Un día a la vez

Capítulo IV

Bruno llegó al mostrador del aeropuerto casi sin aliento, sus ojos recorriendo frenéticamente los horarios de vuelos. El avión que necesitaba estaba a punto de partir, y él no tenía un boleto.

El motivo de su urgencia no estaba relacionado con el trabajo. Su mente estaba enfocada en su hija pequeña, a quien había dejado en casa con la nana mientras él se encontraba de viaje de negocios.

La mujer lo había llamado, apenas unos minutos antes, de forma alarmante. Con voz temblorosa, le informó que la madre de ella había enfermado gravemente y necesitaba viajar de inmediato para acompañarla. La preocupación y la angustia en la voz de la nana hicieron que Bruno sintiera un nudo en el estómago. Era imperativo que regresara lo antes posible para que ella pudiera estar con su familia en estos momentos difíciles. Sabía que no podía permitir que su hija se quedara sola.

Se acercó al mostrador, rogando internamente que aún hubiera algún asiento disponible. Cada minuto contaba, y el reloj parecía avanzar más rápido de lo que él podía seguir. La presión de la situación era abrumadora, y cada paso que daba hacia el mostrador era un recordatorio de lo crucial que era encontrar un vuelo de regreso.

—Necesito un pasaje para el vuelo que sale en veinte minutos —dijo con urgencia. —La empleada del mostrador lo miró con una mezcla de sorpresa y escepticismo.

—Estamos casi llenos, pero déjeme ver si queda algún asiento en clase turista —respondió, tecleando con rapidez.

Bruno esperó, sintiendo cómo cada segundo parecía un martillazo en su cabeza. Finalmente, la mujer le lanzó una sonrisa aliviada.

—Hay un asiento disponible. Será en clase turista —le informó mientras le entregaba el boleto.

—Gracias, gracias —dijo Bruno, agarrando el pase y corriendo hacia la puerta de embarque sin siquiera mirar el número del asiento.

Al abordar, finalmente localizó su asiento en la fila asignada, pero su alivio fue breve. Al llegar, vio que estaba ocupado por un hombre corpulento que, sin prestarle atención, ya estaba cómodamente instalado.

—Perdón, ese es mi asiento —dijo Bruno con cierta incomodidad.

El hombre apenas levantó la mirada y murmuró algo ininteligible, ignorándolo completamente. A punto de protestar, notó que una azafata se acercaba, alerta ante el posible conflicto.

—¿Hay algún problema? —preguntó con voz suave pero firme.

—Mi asiento está ocupado —respondió señalando al hombre.

La azafata lanzó una mirada rápida al pasajero, que ni siquiera hizo ademán de moverse, y luego miró a Bruno.

—Para evitar molestias, lo moveremos a otro asiento. Sígame, por favor —dijo con una sonrisa profesional, guiándolo por el pasillo.

Bruno, todavía algo desconcertado, la siguió hasta que, para su sorpresa, ella lo condujo hacia la primera clase. Mientras caminaban por el pasillo, admirando el lujoso ambiente, pasó junto a una mujer que se veía visiblemente incómoda. Un hombre, sentado en la fila de al lado de ella, no paraba de hablarle, inclinándose hacia su espacio personal, claramente ignorando las señales de molestia que ella transmitía.

Justo cuando Bruno iba a pasar de largo, sintió que alguien le agarraba la mano con firmeza. Giró la cabeza y vio a la misma mujer que había chocado con él en el aeropuerto. Con una mirada de súplica y decisión, lo jaló hacia su asiento, obligándolo a sentarse junto a ella.

—Por favor, siéntate aquí —dijo rápidamente, apenas susurrando.

Aún sorprendido por el giro de los acontecimientos, no opuso resistencia. Se acomodó en el asiento, mientras el hombre de la fila de al lado los miraba con frustración antes de volverse y seguir su camino.

Él se giró hacia ella, ahora reconociendo completamente a la mujer que lo había insultado momentos antes en la terminal. Le dedicó una sonrisa juguetona, tratando de romper el hielo.

—Parece que estamos destinados a encontrarnos —dijo con gracia.

Valentina, que había soltado su mano apenas él se sentó, lo miró con una mezcla de furia y resignación. Su expresión indicaba claramente que no estaba segura de si haberlo sentado a su lado había sido la mejor idea. Aún recordaba el accidente en el aeropuerto y cómo él, a pesar de haberse disculpado, había logrado molestarla con aquella sonrisa deslumbrante que la había irritado aún más.

—Si destino es lo que tú llamas a tropezar conmigo y luego terminar aquí, prefiero evitar ese tipo de coincidencias —respondió Valentina con frialdad, girando la cabeza hacia la ventana para cortar la conversación.

Bruno, sin dejarse intimidar, se acomodó mejor en el asiento y guardó silencio, aunque una sonrisa divertida seguía asomando en sus labios. El vuelo acababa de comenzar y, aunque no tenía idea de qué le deparaba este incómodo encuentro, algo en el aire le decía que aquel viaje sería, cuando menos, interesante.

Valentina, por su parte, soltó un leve suspiro de frustración. No podía negar que el hombre había sido su salvación en ese momento, pero ahora tenía que soportar la cercanía de alguien que, solo minutos antes, había calificado de «idiota». Resignada, se dispuso para lo que sería, sin duda, un largo e incómodo vuelo.

Intentó concentrarse en su laptop mientras Bruno se acomodaba en el asiento a su lado. La urgencia de revisar los documentos que su padre le había enviado la mantenía ocupada. Necesitaba conocer a fondo todo sobre la empresa: funcionamiento, socios, acuerdos y estatutos. Sus dedos se movían rápidamente sobre el teclado, absorbiendo cada detalle crucial. Sin embargo, la presencia del hombre a su lado era una distracción constante.




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