De costumbre corría un viento recio, empero el burrito volaba muy bien, esquivando todos los obstáculos. Ahora, él podía llevar los niños a la escuela sin mayor dificultad.
—¡Llévanos a la escuela, mi burrito volador! —exclamaba Russell, disfrutando del viaje por las alturas y deseando tocar el firmamento.
Los niños crecían en gracia y sabiduría, aprendiendo las cosas maravillosas de la vida. A donde quiera que Angelus tocase, todo reverdecía. No importaba cuánta neblina o lluvia hubiese, con el burrito bendito a su lado siempre parecía existir un radiante verano. Ellos gustaban contemplar a su amigo por las noches desde su acogedora ventana. Angelus amaba salir a volar muy cerca de la eterna luna y dar cien vueltas, jugueteando, sonriendo e intentando saludarla. Angelus verdaderamente amaba la luna, pues le recordaba la bella luz del paraíso celestial.
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Editado: 11.01.2024