—¿Qué tal la pasaron sin mí? Apuesto a que me extrañaron mucho... —empezó Juanchi una vez que subieron al auto.
Era domingo, siete de la mañana. El regreso se hizo más corto que el viaje de ida puesto a que todos estaban muy cansados y, casi la mayoría del tiempo, se la pasaron durmiendo durante casi todo el camino.
Solo Milena y Agustín lo fueron a buscar. Estaban todavía desconcertados puesto a que, en el momento en que el chico les llamó por teléfono avisándoles que ya estaba cerca de Merlo, los dos hermanos se levantaron y, cuando fueron a buscar a Nacho, este no estaba en su pieza.
Ay, diomio.
—Sí, mijo. Cómo no te íbamos a extrañar... —contestó Agustín.
—Sí, mi amor. La casa estaba muy vacía sin vos —sumó Milena, también pensativa.
Cuando llegaron a la casa, por suerte, el auto de Nacho estaba estacionado en el lugar que cumplía de "garage" al costado de la casa.
Juanchi salió corriendo del auto, con su mochila y la valija más llena. Entró, siendo recibido por los perritos que no paraban de hacerle fiesta después de una semana fuera de casa.
Los hermanos se miraron y entraron, esperando que Nacho estuviera "sano". Lo vieron abrazarse a su sobrino, bastante despabilado y preguntándole miles de cosas a la vez.
—Le traje esto para el Capi, ahora voy a llevarle —comentó el chico, entusiasmado con todos los regalos que había traído, mientras iba repartiéndolos.
—Pará que todavía es muy... —intentó detenerlo Agustín, pero su hijo, ya saliendo al patio trasero de la casa, gritó a todo pulmón.
—¡CAPIIII!
—...temprano.
—Dejalo. Está contento, se ve que la pasó muy bien en el viaje —dijo Nacho mientras veía la remera, una gorra de lana y un porta lápices que se leía "Recuerdo de Jujuy".
—Claro, claro —siguió Milena. Su sobrino subía la parte de la tapia que compartía con la casa de su vecino "El Capi" y entraba a su casa una vez que el señor le recibía un paquete traído especialmente para él—. Por lo visto Juanchi va a desayunar con el vecino así que nosotros podemos preparar algo y...
—¿Dónde has estado? ¿Por qué estás tan despierto? ¿Con quién estuviste toda la noche? —preguntó Agustín, sin aguantarse el asunto, muy diferente a la táctica de Milena de ir despacio.
—Eu, paren, che. ¿Para qué tanto control? A veces siento que soy un adolescente más en esta casa —respondió Nacho, un poco receloso—. Les voy a contar para que estén más tranquilos.
Los dos prestaron atención.
—Pero disimulen un poco, ¿eh? Al menos vayan poniendo la pava.
El hermano mayor lanzó una risita pícara y fue él a poner agua a hervir. Milena, más analítica, seguía sentada.
—Anoche salimos un grupo grande. Casi todos los de la oficina, con sus parejas, algunos con hijos, Mariana llevó a su hermana y yo... fui solo. Al terminar la noche, temprano, todos se fueron. Mariana fue con sus amigas y me pidió de favor que llevara a su hermana a casa. Charla va, charla viene, la convencí de ir a tomar algo, compartir algo solos y... se puso en pedo.
—¿Qué? —soltaron los dos hermanos.
—Sí, se le subieron bastante rápido las copitas. Creo que la pobre hace mucho que no tiene una noche loca. La llevé a su casa, tuve que ayudarla a entrar y, como Natalia no había vuelto todavía, la llevé hasta su sofá y caí con ella. Terminando el chisme, la mujer se me prendió como garrapata, no pude zafarme y... dormí con ella.
Agustín empezó a reírse y Milena, sorprendida, apenas esbozaba una sonrisita.
—Así es. Amanecí ahí hasta hace un rato cuando Mariana llegó y nos encontró así. Lo peor es que Natalia se despertó, me miró y me acusó de ser un mano larga que se aprovechó de ella.
Agustín estalló en carcajadas.
—¿En serio?
—En serio. De mala gana aceptó "mis disculpas" aunque le dejé en claro que fue ella la que accedió a tomar algo conmigo. En fin, ya saben.
Al terminar de contar su aventura nocturna, Nacho recordó con gracia cómo Natalia había disfrutado la noche, riéndose, dejando ver aquella joven que había sido en su juventud, simpática y sociable. De por sí Nacho le caía muy bien, solo que esa noche algo había cambiado y era un detalle que no les había contado a sus hermanos: el apasionado beso que ella le dio cuando tenía la intención de dejarla en la puerta de su casa.
—Después de la gracia de mamá la otra vez, que supuestamente andabas con la Mariana... ¿Ahora qué debemos hacer? ¿Ir a la casa de las hermanas y pedir la mano de la mayor porque solo durmieron juntos? —se burló Agustín.
—Ya, Tin. Parece gracioso ahora pero no lo fue cuando ella despertó. Por Dios, qué mujer. Me dormí con la chaqueta puesta y me quedó todo marcado.
—Entonces estuvo buena la siesta —soltó Milena para terminar los dos hermanos estallados de la risa.
—Creo que voy a ir a comprar unos chorizos y pan francés para festejar el regreso de Juanchi —se levantó Nacho, viendo que iba a ser el punto preferido de sus hermanos ese día—. Ustedes podrían hacer unas papas.
El mes de noviembre iba a acabarse en un suspiro. El rector del Juampa dispuso de un profesor de matemática muy joven y que, de repente, parecía que ningún chico le caía en gracia, ni siquiera los más chupamedias del salón. Entre exámenes cerca, cierre de planillas y el extraño alejamiento de Adela y Juanchi eran cosas que preocupaban. Juanchi se daba cuenta de que Adela estaba avergonzada por lo ocurrido en los baños del camping en Jujuy y, si bien intercambiaron un par de palabras después, ella le huía o trataba de que el tiempo interactuando con él fuera lo más corto posible.
Para la materia de Lengua, tal como el profesor lo había adelantado, se abocaron en la idea de Juanchi. La broma les sirvió como buen conductor para su proyecto, así que pusieron manos a la obra.
Luego de dos semanas las cosas se estaban poniendo raras en la materia de matemática. El profesor en cuestión era muy joven, recién salido del profesorado. Tenía ademanes medio raros y sus explicaciones eran demasiado largas, lo cual confundía mucho a los chicos. Como debían apurarse por cuestiones del calendario escolar, dio lo que faltaba de las unidades presentadas por el profesor Gutiérrez y marcó la fecha para la prueba final.
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Editado: 07.07.2024