Un duende enamorado

Capítulo 4

Cuantas veces tuvo que repetir plato tras plato para comprobar que su sabor nunca lo ha probado en su larga vida de duende.  Martín devora las carnes, pastas, guisados, pasteles, ensaladas, y su gran copa de helado al final fue lo más impresionante. 

 

Hielo de color verde y el chocolate que se derrite en su boca con ese gusto picante de la menta.  Lo encontró sabroso.  Tanto que quería repetir, pero al ver toda la gente que se colocaba de pie y se marchaba del lugar, pensó que también llegaba su turno de irse.  Cosa que no quería, al tener la posibilidad de verla y hasta su gran suerte de hablarle. 

 

Se queda observando muy atento a cada movimiento que hace en el resto de las mesas.  Entra y sale de la cocina, portando los platos sucios que han dejado las otras personas.  Martín desearía ayudarla más de lo que hizo en la cocina.  Se atrevió a ayudarla con sus propios platos.   

 

No entendía la reacción de ese otro hombre que llegó a colocar nerviosa a Peggy.  Eso no le gustó para nada a Martín.  Pero de igual manera osado lavó todo en rápidos movimientos.  No debió usar un poco de magia en eso.  Lo hizo que pareciera tan natural, que sus polvos mágicos pasaron desapercibidos. 

 

Peggy se ve agotada, pero al mismo tiempo hace su trabajo muy rápido.  Martín queda con la idea de hablar con el jefe.   Teme que los malos augurios que le dijo Peggy, se hagan realidad y ella pierda su trabajo por su culpa.  Eso no lo soportaría.  Él vino para ayudarla, no para perjudicarla. 

 

  • ¡Señor Morris, necesito hablar con usted! -dice Martín, acercándose al jefe de Peggy, leyendo su nombre en la placa dorada.
  • ¡Dígame, señor! -dice el señor Morris.
  • ¡Tengo que advertirle que no despida a Peggy! -dice Martín con toda seguridad.
  • ¡Señor, eso queda en manos del restaurante, por favor no se preocupe por nada! -dice el señor Morris.
  • ¡NO quiero que le haga a Peggy, o si no me veré obligado a usar mi magia contra usted! -dice Martín ofuscado, sin medir lo que dice.
  • ¿Le pido un taxi, señor? -pregunta el jefe de Peggy arrugando su ceño- ¡Está un poco mareado quizás! -opina el hombre.
  • ¡Yo... quise decir que... que pondré un reclamo al restaurante! -dice Martín tratando de recuperar la calma.
  • ¡No hay necesidad de eso, señor... vamos, afuera hay autos disponibles para llevarlo a su casa! -dice el señor Morris empujando a Martín suavemente hacia la calle.

 

Como dijo el hombre, varios autos se estacionan frente al local en fila.  Varios conductores se ofrecían atender al señor Morris mirando a Martín como un posible cliente.  Siente algo de molestia viéndose prácticamente ser arrojado a la calle por el jefe de Peggy.  El señor Morris hace una leve reverencia, que Martín imita creyendo que las costumbres de ese mundo parecen algo raros. 

 

  • ¡Señor, lo llevo enseguida en mi auto! -dice uno de los conductores, ofreciendo sus servicios.
  • ¡El mío es nuevo, es un auto de lujo! -dice otro.
  • ¡No, señor... aquí el mío está primero en la fila, nos iremos luego a su casa, o al hotel donde está hospedado! -dice otro que lo toma de un brazo para casi llevarlo a rastras.
  • ¿Habrá un hotel cerca de la casa de Peggy? -pregunta Martín animado para buscar un lugar para descansar.  Mañana será otro día para venir a desayunar, ojalá que lo atienda ella.
  • ¿Quién es Peggy? -pregunta el conductor abriendo la puerta trasera.
  • ¡Una amiga que trabaja aquí, pensé que se conocían todos! -dice Martín entrando al auto.
  • ¡Soy nuevo en este sector, señor! -dice el conductor entrando a su auto, encendiendo el motor.

 

Mira hacia atrás, el restaurante va quedando sin clientes, solo los trabajadores.  Martín no logra ver a Peggy desde esa distancia.  Mentalmente sus pensamientos llegan a ella, deseando una buena noche.  Pidiendo que mañana pueda llegar temprano y seguir cerca de ella.  Soltando un suspiro, ,el local desaparece de su vista. 

 

Acomodándose en el asiento, su cuerpo se va sintiendo bastante agotado.  Eso no le pasa en el Polo Norte.  A pesar de trabajar mucho en la fábrica de juguetes, nunca se cansa de lo que hace.  Pero ahí, va sintiendo agotamiento.  Principalmente sus ojos pican casi al punto de cerrarse sin él quererlo. 

 

  • ¡Aquí está el hotel Royal, señor! -dice el conductor- ¡Son mil dólares! -avisa al final.
  • ¿Disculpe? -pregunta Martín.
  • ¡El valor de la carrera! -dice el conductor volteando para mirarlo bien.
  • ¿Qué hago con mil dólares? -pregunta Martín sin entenderlo.
  • ¡Usted parece ser de otro mundo! -comenta el conductor mirándolo extrañado.
  • ¡Se me nota mucho! -dice Martín en su inocente pensamiento de estar en tantas cosas desconocidas hasta ahora.
  • ¡Debe pagar mi servicio por traerlo aquí! -dice el conductor.
  • ¡Ah, esas cosas de papel que regalé en el restaurante! -dice Martín cuando Peggy le entrega un papel pequeño con letras y números.

 

Ella muy amable y paciente le ayudó a contar los billetes que tenía en su chaqueta.  Otra vez la magia le resultó factible usarla en ese entonces.  Al parecer ahora debe hacer lo mismo con el hombre que conduce esa máquina.  Y mirándolo muy sonriente, introduce su mano a la chaqueta en el bolsillo interior, que dio al contacto un resplandor disimulado a los ojos del conductor.  Varios billetes volvieron a salir de ahí. 



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En el texto hay: romance, amor, magia

Editado: 19.12.2021

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