuestro mundo
—¿Cómo es que sabe mi nombre?
—Tú me lo dijiste —lo dijo examinando las ruedas de la bicicleta, colándose frente a mí.
De pronto, la temperatura bajó bruscamente y una nube se postró frente a la luna; se hizo la oscuridad total. Fueron pocos segundos, pero cuando la nube dejó de cubrir la luna, el señor había desaparecido.
¿Qué quiso decir? ¿Porque sabía mi nombre?
Asustado, le dí fuertes pedaleadas a la bicicleta. Cosa extraña, que los perros que siempre salían a corretearme de la única casita, rancho la pizarra, que estaba antes de llegar al pueblo ni siquiera ladraron. Al día siguiente, pregunté por el señor en el pueblo. Nadie sabía de quién hablaba. ¿Había visto un fantasma? Jamás lo volví a ver, pero ese encuentro me cambió: sus palabras me obsesionaron, y desde entonces me dedico a investigar si existe el más allá.
El segundo indicio llegó 2 semanas después. Tratando de ligar con una compañera del salón, le envié una carta y, al momento de rubricar, puse un dibujo un tanto extraño. Al investigarlo, supe que simbolizaba en el tarot la carta de la muerte. Pero ¿qué es ese pequeño cuerpo celeste?
Continúe indagando… El símbolo, conocido como litza (en náhuatl significa 'estela de la vida'), aparece en multitud de escritos, pinturas y estatuas de prácticamente todas las culturas conocidas: árabes, cristianas, paganas, celtas… Siempre relacionadas con representaciones del más allá. Me costó encontrarlo, pero descubrí que la primera aparición de la que se tiene constancia está en el templo Texistepec, en la ciudad de Ucayali, considerada una ciudad sagrada de la cultura Azteca. Texistepec, templo que es también conocido como 'la puerta de los muertos'. Estudiaba, lo leía todo. Comprendí que aquel señor no hablaba en sentido figurado ni metafórico, hablaba de un lugar real, donde vamos al morir. Pasaron los años, me hice mayor y fuí descubriendo dos datos cada vez más inquietantes.
Se pierden 21 gramos al expirar. Hay una región del hipotálamo que tarda 3.4 segundos en desconectarse tras la muerte cerebral. Parece quedarse transmitiendo… ¿Y si… ¿Y si, tras morir, cada persona, su alma, es enviada codificada a algún lugar? ¿y si desde ese sitio supieran interactuar con la tierra?
Hoy sabemos que con el entrelazamiento cuántico, las partículas pueden estar 'conectadas', sin importar lo lejos que estén. ¡estaba cerca! pero quedaban preguntas, me faltaba conectar una última pieza. Una pieza que apareció, por casualidad, hace unos meses en la pantalla de mi computadora. El símbolo que aparecía en la carta del tarot, en la carta que nunca envía, en los tratados medievales, en las pinturas sagradas, en el templo de Texistepec. ¿Sabes en qué momento del año se encuentran alineados tierra y sol? ¡Efectivamente! El 1 de noviembre.
El día que todas las civilizaciones asocian al más allá. El día de los muertos en México, el día de Halloween, el día de Todos los Santos, el día en que parece abrirse una puerta, el día que vi a aquel señor. Pero hay más: ¿Sabes en dónde esa alineación es perfecta? Evidente! En Ucayali, México.. en el templo de Texistepec, la 'puerta de los muertos', el origen del símbolo. ¡Estaba cerca! Quería estar allí el próximo 1 de Noviembre.
Pensaba que encontraría la verdad y la encontré; el señor tenía razón. Por eso 'ellos' se dejan ver más ese día, por eso las apariciones, por eso consiguen actuar aquí, por eso… Nunca llegué a Ucayali. Allí terminó mi camino, más bien, mi etapa en esta tierra. Y también acabó mi búsqueda. Finalmente, tuve la respuesta que busqué toda mi vida. Aunque nada de eso me importa ahora. Solo me he manifestado para intentar que me lean 'ellos', que me lea ella, porque tengo un mensaje para los míos. Los veo, los escucho, los quiero mucho, yo también los extraño.
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Editado: 01.11.2022