—”De acuerdo con las leyes exclusivas que rigen Highland Park, Dallas, queda prohibido infringir cualquier pacto ancestral realizado a partir del año 1925. Estos convenios son respetados plenamente y otorgan derecho absoluto sobre cualquier patrimonio adquirido durante ese período.
Tras examinar la apelación presentada por la señorita Emma Ford Rodríguez, en su calidad de heredera legítima de la familia Ford, este tribunal reconoce su derecho sobre la propiedad conocida como la Mansión Ford. Sin embargo, también se respalda la validez del acuerdo firmado por el señor James Audrey, quien adquiere la misma propiedad bajo las disposiciones legales vigentes.
Por lo tanto, se decreta que la señorita Emma Ford Rodríguez y el señor James Audrey son copropietarios de la mansión en partes iguales, sin derecho a dividir la propiedad salvo por mutuo acuerdo entre ambas partes.
Asimismo, dado que la mansión está bajo hipoteca, se estipula que la señorita Ford deberá asumir el pago correspondiente a su porción.
Que quede registrado este fallo. El tribunal levanta la sesión.“
La sentencia del juez resonó en la sala, y la tranquilidad y satisfacción de haber recuperado mi hogar me arrancaron una sonrisa que iluminaba mi rostro; no podía pensar en otra cosa.
El juez abandonó la sala, dejándonos a solas. Me lancé al cuello de Ryan, como si finalmente la felicidad me hubiera otorgado uno de sus preciados momentos. Él me abrazó con fuerza, y su risa sonora reverberó en el lugar.
—Emma, sé que estás contenta. Pero sabes que tendrás que compartir la mansión con James —dijo mientras me bajaba para que tocara el suelo.
Mi sonrisa se desvaneció. Mis ojos recorrieron el lugar, y la preocupación se apoderó de mí. Mi mirada se encontró con James, quien se había mantenido casi inmóvil, como si la noticia no le hubiese afectado en lo más mínimo. Estaba enfrascado en una conversación discreta con total serenidad, como si tuviera un plan en mente. Se levantó y se acercó a mí.
—Felicitaciones, Ford —dijo esbozando una amplia sonrisa—. Viviremos juntos.
Respiré hondo, sin saber si esto era malo o algo aún peor. Llevé una mano a mi rostro intentando procesar la situación.
—No estará sola, téngalo por seguro, señor James —expresó Ryan, con las manos en los bolsillos, alzando la cabeza para fijar su mirada en él.
—De eso estoy convencido, abogado Cooper —respondió James con sus ojos fijos en Ryan.
Sus miradas se enfrentaron como dos fieras preparadas para el combate, como hienas disputando su lugar en la manada.
La abogada observaba desde la distancia, captando cada detalle, cada gesto, como si estuviera calculando algo.
—Ryan, ya podemos irnos —lo empujé suavemente por el brazo, aunque él resistía—. Tengo que preparar mi regreso a casa.
Conseguí que Ryan se moviera, pero la voz de James nos detuvo al instante.
—Abogado.
Ryan se volteó, mirándolo con la misma intensidad, como si intentara hablar a través de sus ojos.
—Estará invitado a nuestra casa muy pronto —dijo James, sonriendo de manera provocadora.
Sostuve a Ryan con fuerza, tratando de evitar que la situación empeorara.
James seguía allí, con su sonrisa congelada.
No sé quién es realmente, es tan impredecible, capaz de inspirar temor, seguridad y atracción al mismo tiempo. Me sentía atrapada en un torbellino, donde todo giraba a mi alrededor sin lógica alguna.
Nos dirigimos hacia el auto, el calor del mediodía era sofocante. Mis tacones me hacían sufrir. Ryan se ajustaba la corbata con incomodidad; jamás lo había visto así.
—Ryan… gracias por todo. No le prestes atención a James, ¿de acuerdo?
Trataba de calmar la cólera evidente de Ryan mientras me recostaba sobre su coche.
—Tranquila, soy más fuerte que esto, solo es un mal momento —respondió, esbozando su característica sonrisa y recuperando su habitual alegría.
—Te llevaré en mi auto, sube. Luego mandaremos a recoger el tuyo.
No pude evitar sonreír ante la propuesta de Ryan. Acepté ir con él, después de todo, se lo debía.
Me subí al auto, inhalando el suave aroma a lavanda que impregnaba el interior de la camioneta.
Ryan se despojó del saco y la corbata, quedando con la camisa blanca. Con un gesto decidido, desabotonó hasta el cuarto botón. El Ryan despreocupado volvió, sonriéndome y soltando un suspiro de alivio.
—¡Mucho mejor!
Su carcajada auténtica me contagió y me uní a su alegría, como si estuviéramos disfrutando de una gran aventura. Lo observé detenidamente y noté los hoyuelos en sus mejillas que antes no había advertido; sus hermosos ojos azules resplandecían, como si el sol se reflejara en ellos. Su sonrisa se transformó en una expresión de admiración; había algo más en su mirada, algo delicado.
—Eres tan distinta a las demás, Emma —su cuello se tensó ligeramente.
Sentí una conexión especial, una cercanía inusual. Estaba tan cómoda y segura en sus palabras y en su mirada. Se inclinó hacia mí, y con su mano derecha acarició suavemente mi rostro.
Sus labios encontraron los míos, como una mezcla de colores que despertaba un arcoíris de emociones. Su tacto delicado me envolvió en ese beso. Pero la imagen de James besándome con intensidad irrumpió en mi mente; era como si ya hubiera dejado una huella en mi corazón.
No pude seguir besando a Ryan, sentía que no era justo. Me aparté con cuidado, desviando la vista hacia la calle, donde los edificios se alzaban imponentes.
—Ryan, yo… lo siento.
—Perdón, me dejé llevar —dijo, acomodándose en el asiento mientras mordía sus labios, su respiración agitada llenaba el silencio del coche.
—No te disculpes, me pareces una persona increíble, eres como un ángel para mí.
Sonrió mientras encendía el auto.
—Lo aprecio, hermosa.
Sus palabras me llenaron de calma, como si estuviera en casa. Sentía que podía hallar paz a su lado, todo lo contrario de lo que sentía con James, con quien podía ser yo misma, pero en mi versión más oscura.