No sabía si mi temor por momentos era que mi esposa o mis hijos descubrieran el viejo celular que momentos antes habían dejado en ese sobre de papel madera, o que mi mujer esbozara una hipotética infidelidad. Me inquietaba saber que alguien había estado observando mis movimientos horas antes en el cementerio municipal del pueblo. ¿Pero que sabía de lo que fui a hacer? Intuía una maniobra de chantaje, no había la menor duda. Después de unos minutos, sonó el teléfono misterioso.
-¿Hola, como le va Batiste? Espero que no le haya incomodado que le dejara el móvil en la puerta de su casa. Quería charlar de algunas cositas que sabemos. No me interesa denunciarle a la policía. Mi avería en menesteres de darme cuenta de que cosos como usted que entran a un cementerio con cara de susto, no vienen a hacer buenas cosas. Y la verdad es que no me ha fallado mi intuición. Tengo fotos de usted en el cementerio haciendo sus travesuras…¡Jejejee! Y obvio que usted no querría que nadie ni las autoridades se enteren.-
-Sea concreto, ¿Que quiere? -Lo interrumpí con energía.
-No sea apurado, que seguro vamos a ser buenos conocidos, quien se iba a imaginar que usted…-
-Imaginarse ¿Qué?...
- No se haga el cocorito que no le conviene Batiste, robarse huesos del cementerio para saber que brujería quiere hacer es cosa seria…además un tipo conocido como usted que escándalo se armaría en el pueblo... y hasta iría preso, - me dijo casi sonriendo.
Hubo un mudo silencio de parte de los dos. Ignoraba el verdadero motivo por el que había concurrido a la necrópolis. Estaba intentando sacarme tras una vieja maniobra de malandras, un supuesto, algo de realidad. La mejor estrategia que tenía en ese momento, era seguirle la corriente e indagar con su mismo método, y así enterarme hasta donde sabía de mi permanencia horas antes en el cementerio.
-Tengo varias fotos suyas sacando del osario los huesos y sabe que esas fotos valen …y va a cumplir para que no las divulgue ¿Estamos de acuerdo o no?-
La mejor estrategia posible era hacerle creer que me tenía en sus garras. Le seguiría el juego y ni se imaginaba lo que estaba dispuesto a hacer porque no se descubriera la verdad. Me refería a mi verdad, no a su mentira que él creía haberme arrancado con la pericia de un auténtico cachivache.
-Si, por favor, voy a hacer lo que vos digas, pero te pido que me llames cuando no esté en mi casa, para que no se entere mi familia. Si vos me conocés bien, sabés mis horarios y donde trabajo, ¿Verdad?- Le dije, para ponerlo a prueba si realmente me conocía. Podría deducir así que primero no fuese una broma de algún compañero de mi trabajo, o una verdadera amenaza con el fin de esquilmarme.
- Ya lo voy a llamar,- me dijo a secas y cortó.
Esa respuesta me reveló en principio que no conocía a que me dedicaba ni cuales eran mis horarios. Mi mujer con mis dos hijos no tardarían en arribar de Saladillo. Era un domingo de mayo con un sol tibio que invitaba a dormir una pequeña siesta vespertina y que anhelaba que oculte de una vez por todas la cruda realidad que me había tocado vivir desde el sábado a la tarde. La mía, esa que jamás revelaría que no fui a robarme restos humanos del osario, todo lo contrario.
A pocos minutos que arribara mi familia me dispuse a pergeñar un pretexto válido del porque había quemado algo ropa, plásticos y lo que utilicé para lograr mi cometido. Lo primero que opté por se viable, era simular que había volcado pintura en el garaje por accidente, había manchado mi ropa y por eso me deshice de varias cosas.
El arribo de mi familia alivió un poco mi mente. Hice un esfuerzo enorme para que en mi rostro no hubiese ni una mueca de preocupación, nadie de mi entorno debía enterarse ni lo mas mínimo.
El lunes amaneció despejado, el sol auguraba un buen día. Era temprano. Nadie de mi familia se había aún despertado. Me vestí para ir al trabajo, iría pie. No desayuné me puse mi ropa de trabajo. La vi a mi vieja compañera de andanzas, mi mochila, ella con la que compartimos nuestro secreto, la única testigo de lo que en verdad pasó. No hice mucho ruido para que no se despertasen. Ya en la vereda hice varios pasos hacia la esquina. Sentí mucho calor en el cuerpo. Sudaba. El día soleado se había transformado en oscuridad. Se me aflojaron las piernas, antes de caerme, me sostuve de una pared y me fuí deslizando de forma lenta al suelo. Y a partir de ese momento cayó sobre mi un telón negro.