Un crucero, tú y yo... ¡piénsalo!

Jueves 7 de abril de 2011

Me levanto de mal humor. No dormí bien pensando en todo esto del crucero, el permiso de viaje, papá, Margarita. Son las 5 a.m., otra vez. Veo el celular y no hay mensajes de papá, y es así como no sé nada al respecto sobre cómo va el proceso de si viajamos o no, o qué sucederá. No esperaba que me avisara, aunque sí pensé que podría mandar un mensaje de "Ya estoy resolviendo" o "Todavía no hay solución", pero no fue así. Ni un mensaje, ni señales de humo, como de costumbre.

Me niego a ir de viaje con papá y su esposa. ¿Qué voy a hacer diez días sola con ellos? Porque sí, no son siete, son diez. De viernes al otro lunes de más arriba. Es demasiado tiempo. Bueno, no estaré sola, también van Kike y Ricardo. Mmm... aunque dos contra uno; ¡qué va! es lo mismo que estar sola. No me van a prestar atención y tampoco quiero que lo hagan. Ellos me aburren y mi papá y su esposa todavía más. Nunca saben de qué hablar y no les quiero contar sobre mi vida, no es su problema. Ni que les interesara de verdad.

El último viaje que hicimos fue a Orlando, Florida. Se suponía que iríamos a todos los parques de Disney y Universal; pero, terminamos encerrados en el hotel porque les fastidiaba cambiarse, pararse temprano, o hacer largas filas en los parques. Preferían quedarse acostados, viendo una película o cerdeando. ¿Para qué viajamos entonces? No soy amante de madrugar y esas cosas, pero de vez en cuando hay que hacer un esfuerzo. Ese viaje fue aburrido e innecesario. Además, no tenía con quien hablar y no había wifi en el hotel. Solo en el lobby, el cual estaba lejos, ya que son pequeños edificios por una cuadra y nuestra habitación estaba a unos cuantos kilómetros de distancia.

El viaje anterior a ese fuimos a Aruba por una semana. No quiero volver a esa isla más nunca. Fue horrible, peor que un retiro espiritual de los que hacen en el colegio. En ese viaje, nadie se levantaba temprano, bajábamos a eso de las 2:30 p.m. a la playa cuando ya quedaban pocas horas de sol. Yo tampoco me levantaba, pero nadie tuvo la iniciativa. Después de estar pocas horas en la playa, los demás solo querían dormir. ¡No hacía nada con mi vida! Y, para más colmo, en el hotel no había gente joven, así que los únicos amigos que hice tenían entre 80 y 85 años. Me acuerdo de sus nombres: Joseph, Claire y Kristine, tres estadounidenses que jugaban dominó y se acostaban a dormir a las 10:00 p.m. siendo para ellos muy tarde esa hora. Sentían que estaban en la mejor rumba de sus vidas. Por lo menos se dormían más tarde que mi familia. Además, pude practicar mi inglés con ellos y aprendí a jugar dominó.

¡Definitivamente no quiero ir al crucero! Es un alivio saber que existe esa posibilidad de no ir. No van a dejar de ir solo por mí y menos si me puedo quedar en casa con Helena, aunque papá diga lo contrario.

Ahora que lo recuerdo, ya habían cancelado este viaje una vez. Era el crucero que abordaríamos el verano pasado, pero Corina, la esposa de papá, tuvo una cirugía de emergencia. Le extrajeron el apéndice dos días antes de irnos y necesitaba reposo absoluto y tres meses sin sol.

Mis amigos van a Margarita por la semana entera, ya lo averigüé todo. Revisé sus Facebooks y les escribí a varios de ellos para saber sus planes.

La Semana Santa pasada fui a Margarita con mi familia. Alquilamos un apartamento en un conjunto residencial, donde se quedaban mis amigos también, por lo que jamás veía a papá o a los demás. Esas fueron las mejores vacaciones de mi vida. Podíamos ir a la playa con tan solo cruzar un puente que conecta la residencia con la entrada de la playa. Mis amigas y yo rumbeábamos con cédulas falsas –todos lo hacen–, conocimos muchísima gente del país y extranjeros también; en pocas palabras, hicimos relaciones públicas para un futuro.

Normalmente, es un viaje que hacen todos los chamos y chamas de Venezuela que tienen entre quince y dieciocho años. Esa vez, mis amigos planearon el viaje de este año. Va a estar buenísimo y van sin padres. Toda Caracas estará ahí, ¡la isla se va a hundir! Yo debería ir, ya tengo la edad para viajar con mis amigas. Es más, yo tengo que ir. ¡Yo necesito ir! Hay un grupo de quince amigos que alquilaron una casa. Otras amigas van con sus papás, pues también es común que los adultos vayan. Mori va con su papá, pero va a estar siempre con el grupo, estoy segurísima de eso. Verónica, Sofía, Maite y Alessandra se quedan en la casa que alquilaron, ya que el hermano de Vero también estará ahí, por eso sus papás las dejaron ir.

Apenas son las 6:30 a.m., soy la única de mi generación que ya llegó al colegio. Mentira, Alejandra también está acá, como todos los días. Odio llegar a esta hora al colegio, me parece insólito. Antes de bajarme del carro le pregunté a mamá si algún día me puede traer media hora más tarde.

―Sí, el día que sea millonaria y pueda pagar un chofer que te traiga ―replicó sarcásticamente dejándome en la entrada del infierno y continuando su camino al colegio de Kike.

Despertar tan temprano es una tortura. Debería estar acostumbrada, pero siento que cada día es peor y me cuesta más levantarme. Sé que vivimos muy lejos y que mamá tiene que estar en su trabajo antes de las 7:00 a.m.

Es una pesadilla estar tanto tiempo en esta “cárcel”. Por lo menos mañana es viernes y no hay clases, aunque apenas comienza el día y tampoco quiero que lleguen las vacaciones sin saber qué va a ser de mi vida estos diez días.

¡Mierda! No estudié para el examen de Historia Universal y no me llevo bien con la profesora Hilda. Siempre me regaña por confundir las épocas de la historia. El problema no soy yo, es la materia, que en menos de un año pretenden que aprendamos todo lo ocurrido en el mundo hasta hoy en día. Eso es imposible. De casualidad sé qué está pasando en mi país y un poquito de su pasado, Simón Bolívar, la Gran Colombia, Cristóbal Colón y cosas por el estilo... ahora debo conocer todo acerca de Egipto, Cleopatra, los romanos, la I Guerra Mundial, Hitler, la Revolución Rusa... hasta la mexicana. Como si fuera una enciclopedia andante. Debería ser un poco más considerada con sus alumnas. Estudiamos muchas materias como para memorizar tantas palabras, nombres, fechas y hechos de un solo golpe. Si no fuera por Alejandra, ni me acordara de que hoy hay examen. Ella es la más inteligente del salón, la más aplicada y obviamente la que tiene las mejores calificaciones, por eso los profesores la aman y esperan que siempre sea la mejor de la clase, lo que le frustra porque a veces siente que no estudió suficiente y no quiere quedar mal. Cuando le pregunté por qué estaba tan estresada, me mostró su cuaderno de Historia y no entendí.




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