Un eco ancestral

18 La revelación

El sonido del motor rugía a toda velocidad, danzando junto al silencio como eternos compañeros de baile. La carretera oscura mostraba la silueta de los árboles, que se erguían en las sombras, como si disfrutaran de la vista desde la distancia. Era medianoche; la luna era enorme y brillante, y el cielo estaba salpicado de estrellas, celebrando que la lluvia finalmente se había marchado.

Pensaba en tantas cosas y, a la vez, en nada. ¿Qué pasaría ahora? ¿Qué descubriría? No sabía si tenía miedo a lo desconocido, a la noche oscura o a las nuevas revelaciones. James... ¿por qué siempre se colaba en mis pensamientos? Pensaba en él cada instante, casi sin querer. ¿Cómo pude verlo tan real hoy? ¿Estaría allí o solo lo imaginé? ¿Me perseguía? Bueno, eso ya era su costumbre, así que era una posibilidad.

Ruth manejaba en silencio, su mirada fija en la carretera, aferrándose al volante como si, al igual que yo, estuviera a la expectativa de lo que pasaría. María, sentada en el asiento trasero con enormes audífonos negros, se mantenía alejada del mundo y, a la vez, conectada con él. Me preguntaba qué significaban todos esos tatuajes en su piel; podía imaginarla saliendo desnuda y esos intrincados dibujos la cubrirían.

El auto se detuvo bruscamente y mi pecho se sobresaltó. Sabía que habíamos llegado a nuestro destino.

—Llegamos—dijo Ruth, quitándose el cinturón y abriendo la puerta.

Salí y la fría brisa de la madrugada me erizó todo el cuerpo. El sonido del silencio en aquel lugar era aterrador. Tragué en seco y suspiré profundamente, necesitaba mantenerme firme si quería respuestas.

—Por acá—dijo María, haciendo un gesto para entrar en el bosque oscuro mientras sostenía una pequeña mochila negra.

El terror comenzó a susurrarme. Mis piernas temblaron al adentrarnos en el bosque. La noche me espantaba aún más en un lugar así, en medio de la nada. Ruth caminaba detrás de mí; las luces de nuestras linternas brillaban como estrellas perdidas en un vasto espacio.

El sonido de nuestros pasos resonaba como un eco aterrador; las hojas secas crujían bajo nuestros pies, rompiéndose como mi alma frente a cada descubrimiento. María se detuvo. El lugar era un pequeño claro rodeado de árboles, con extrañas piedras formando un curioso círculo en el medio. María entró en el círculo, sacó unas velas anchas y comenzó a encenderlas a nuestro alrededor.

Sin darme cuenta, Ruth se aferraba a mi brazo. Por primera vez en mucho tiempo, era ella quien se sostenía de mí. María me hizo señas para que me acercara. Caminé hacia ella lentamente; el sonido de mis pasos era como un reloj marcando el tiempo hasta el descubrimiento. El viento frío movía mi cabello con furia, como si la naturaleza estuviera alterando su ritmo por mi presencia, como si algo más estuviera en juego.

Entré al círculo de piedras y me senté lentamente en el suelo helado. Ruth se sentó a mi lado; sentía que los latidos de mi corazón se aceleraban hasta mi garganta. La extraña sensación de la hierba fresca bajo mí me hacía cuestionar mi presencia allí.

María tomó nuestras manos, formando un círculo. Las velas iluminaban el lugar con una luz temblorosa. Sostuvo con fuerza la mano herida y el dolor se hizo punzante, casi insoportable. Comenzó a susurrar palabras que no podía entender, su voz intensificándose. Mi respiración se aceleraba cada vez más. Ruth apretaba mi mano con fuerza, y una sensación de asfixia me invadió. Quería respirar, pero...

Sentí un fuerte estallido en mi oído, como una terrible explosión. Intenté respirar, pero apenas podía. De repente, todo se tornó en silencio; ya no había velas, ni piedras, ni Ruth, ni María. Sentía desesperación por encontrar algo en ese silencio profundo, pero no podía ver más que el cielo estrellado, como si estuviera en medio del vacío. Mi corazón quería salirse por mi boca, mi pulso se descontrolaba.

—Emma—una voz sumamente dulce me hizo voltear.

Una mujer de cabello largo y oscuro, con un rostro sorprendentemente parecido al mío, me llamaba. Había una distancia enorme entre nosotras, pero a la vez podía sentirla tan cerca, como si pudiera tocar su rostro. Por un momento, mi pulso se estabilizó; sentía calma, sentía paz.

—¿Quién eres?—pregunté, confundida; era demasiado parecida a mí.

—Siempre te he amado, Emma. No todo lo que parece es—dijo con voz suave. Mi incertidumbre creció. Quise avanzar para acercarme más, pero no podía. Por más que caminaba, seguía en el mismo lugar. Sin embargo, la hermosa mujer continuó.

—Llevas mi sangre; nunca quise entregar a mi familia. No todo es como parece—decía, y su rostro comenzó a entristecer. Entonces me di cuenta.

—¡¿Abuela?!—grité sorprendida, pero el cielo estrellado comenzó a oscurecerse, y el suelo bajo mis pies comenzó a temblar. El estruendo de la tierra agrietada era horrible. Entonces comprendí que la visión estaba a punto de terminar. Me apresuré a obtener las respuestas que buscaba lo más rápido posible.

—¿Soy una bruja, soy una maga oscura?—grité desesperada. Pero ella se dio la vuelta para marcharse; antes de irse, dijo:

—Das vida, pero también muerte; yo lo fui, ahora es tu turno—su voz resonó vacía, como un eco lejano.

Todo se volvió demasiado oscuro, y apenas tuve tiempo de reaccionar a sus palabras. Mi pulso volvió a agitarse; sentía mi pecho subir y bajar sin parar. Un fuerte dolor de cabeza me golpeó de repente, haciendo que mis oídos emitieran un pitido intenso. No pude evitar cubrirme con las manos, apretando fuerte para sofocar el ruido; mi boca estaba seca y poco a poco iba perdiendo fuerzas.

—¡Emma! ¡Emma!—la voz lejana de Ruth me trajo de vuelta.

Abrí los ojos con dificultad, y Ruth estaba sosteniéndome en sus brazos. Me sentía sin fuerzas, como una pluma deslizándose en el viento.

—Ya está, volviste, volviste—repetía Ruth con preocupación y miedo, acariciando mi rostro empapado de sudor.

Apenas podía hablar, respiraba lento, como si mi presión hubiese bajado, y no podía articular palabras; mi lengua se había vuelto pesada, como un bloque que aplastaba cualquier intento de hablar.




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