Un eco ancestral

8 "Enigmas"

Sentía una mezcla de dolor e ira que me consumían. La velocidad con la que había conducido toda la madrugada era evidencia de ello; sentía que estaba en un juego del que no podía escapar, dando vueltas en redondo, siempre volviendo al mismo lugar.

Llegué a la casa, entré a mi cuarto empujando la puerta con fuerza y rebusqué el bendito libro escarlata. Ya no me importaba si tenía otra horrible visión; estaba harta de acontecimientos y palabras que al parecer otros conocían, pero yo no. Encontré el pequeño libro y lo hojeé con rabia; sus extraños símbolos solo me irritaban más.

Mi respiración se aceleraba. Busqué hoja por hoja; algunas faltaban, pero en la parte de atrás había un pedazo que correspondía a la hoja del medio con la horrible frase:

“Sangre por riquezas”.

La mitad encontrada tenía una frase aún más aterradora:

Primera descendiente Ford, paga el precio”.

Mi entorno se tornó oscuro. Si, mi abuela había hecho un pacto, no sé con quién, y había entregado la sangre de su descendiente mujer “claro, mi padre fue hombre, entonces soy yo”.

Eso explica las horribles visiones. Tiré el libro con fuerza contra la cama y recordé las palabras de María:

“Tu sangre es negra y espesa, como la sangre que corre bajo estas tierras”.

Sin más, caminé con irritación hacia la habitación de María. Mis pasos eran rápidos, mi respiración agitada y mi rostro estaba contraído. Empujé la puerta de su cuarto con violencia. Ella, que estaba durmiendo, se levantó de un salto, asustada por mi interrupción. La tomé por el brazo con fuerza.

—¿Qué es lo que sabes? —mis dedos se encajaban en su brazo. Ella se mantenía en silencio, sus ojos mostraban un terror, como un animal indefenso acechado por su depredador.

—¡Responde! —grité eufórica mientras apretaba más su brazo. Ella respiraba asustada.

—El mal está bajo tu piel —dijo jadeando, intentando esconder su rostro de mí.

—¿De qué mal hablas? —mi ira crecía aún más. Jalé su cabello, inmovilizándola para que me mirara a los ojos.

—No soy el mal, ¡no lo soy! —grité tan cerca de su rostro que podía sentir su respiración aterrada.

El sonido de varios vidrios rotos extremeció mi alrededor, pero no podía oírlos; era como si hubiera perdido el control de mis acciones.

Mis manos se encajaban más y más en el cabello de la chica, inclinando su cuello hacia atrás, dejando visibles sus venas marcadas.

—Emma... —las manos de Ruth me separaban de María. Su voz estaba cargada de asombro y miedo.

—¿Qué estás haciendo? —dijo, mirándome fijamente. Luego se volvió a ver a la chica, que jadeaba asustada. Había mucho vidrio en el suelo, esparcido. Lámparas, adornos... todo había reventado, como si una gran explosión hubiera impactado en ese cuarto.

—Lo... siento... —murmuré, sorprendida por lo que había hecho. El temblor en mis manos era evidente, y el crujido de los vidrios rotos bajo mis pies me devolvió a la realidad.

El cuarto estaba hecho un caos, como si una

explosión hubiera pasado por allí, y yo era la causante.

Mi corazón latía desbocado, incapaz de entender cómo había perdido el control de esa manera. Intenté acercarme a las chicas, pero el remordimiento me ataba al suelo.

—Vuelve a tu cuarto, Emma, descansa. Hoy tenemos que reunirnos con Ryan —dijo Ruth mientras abrazaba a María.

Su reacción ante mi comportamiento había sido tan tranquila y empática que me dejó más abrumada aún, pero le obedecí y me encerré en mi cuarto, recostándome sobre la cama, abrazándome con fuerza.

—-

Abrí mis ojos cansados; el rostro de Ruth estaba frente a mí, acariciando mi cabello.

—Es hora de que te levantes, Ryan ya está aquí —sonrió y llevó un cigarro a su boca.

Me levanté aturdida, con la esperanza de que lo ocurrido en la mañana solo hubiera sido una mala pesadilla. Arrastré mis pies hasta la sala.

Ryan estaba allí, con su figura atlética y su sonrisa hermosa y pícara. Bajo su brazo enmarcado con el enorme tatuaje llevaba una gran carpeta. Lo saludé y me senté junto a él.

—¿Estás bien, Emma? —preguntó, notando mi estado.

Asentí con la cabeza con un movimiento descordinado.

—Está atravesando por mucho, pero ella es fuerte —intervino Ruth, exhalando humo de su boca mientras acariciaba su corto cabello.

—Bueno, siendo así, al grano entonces —dijo Ryan y rascó su cabeza.

Sacó un bulto de papeles de su carpeta, se puso unos lentes transparentes que resaltaban sus ojos azules y levantó la mirada fijándola en mí.

—Ruth ya me había hablado del caso, así que me tomé el atrevimiento de revisar archivos antiguos de la mansión Ford y su propiedad. Al parecer, James es el legítimo dueño de sus tierras, por un acuerdo pasado con la familia Ford donde se estableció que si su familia perdiera las riquezas, serían devueltas a este señor —dijo sin parar una sola vez.

—Sí, esto me lo dijo el juez, pero no sé por qué nunca me hablaron de este acuerdo —dije desconcertada.

—Hay algo más, Emma —sus palabras hicieron que mis manos temblaran

—No hay registros de una familia con el apellido Audrey; su nombre ha sido repetido en cada escrito, igual James Audrey —sus palabras me abatieron y no lograba entenderlas.

—¿Y qué hay con eso? Tenía el nombre de su padre, quizás no se... —dije intentando encontrar respuestas a la interrogante que surgía en mi mente.

—No, Emma, estaría registrado como hijo y entonces James Audrey tendría que reclamar la propiedad como una herencia adquirida, y no es el caso. Él tiene total derecho legítimo como si él mismo hubiera firmado el acuerdo —dijo y frunció sus labios.

Me puse de pie sujetando mi cabello.

—Esto no tiene sentido. Ryan, estás diciendo que James tendría la edad de mi abuela o más, eso es imposible —hice una sonrisa confundida mientras daba vueltas de un lado a otro.




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