Un corazón enfermo

3. Primer acercamiento

Encontré una satisfacción amarga en escribir en esa aplicación lo que antaño escribía en un cuaderno. Ahí me era más fácil,  sé que podía expresarme libremente sin tener miedo a que lo encuentren. La cruda realidad de lo que vivía día tras día podría herir algún corazón sensible que no estaba preparado para leer lo que yo ya sabía desde bien pequeño. Con los años me había vuelto más cauteloso tanto con mis palabras como con mi forma de actuar, intentaba no herir al resto y no ser lo suficientemente importante como para que me echaran de menos. Me había vuelto más reservado en lo que a amistades se refería, prefería tener mil conocidos que alguien con quién poder contar de verdad. Porque en algún momento,  el que podía faltar, era yo. No quería que me echaran de menos y mucho menos provocar la lluvia que causaba en mi madre. De amores podría estar sobrado,  pero ¿de qué me servía amar con un corazón que se podía parar en cualquier momento? Prefería que me siguieran viendo como hasta ese entonces. Un chico ausente de la realidad, insensible y misterioso. Realmente sé que puedo sentir, pero simplemente no quiero hacerlo. No si el miedo a no conseguir ese para siempre que había visto desde bien pequeño en las películas estadounidenses que te hacen creer en un amor estudiantil que se prolonga en los años hasta el final de los días. Posiblemente las arrugas no llegaran a consumir la piel de mi rostro. No llegaría a casarme y mucho menos a tener descendencia. No quería que nadie me echara de menos. Para mí era más fácil sosportarlo. Me iría cualquier día de forma sosegada, lleno de paz. No habría nada más, sólo una infinita oscuridad. Pero aquí se quedarían todos los que habían tenido la mala suerte de encontrarme en sus vidas. Ojos rojos e hinchados de tanto llorar y un dolor insaciable en el pecho que ni otra persona, ni el paso del tiempo, podría llenar. Me había repetido la misma canción en bucle. Llegar al instituto,  estudiar, tener compañeros de clase y nada más.  No me tenía permitido conocer a nadie más de lo estrictamente necesario.  Podría sentirme solo, pero nunca, bajo ningun concepto, me permitiría causar en otros el dolor que observo en mi madre aunque me lo intente ocultar. Soy un ser demasiado efímero como para dejar que a alguien le llegue a importar de verdad.

Las clases me parecieron entretenidas. Llevaba tiempo sin pisar una, por lo que todo me provocaba demasiado asombro. Me habían sentado al lado de una chica de cabellera rojiza y pecas en la tez pálida de su rostro. Era una chica bastante curiosa que me contemplaba de vez en cuando con sus ojos miel y que me sonreía alegre cuando la miraba de vuelta.

Su nombre era Vanessa. Era bastante guapa y tenía la voz más dulce que había escuchado nunca.  Cuando leía en voz alta lo hacía de forma clara y pausada, llenando de algo empalagoso cada palabra. Era bastante despistada. En una semana de clases ya le había dejado varias hojas de cuadros,  algún que otro bolígrafo y compartido a regañadientes mis libros. Ella me daba las gracias de forma dulce, y de mi parte sólo recibía algún que otro gruñido.

Si hubiera sabido lo que ahora sé, a pesar de todo, hubiera pedido un cambio de mesa y me habría mantenido alejado de ti. 

Perdón.  

No te mereces esto.
 




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