Juanchi miró de nuevo su uniforme. Tuvo que cambiar todo el uniforme comprar una remera tipo chomba, que todos los colegios repetían modelo, pero cambiaban de color y escudo dependiendo del tipo, y pantalones de vestir azul oscuro. Agustín entró a la habitación, que se sentía grande al verlo solo y sin sus primos, para sentarse a su lado en la cama que pertenecía a Fanny, la hija de Milena.
—Es un buen colegio. Un lindo lugar... Algo alejado... pero buen ambiente —le comentó.
—Sí, ya me has dicho —contestó Juanchi por lo bajo.
—El rector te recibió y con todo lo que adornaba tu ficha.
—Prometo portarme bien —dijo, cruzando los dedos y sin mucho ánimo.
—Okay —respondió Agustín aunque sabía que su hijo siempre le salía con alguna ocurrencia.
Juanchi tomó aire. Llevaba bastante tiempo queriendo ser sincero con su padre y, viendo la situación estresante de las últimas horas que le hizo dar un brote en la cara, sabía que no tendría otra oportunidad de tener esa cercanía con él para decirle lo que sentía.
—Viejo, quiero decirte algo.
—A ver.
—Creo que este es mi último año aquí en Merlo. Cuando termine el año y pase a primero del polimodal, quiero irme a vivir con mi mamá a Salta.
Agustín quedó pasmado. Reconocía que ser padre nunca estuvo en sus planes y la vida -más algunos descontroles propios de la juventud- le dio cuatro. Si bien se hizo cargo de cada uno de ellos, incluso adoptando a la media hermana de uno de los chicos como propia, era la primera vez que tenía la oportunidad de tener a un retoño suyo viviendo bajo el mismo techo y educarlo. Reconocía que el hecho de que Juanchi hubiera repetido un año era culpa suya, en parte, por no haber estado encima, y también se decía que ser padre -a su manera- era una de las mejores cosas que le sucedieron en la vida a pesar de estar en contra de su plan de "vida perfecta".
Entonces, en medio de ese aire melancólico, recordó otra vez aquél secreto: le aparecía un hijo y ahora lo abandonaba otro.
—¿Estás enojado? —preguntó Juanchi, preocupado.
—No, mijo, no —respondió de modo sereno—. Sé que nunca te has acostumbrado a tu anterior colegio y que en este barrio todos somos algo mayorcitos que no has tenido la oportunidad de juntarte con chicos de tu edad. Entiendo, entiendo.
—Extraño mucho a los mellizos —se sinceró Juanchi.
—Yo también los extraño mucho. Ellos ya crecieron y lo malo es que si quieres ir a la universidad o te vas a San Luis o te vas a Córdoba, lamentablemente.
El chico asintió y rodó entre sus manos su celular Motorola C155. Su padre le acarició el hombro.
—Ah, y lamento decirte que hay poca señal por allá, así que si te persigue un zorro o algún otro bicho de por ahí vas a tener que correr.
Ambos sonrieron ante la ocurrencia. Agustín, entre que digería la decisión de Juanchi de irse con su madre a Salta a fin de año y todo el drama detrás de sus vacaciones, le revolvió el cabello y se levantó.
Milena y Nacho también acompañarían al chico hasta su nuevo colegio. Por más explicaciones diera, hasta que ellos no lo vieran con sus propios ojos, eran solo palabras bonitas para calmarlos sobre el destino escolar del más chico de la familia.
Juanchi se miraba en el espejo del salón, poco convencido de su aspecto.
—Esto es al pedo —se dijo mientras se acomodaba la corbata.
—¿Qué cosa? —preguntó Nacho.
—Algo me dice que esto es demasiado. Digo, el primer día. Tal vez no me tengo que esmerar en prepararme —concluyó. Se despeinó el cabello y pasó a sentarse a la mesa.
—¿Cómo va esa alergia?
—Ahí, estoy mejor que anoche.
Juanchi había dicho una pequeña mentirita la noche anterior. El brote de la cara no era consecuencia del "estrés" sufrido por haber quedado sin colegio sino por haberse comido cinco tabletas de chocolate que tenía escondidas. Al igual que su tío Nacho, sufría de alguna que otra reacción en la piel cuando ingería chocolate en cantidades. Ninguno de la familia tenía aquello a excepción de ellos dos. El chico se rascaba sutilmente la cara, entre el cuello y la mejilla izquierda. A simple vista uno lo confundiría con un poco de acné. Más de cerca se veían unas pequeñas ronchas rojas que no pasaban de ser una reacción simple y que en unas horas desaparecería.
—¿No te parece extraño el cambio de rutina? Pasarás de ir por la mañana a ir por la tarde.
—Sí, podré dormir hasta tarde.
—Tampoco a abusar, ¿eh? La Milena te va a estar llamando para controlar que no te levantes a las once.
La señorita maestra llegó a las doce y media.. A la una de la tarde partieron todos los miembros de la familia en un auto.
Durante el viaje, Milena iba comentando que el colegio quedaba lejos, que temía por la seguridad de Juanchi durante el invierno porque los días eran más cortos y caía algo de nieve. Casi le dio un ataque cuando Agustín le dijo que pasaba una línea de colectivos pero que no entraba más allá del arco de entrada, que Juanchi tendría que caminar hasta allí para tomarlo. Nacho, viendo el lado lógico, dijo que si su sobrino hacía buenas migas tendría compañía para no ir solo hasta ese punto.
—¡Pero hay zorros! —exclamó Milena.
—Están por la sierra, no bajan hasta la villa —comentó Nacho y permaneció mudo, como recordando algo.
—¿Cómo sabes eso? —preguntó Juanchi.
—Están en la punta de la sierra, a la altura del Mirador del Sol. Yo los vi hace muchos años.
—¿Cuándo? —preguntó Agustín, quien iba manejando.
—Hace años, dije.
—¿Con quién? Porque con nosotros no fue —quiso saber Milena.
—Una vez que fui... con Tati.
Los hermanos enmudecieron de repente. Juanchi, sentado en el asiento trasero junto a su tía, sonrió picarón.
—¿Quién es Tati?
—Nadie —contestaron los tres hermanos.
A Juanchi le llamó la atención, sobretodo, porque después de mencionar ese nombre el auto se inundó de un aire de incomodidad y tensión máxima.
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Editado: 07.07.2024