Un día a la vez

Capítulo X

Valentina llegó corriendo a la sala de juntas, impulsada por el sonido del llanto que había escuchado desde la oficina. Al entrar, su corazón se encogió al ver a una pequeña niña en el suelo, con la rodilla sangrando levemente debido a un pequeño corte. Sin perder un segundo, se apresuró a acercarse.

—¡Oh, cielo! ¿Qué te ha pasado? —le preguntó con suavidad, mientras la levantaba con delicadeza y la sentaba sobre la gran mesa de la sala de juntas.

La niña, entre sollozos, intentaba hablar, pero las lágrimas aún rodaban por sus mejillas. Valentina le sonrió con ternura, tratando de calmarla.

—Tranquila, cariño, no te preocupes. Vamos a limpiarte esa rodilla, no es nada grave, no tengas miedo —dijo con voz dulce mientras abría su cartera con rapidez.

De inmediato, sacó un pequeño botiquín que llevaba consigo y, tras encontrar una venda desinfectante, comenzó a limpiar cuidadosamente la herida. La niña la observaba con ojos curiosos y, aunque aún quedaban rastros de lágrimas en su rostro, su llanto comenzaba a disminuir, calmada por la presencia reconfortante de la mujer.

—Esto va a doler un poquito, pero eres una niña muy valiente, ¿verdad? Todo estará bien, lo prometo —le dijo mientras aplicaba la venda con suavidad.

La niña asintió, apretando los labios pero manteniéndose firme mientras ella continuaba limpiando el corte. Con movimientos delicados, sacó una curita decorada con princesas de Disney de su cartera, una igual que la que había utilizado con Bruno y que aún llevaba en su torso. Al ver el dibujo en la curita, los ojos de la niña se iluminaron de alegría y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Es de princesas! ¡Es hermosa! —exclamó la niña, ahora más animada.

—Claro que sí, las princesas como tú merecen algo muy, muy especial —le respondió con cariño, mientras terminaba de ponerle la curita en la rodilla.

La pequeña Katia seguía admirando la curita con fascinación, y la escena se envolvía en una calma reconfortante. Valentina se quedó un momento a su lado, acariciando el cabello desordenado que caía en hermosos rizos sobre la frente de la niña.

—¿Te sientes mejor ahora? —le preguntó sonriendo con calidez.

Katia asintió entusiasmada, olvidando ya el dolor del corte. Fue entonces cuando Bruno, que había llegado con dificultad hasta la puerta de la sala de juntas, se quedó paralizado al observar la escena. Miraba a su hija, feliz y tranquila, mientras esa hermosa mujer que quería para él la atendía con tanto cariño. La imagen lo conmovió profundamente, y sintió una mezcla de gratitud y calidez al verla cómo se ocupaba de su hija.

«Es la mujer perfecta, es la mujer que necesito en mi vida. Es fuerte y delicada», pensó observando la interacción con su niña.

Katia, con sus rizos alborotados, se giró hacia su padre y le sonrió. Bruno sintió un nudo en la garganta al notar lo bien que su hija se sentía en compañía de Valentina. Se quedó apoyado en el marco de la puerta, sin decir una palabra, disfrutando del momento.

Sin embargo, no todos compartían la misma emoción. Detrás de Bruno apareció la ejecutiva de Recursos Humanos, quien había observado la escena con una expresión de disgusto. Para ella, aquella escena no era más que una muestra de la falta de profesionalismo de la nueva empleada, quien claramente había traído a su propia hija al trabajo, descuidando sus responsabilidades.

La ejecutiva se acercó a Bruno con el ceño fruncido, dispuesta a intervenir.

Valentina, ajena a la desaprobación en los ojos de la ejecutiva, seguía entreteniendo a Katia, que ahora reía mientras admiraba su curita.

—¿Te gusta? —preguntó con una sonrisa sincera.

—¡Sí, mucho! —respondió la pequeña, con una risa que resonaba en la sala.

Bruno no pudo evitar sonreír ante la dulzura de su hija y la atención de Valentina, mientras observaba la escena. Pero la ejecutiva, incómoda con la situación, decidió que ya era hora de intervenir. Se acercó con paso firme y, sin contener su molestia, se dirigió a la asistente.

—Esto es una empresa, señorita, no una guardería —dijo con tono frío y autoritario—. No es apropiado que traiga a una niña aquí, y mucho menos permitir que interfiera en su trabajo. Si desea conservar su empleo, tendrá que mostrar un mayor nivel de compromiso.

Valentina, que hasta ese momento había mantenido la calma, sintió una punzada de indignación al escuchar las palabras de la ejecutiva. Aún sosteniendo la mano de la pequeña, quien la miraba con gratitud, se levantó para enfrentarla.

—Sé perfectamente cuáles son mis responsabilidades —le respondió sin alzar la voz pero con firmeza, pero con decision—. Y, con todo respeto, creo que usted está emitiendo juicios sin saber lo que realmente está ocurriendo. Si hablamos de compromiso, tal vez la empresa debería considerar crear un espacio para los niños. Así, las madres podrían sentirse más tranquilas y comprometidas con su trabajo, sabiendo que sus hijos están cerca y seguros.

La ejecutiva frunció el ceño, claramente ofendida por la respuesta de empleada. No estaba acostumbrada a recibir réplicas, y mucho menos de manera tan directa. Con un aire despectivo, dio un paso hacia adelante.

—Yo soy la directora de Recursos Humanos de esta gran empresa y si continúa con esta actitud, me veré obligada a recomendar su despido —espetó con tono amenazante.




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