Mientras el Rey Sebastián finalizaba una agobiante y arábiga disputa; en otro rincón del palacio, donde guardaban lugar los aposentos reales, en una habitación de ideal forma y tamaño, y, con un manifiesto de simpleza y finura, la princesa Emilia se encontraba posada en un cómodo asiento, junto a una grácil ventana adornada por las apolíneas siluetas propias de un vitral. Sumergida en la ambrosia que incitaba el leer un libro de gustosa preferencia, su interés fue capturado por el tenue estrépito que anunciaba la apertura de la puerta. Con una mirada de evidente jubilo e impaciencia, el príncipe Benjamín, afloraba su rostro fijo en los adentros de la habitación de Emilia, para después, con intrepidez, inmiscuirse completamente en esta.
-Mi querida Lia, veo que, como todas las noches, disfrutas de la cautivadora lectura de un dadivoso libro-. Inquiere el príncipe, apoderándose del segundo asiento existente en la habitación y posicionándose a un costado de Emilia, con una mirada ostensible de admiración y veleidoso divertimiento.
-Mi querido Ben, veo que, como todas las noches, gozas de la manifiesta satisfacción que te produce el saciar tu curiosidad, inclinada completamente al descubrimiento de mis actividades nocturnas-. Reprocha Emilia, posando su desafiante mirada en la del príncipe y colocando el arcaico libro, que gustosamente estaba leyendo, en la mesa de noche junto a ella.
-jajajaja, sería un terrible pecado para mí no gozar de tu breve, pero altamente gratificante compañía hermanita-. Dijo con patente escarnio el príncipe y sin reprimir los audibles estrépitos inherentes a su risa. –“El eterno amor de la doncella”, me parece, si mi memoria no desacierta, que este libro lo has leído infinidad de ocasiones-. Prosigue a comentar, tomando el libro del lugar donde fue previamente colocado y posando sus embellecidos ojos azules en la elemental cubierta del mismo. –¿Por qué no optamos por otras actividades, con un tanto más de, alborozo? -. Termina, en tono inquisitivo, desviando su mirar del libro y fijándolo de nuevo en él, ahora, confundido e indagador rostro de Emilia.
- ¿Puedo preguntar cuáles son tales “brillantes sugerencias”, que juras, llegan a devaluar la magnífica experiencia que produce el leer un excelente y sublime libro? -. Dice Emilia, en tono sugerente a desafío y cruzando sus brazos, como indicativo de la espera de una acertada e inteligente respuesta.
- ¡Por supuesto que si Lia! - Contesta con marcada rapidez el príncipe, procediendo a levantarse de su asiento y encaminándose en dirección a Emilia con la misma celeridad inicial-. -Me ofendería terriblemente si no lo hicieras-. Agrega con perceptible altivez, tomando a Emilia de la mano y conduciéndola al ventanal adverso compuesto por un amplio barandal extrínseco. La vista que este proveía, abarcaba a la perfección los hermosos y delicados jardines del palacio, ornamentados por el esclarecedor brillo del críptico cielo estrellado y, evidenciando en su total esplendor, la variada y única flora del reino de Kass.
Emilia permaneció estática en el límite de la barandilla, fijando su mirada, variante de asombro y embelesa, hacia aquellos cegadoramente hermosos jardines.
-Son bellísimos- Dijo finalmente, con voz frágil y pausada, prosiguiendo a recargarse por completo en el barandal y posicionando sus manos como sostén de su rostro. –Algunas veces olvido cual magnifico y embriagador es el exterior-. Culmina, con manifiesta tristeza en sus encantadores ojos azules.
-Así es, el exterior es magnífico- Dice el príncipe, en tono afirmativo y sosegado, para después de un significante momento proseguir cautelosamente, -Pero esa magnificencia y radiante belleza, oculta en su infinita profundidad un mar de peligros, sufrimiento y penurias solo comparables a la más agraviante y suplicia experiencia-. Termina, mirando a Emilia directamente a los ojos y con una expresión reverberante de intranquilidad.
Emilia solo se limitó a corresponder su mirada con la misma inquietud por un leve momento, para después preguntar con prudencia - ¿En tan mala condición están los conflictos con el Reino de Moniac? -.
Después de un breve momento de meditada reflexión, el príncipe finalmente prosigue a contestar, -Sí, soy consciente que estas disidencias entre nuestro reino y el reino de Moniac han existido desde tiempos inmemoriales, sin embargo, recientemente se han convertido en disputas de mayor gravedad y relevancia-. Asevera, aún con su mirada fija en la de ella.