A principios de abril los nuevos horarios ya formaban parte de la rutina. Juanchi iba dos veces a la semana por la mañana a educación física, siendo su tío Nacho quién lo llevaba antes de ir al trabajo las primeras veces. Almorzaba con su tía Mile y en determinados días estaban presente su padre y su tío. Iba caminando de la casa a la parada de colectivos que quedaba en una de las avenidas principales de Merlo, recorrido directo a Rincón del Este donde bajaba en la caseta de policías. Allí solía encontrarse con algunos chicos e iban juntos a pie hasta el colegio. Los primeros días fue un suplicio debido a que la zona iba de subida y a veces se quedaba sin aire, además de que llegaba transpirado.
Agustín estaba conforme, Juanchi estaba feliz, animado, muy diferente a los años a los que había concurrido al otro colegio. La familia parecía encontrar de nuevo el cauce cuando volvió aquello que lo atormentaba desde el verano: la aparición de otro hijo.
Para evitar sospechas solía decir en casa que se quedaba a hacer una hora extra en el hotel por tema de inventario e insumos cuando en realidad permanecía en su despacho, a salvo, chateando con él. Tenía mucha congoja al saber que era un jovencito de dieciocho años, que estaba estudiando una carrera y que era alguien con muchos valores. Este chico, Matías, le contaba que nunca había sentido la ausencia de un padre porque tenía un padrastro muy bueno, pero aun así quería conocer al "co-responsable" de su existencia. Agustín todavía no salía del asombro, aunque estaba ahí, chateando de todo un poco con él, conociéndolo, a veces con emoción y otras, con gran culpa por no haber estado presente desde su nacimiento.
Así como tenía momentos agradables con Matías también tenía momentos de desesperación: su hijo mayor Alain también se conectaba a la misma hora, lo amenazaba y le mandaba zumbido tras zumbido, provocando que la pantalla se volviera loca, cosa que podía llegar a confundirlo y mandar cualquier cosa al hijo equivocado.
En el trabajo de Nacho, en cambio, se vivía otra dinámica. Era un edificio pequeño en el que se albergaban varias oficinas. Él trabajaba como contador para un banco privado. Allí solían recibir alumnos practicantes en varias de sus áreas y, ese año, llegó a ellos una joven con muy buenas referencias. La rapidez de la chica de veinticuatro años al hacer las tareas asignadas por la universidad y buscar soluciones eficaces a situaciones que estaban a la altura de cualquier profesional en el ejercicio.
La joven morena era muy desenvuelta y daba una buena mano a él y sus colegas. Pronto se hizo querer y ellos pensaron que sería una buena idea incluirla en algunos planes fuera de la oficina, como quien darle una buena experiencia que a veces era escaso entre los alumnos universitarios y su primera "probada" del mundo laboral.
Milena, observadora con respecto a la conducta de los hombres de la casa, notaba con el paso de los días que Nacho hablaba cada vez más de aquella joven y ansiaba con saber más de ella. Su hermano solía tener relaciones amorosas que apenas iban de unos meses a un par de años. Ignacio era un hombre de cuarenta años, un soltero que nunca se había casado ni tenido hijos. Era delgado, de cabello negro algo ondulado y potentes ojos azules, siendo el único de sus hermanos que los había heredado de su padre. Siempre fue el más centrado de los tres y todo el mundo daba fe de que el buen Nachito era un hombre lleno de valores y un buen candidato, lo que parecía una burla que no tuviera una fila de mujeres cerca.
—¿Quiénes van? —quiso saber Mile cuando estaba a punto de salir ese sábado a la noche.
—Ada, Samuel y Mariana —contestó Nacho—. Iremos a la peña de siempre.
Agustín estaba sentado sobre el sofá con Juanchi dormido sobre su regazo. Su cara de pocos amigos, debido a que su hijo estaba como niño chiquito roncando sonoramente y que les impedía ver una película, hizo que bajara la voz y no hacerse envidiar de su soltería.
—Bueno. Me saludas a la gente. A ver cuándo se dan una vuelta por aquí —dijo Mile, tratando de ser sutil con la proposición.
—Les digo. Nos vemos.
Fue el primero en llegar al restaurante puesto al aire libre, en un espacio abierto con un pequeño escenario que se prestaba a la peña y música en vivo. El segundo en llegar fue Samuel, un treintañero que hasta ese momento era el más joven del equipo. Luego llegó Ada, unos cinco años mayor que el joven, casada y madre de un pequeño de dos años que para esas salidas con sus compañeros lograba hacerse de un tiempo para divertirse un poco y distraerse de la rutina familiar.
Los tres empezaron la charla mientras esperaban a la joven practicante.
Mariana llegó. De pisada fuerte, era imposible que pasara desapercibida.
Después de la gran cena y pasar un rato agradable, Ada y Samuel se despidieron. Nacho se ofreció a llevar a la joven a dónde iría a verse con sus amigas.
—Por lo general, Merlo es un lugar tranquilo, pero uno nunca sabe —comentó mientras conducía.
—Esperá, creo que me acaban de cancelar —dijo la chica. Leyó un par de mensajes y los contestó de forma rápida.
—Entonces te llevo a tu casa.
Mariana pareció iluminarse al tener una idea.
—¿Tienes algo que hacer ahora?
—Solo volver a casa.
—¡Vamos al casino! Me dijeron que sus copas son excelentes. ¿Qué dices?
—Como compañía soy algo aburrido.
—Nada que ver. Sos muy divertido, en la oficina me haces reír mucho. Vamos.
El plan no tenía nada de malo. Había olvidado lo que era salir fuera de lo mismo de siempre. Nada perdía con cambiar la rutina.
La joven, entusiasmada con la idea, disfrutaba cada momento. La notable diferencia de edad entre ambos no fue impedimento para ello, Mariana se aferró a su brazo al bajar del auto, en dirección a la entrada del casino repleto de gente.
Perdieron una hora entre la máquina traga monedas y dar una vuelta por las salas de la ruleta, Black Jack, Póker y dados. Al terminar fueron a la zona de bar, conectada a la del restaurante que solía ser alquilado para eventos privados, a probar esos tragos que la chica propuso antes.
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Editado: 07.07.2024