Un día a la vez

Capítulo III

Valentina caminó por la calle empedrada, sintiendo el viento fresco en su rostro, como si el mundo hubiera decidido darle un respiro tras la tormenta que había desatado en la iglesia. A lo lejos, vio a Paula, su amiga de toda la vida, que la esperaba junto a un par de maletas. Paula alzó la mano en señal de saludo, pero su expresión era de preocupación.

—Ahí tienes tus cosas —dijo Paula mientras se acercaba, señalando las maletas—. ¿Estás segura de esto? Parece todo tan… precipitado.

Valentina soltó una pequeña risa, llena de ironía, y asintió.

—No podría estar más segura —respondió, mientras se agachaba para agarrar una de las maletas—. Era cuestión de tiempo. Kevin no era lo que creía. Y, para serte honesta, estoy agradecida. La vida me hizo un favor quitándome a semejante patán de encima.

Su amiga la miró con los ojos entrecerrados, buscando alguna señal de debilidad en su amiga, alguna grieta en esa máscara de serenidad que había mantenido incluso frente a todos en la iglesia. Pero lo único que encontró fue determinación, aunque detrás de ella, una tormenta silenciosa se alzaba.

—Val, sabes que estoy aquí para ti —dijo Paula, con un tono bajo, casi suplicante—. No tienes que reprimir lo que sientes. Sé que lo que acabas de hacer allá dentro te costó. Fue brutal.

Valentina se detuvo y respiró hondo, clavando su mirada en el cielo azul. De alguna manera, aquel cielo tan despejado contrastaba demasiado con lo que sentía dentro. Pero se obligó a no dejarse llevar por el peso de los recuerdos o el dolor.

—Tranquila, Pau. Sé lidiar con mis tormentas —contestó, su voz firme pero serena—. Claro que me duele, no voy a mentir. Pasé años construyendo algo que al final resultó ser una mentira. Pero todo esto me ha hecho más fuerte. Estoy lista para lo que venga. Y créeme, no me voy a dejar arrastrar por el dolor.

Paula suspiró, sabiendo que Valentina siempre había sido así: fuerte, firme, una roca en medio del caos. Pero la conocía lo suficiente para saber que bajo esa coraza había un océano de emociones reprimidas.

—¿Y entonces qué harás ahora? —preguntó Paula, con curiosidad, aunque ya sabía parte de la respuesta.

—Voy a aceptar la propuesta de mi padre —dijo Valentina con una sonrisa en los labios—. Me voy con mis padres a su país y comenzaré a trabajar en la empresa familiar, como él siempre quiso. Pero hay una condición. —Paula arqueó una ceja, intrigada.

—¿Condición? ¿Cuál?

—Voy a empezar desde abajo —Valentina le dedicó una mirada decidida—. No quiero que nadie sepa que soy la heredera de la compañía. Quiero conocer el funcionamiento de la empresa desde los cimientos. Seré una asistente personal en el gran Emporio D’ Lux. Y sí, sé lo que estás pensando, va a ser un reto, pero estoy preparada. Quiero ganarme mi lugar por mérito propio.

Paula la observó en silencio durante unos segundos, intentando procesar lo que acababa de escuchar. Sabía que era ambiciosa, pero aquello sonaba arriesgado, sobre todo después de lo que acababa de vivir. Además, el hecho de que trabajara como asistente en la propia empresa de su familia, sin que nadie supiera quién era en realidad, le parecía un desafío monumental.

—Val, ¿crees que es el momento adecuado? Acabas de salir de una situación horrible. Tal vez deberías tomarte un tiempo para ti, para sanar… —Valentina la interrumpió con suavidad, poniendo una mano en su brazo.

—Esto es para mí —dijo con firmeza—. No voy a quedarme a llorar por Kevin, ni a dejar que el pasado me consuma. He pasado demasiado tiempo dejando que otros definieran mi vida. Ahora, me toca a mí tomar el control. Y, si me preguntas, no hay mejor manera de hacerlo que demostrarme a mí misma que puedo enfrentar cualquier reto, incluso este.

Paula la miró con una mezcla de admiración y preocupación. La conocía lo suficiente para saber que, cuando se proponía algo, no había quien la detuviera. Pero temía por el precio emocional que estaba pagando por su aparente fortaleza.

—No sé qué decir —admitió Paula—. Solo espero que, si alguna vez necesitas desahogarte, puedas venir a mí. No tienes que cargar con todo esto sola, ¿vale? —Valentina sonrió, esta vez con más calidez, y asintió.

—Lo sé, Pau. Y te lo agradezco. Pero por ahora, tengo que seguir adelante. Me queda mucho por hacer.

Con esas palabras, Valentina cerró una de las maletas y, sin mirar atrás, comenzó a caminar hacia el coche que la llevaría al aeropuerto. Paula la siguió, caminando en silencio a su lado, sin dejar de preguntarse si su amiga podría realmente mantener esa coraza intacta. Sabía que las heridas de la traición no cicatrizaban rápido, pero también sabía que Valentina era una mujer fuerte, capaz de superar cualquier obstáculo.

—¿Sabes algo? —dijo Paula, rompiendo el silencio mientras ayudaba a cargar las maletas—. Tienes razón. Kevin no era suficiente para ti. Nunca lo fue. —Valentina sonrió de nuevo, pero esta vez su sonrisa era de alivio.

—Lo sé. Ahora me toca a mí descubrir quién soy sin él.

Llegaron al aeropuerto con una mezcla de emociones agridulces. Sabían que no sería una despedida fácil, pero también que no era el final. Se prometieron reencontrarse una vez Paula se graduara.

—Te juro que cuando te gradúes, tendrás el puesto que te mereces en la empresa —le dijo Valentina con una sonrisa cálida—. Sé que te graduarás con honores, y te necesito conmigo.




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