Amanecía y la luz cálida del sol nos daba la bienvenida a un nuevo día. Esta vez me había tocado conducir, mientras María dormía en la parte trasera como un bebé. Ruth estaba sentada a mi lado, fumando un cigarro como era su costumbre.
Solo podía pensar en la visión; ver a mi abuela tan joven era sorprendente, realmente me parecía a ella. Las dudas y la incertidumbre sobre cómo enfrentar ese destino me agobiaban, pero de cierta manera resultaba fascinante.
—Oye, ¿me dirás qué viste? —dijo Ruth, rompiendo el silencio y fijando su mirada en mí.
—Sí... Bueno, vi a mi abuela, solo que era muy joven —respiré hondo y sostenía el volante, buscando un apoyo para semejante revelación.
—¿Y? ¿Qué dijo? —preguntó Ruth, inclinándose a la ventana para expulsar humo.
—Bueno, ella mencionó que era una... bruja... y que yo también lo soy. Pero no sé cuán peligrosa puedo llegar a ser. —Dije con dificultad; era muy complicado pronunciar esas palabras.
—Justo lo que sospechaba—dijo con total tranquilidad, como si no fuera nada extraño para ella.
—¿Eso es todo? ¿Sospechas? —pregunté, tratando de drenar mi frustración.
—Vamos, Emma, entre lo peor que te puede pasar y lo peor que te puede pasar, esto es sin dudas lo mejor —sus palabras parecían una broma, pero sabía que era la pura verdad.
—Otra cosa, Ryan me contó que ibas a apelar. ¿Por que no me dijiste? —preguntó Ruth, con un poco de decepción.
—Ah, sí, disculpa, no te había mencionado. Puedo declarar que el pacto es muy antiguo y que no tenía conocimiento de él, además de no haber sido informada con anterioridad y estar en una mala situación económica —dije, intentando resumir lo más posible.
—Bueno, ¿y qué esperan para apelar? —preguntó mientras lanzaba la colilla por la ventana.
—Ryan me sugirió que buscara algún documento antiguo o algo que corroborara lo pactado.
Ruth guardó un silencio momentáneo, como si procesara mis palabras.
—Espera, ¿no vas a demostrar que no sabías nada del pacto? ¿Para qué entonces quieres encontrar algo que lo respalde? —preguntó, algo sorprendida.
Sus palabras sembraron la duda, pero Ryan no iba a querer hacer nada malo.
—No lo sé, Ruth, quizás quiera saber a qué se enfrentará realmente en el juzgado —dije, y no sabía si era una respuesta a Ruth o una pregunta para mí misma. “Pero, ¿por qué debería pensar mal de Ryan, por Dios?”
El viaje continuó en silencio; el cansancio era agotador y, por un momento, todo parecía un sueño. Agradecí que fuera así, al menos por unas horas.
En la casa se sentía una energía abrumadora. Las chicas habían ido a dormir, pero yo no podía. Sentía una gran necesidad de descifrar las palabras de mi abuela. ¿Qué mejor lugar para hacerlo que en su antiguo cuarto? Pero, ¿cómo entraría? Jamás podría pedirle eso a James; sería pedir un favor que realmente no querría.
De repente, recordé las ventanas que daban al almacén. Quizás podría entrar en silencio. Creí que era buena hora para hacerlo; recién daban las 12:30 del día.
Tomé mi bolso, sostuve con fuerza mi cadena con la figura de un gato en mi mano vendada, tomé las llaves que aún conservaba de los cuartos y salí como un caballo alistado para la carrera. Mis nervios estaban a flor de piel, pero estaba segura de lo que quería hacer, así que corrí a mi destino.
No tardé más de 15 minutos en llegar a mi antigua casa, que ahora lucía hermosa; su jardín bien cuidado y sus paredes bien pintadas hablaban del gran poder económico de quien la poseía.
Sin más, me escabullí entre los arbustos; el sol era insoportable, como si estuviera al tanto de cada uno de mis pasos. Ya sabía cómo entrar, así que no fue muy complicado esconderme tras los arboles del hermoso jardín y corrí lo más rápido que pude hacia la gran ventana del almacén, tan enorme que casi parecía una puerta.
Intenté saltar para alcanzarla, pero nunca fui buena en deportes, y mucho menos ágil. Aún así, no me detuve. Lo intenté una vez y, como por misericordia divina, logré subir la mitad de mi cuerpo. Pero, aunque era delgada, era muy sedentaria y se me dificultó un poco entrar. Sin embargo, después de varios intentos, lo conseguí.
El almacén estaba repleto de comida; de cierta forma, James mantenía esta casa en óptimas condiciones. Me apresuré a seguir avanzando, aunque estaba al borde de expulsar mi corazón por la boca, pero mi adrenalina me ayudaba.
Salí al salón, que estaba vacío y elegantemente decorado. No pude evitar recordar los hermosos momentos que viví en ese lugar. Todo se sentía tan tranquilo que casi me asustaba, como si todo se hubiera puesto de acuerdo para ese momento. Subí las escaleras, intentando que mis pasos fueran lo más silenciosos posible, aunque no sabía si lo había logrado.
Una vez en el enorme pasillo, pasé rápidamente la primera habitación, la principal. Supuse que allí dormía James y no pude evitar sentir una gran curiosidad por saber qué escondía el señor Audrey en ese lugar.
Algo más pasó por mi mente: ¿estará allí ahora? ¿Dormirá en este momento o qué estará haciendo? Una imagen de él se hizo casi real en mi cabeza: ¿estará usando ropa? La vergüenza llenó mi interior. “¿Qué te pasa, Emma? ¡Reacciona! Si te atrapan¿ seguirás pensando en este hombre? . Vamos a lo que viniste”, me repetía a mí misma, como si esa voz interior pudiera salir de mí y volverse independiente.
Me acerqué a la enorme puerta del cuarto que antes perteneció a mi abuela, saqué las llaves y abrí la cerradura con cuidado. Mis manos estaban heladas y mi frente se humedecía con un sudor frío que me ponía los pelos de punta. Entré al cuarto y cerré con cuidado.
Todo estaba oscuro, solo iluminado por los leves rayos de sol que se colaban entre las cortinas. Mi corazón se estrujó y un millón de recuerdos vinieron de golpe a mi mente. Todos los hermosos momentos que pasé en ese lugar, las noches en que no podía dormir y venía a refugiarme aquí junto a mi abuela. Todo parecía como si fuera ayer, pero tristemente ya no lo era.