Un edificio sobrenatural

Capítulo 12

  Leonardo revisaba las cosas. Había objetos mágicos de toda clase, algunos extravagantes y otros que eran simples.

—¿Qué es todo esto? -dice él al ver un estante con copas de metal con nombres escritos.

—Las colecciones de tu tío. Por lo que veo le encantaban este tipo de objetos -contesta Román asombrado.

—Mira cuantas copas. Son hermosas -comenta Maribel-  Mi abuelo tenía varias de estas.

—Es una colección muy grande.

 

   Leonardo toma una de las copas de metal plateado. Su apariencia era antigua y tenía runas grabadas.

—Anthony Hatter ¿Quién será ese? -pregunta él. 

  La copa se ilumina y de ella sale una bola de luz. Aparece un espíritu que tiene la forma de un señor algo gordo y casi calvo.

—¿Quién osa molestarme? -dice el espíritu con seriedad.

—¿Osa? -pregunta Maribel. Esa palabra le parecía extraña en esa época.

—¿Quién eres? -le pregunta Leonardo al espíritu.

—Soy Anthony Hatter, un gran filósofo. Nacido el 24 de junio de 1469. Escritor de cinco exitosos libros. Fallecido de cáncer en 1523. Ya que han hecho su pregunta, me retiro.

 

   El espíritu desapareció al igual que su nombre que estaba grabado en la copa.

—No entendí nada.

—Son copas Ungles. Al pronunciar el nombre grabado sosteniendo la copa se conectan con el espíritu, para que aparezca y le puedas hacer una pregunta y luego queda inutilizada -responde Edgar.

—Desperdiciaste tu pregunta preguntándole quien era -le dice Román.

—Yo no sabía quien era -contesta Leonardo defendiéndose.

—Era un filósofo, tampoco nos iba a decir nada que queramos saber -dice Edgar restandole importancia.

—Pero hay muchas de esas copas.

—No digas sus nombres o los invocarás.

—Deberíamos escribir sus nombres e investigar quienes son, podrías encontrar alguien que responda tus dudas -comenta Maribel.

—Buena idea -dice Román.

—Esto vale un dineral -dice Edgar con bastón de madera con la punta de metal.

—Creo que no fue buena idea traer a un ladrón aquí.

—Estoy de acuerdo -responde Maribel.

—Pienso lo mismo -contesta Leonardo.

—Yo nunca le robo a mis amigos -se excusa Edgar molesto. Él era un ladrón con principios.

—Si se pierde sabremos que fuiste tú -comenta Román molestando.

—Que poca confianza. Yo robo sólo a personas comunes con objetos mágicos que no deberían tener. Es peligroso que tengan ciertos objetos.

—Pero no podrían utilizarlos -dice Leonardo.

—Algunos sí. Hay objetos que las personas comunes pueden controlar. Han habido muchos casos en donde la ambición a llegado muy lejos -contesta Edgar.

—¿Cómo cuál? -pregunta Maribel con interés.

 

   Edgar se sentó en el suelo y los demás lo imitaron. Escuchaban atentamente lo que Edgar decía. Tenían la misma curiosidad que los niños pequeños.  Éste se sentía complacido de tener su atención.

—Existe una historia muy antigua de un conde. Compró una reliquia, un hermoso cetro de un gris azulado con muchos grabados. Se dio de cuenta que con ese cetro podía manipular la mente de las personas. 

—Presiento que ese conde es alguien que nunca debió tener poder en sus manos  -dice Maribel.

—Pueden imaginarse para que la utilizó. Se apoderó de toda la riqueza de su pueblo y los controlaba como guerreros. Lo que no sabía es que ese cetro tenía un límite de magia y cuando se acabó todas las personas lo torturaron hasta matarlo.

—Por lo que hizo ya se lo esperaba -dice Román.

—Eso se fue hace años, aunque también han ocurrido casos más recién -contesta Edgar.

—¿Cómo cuales otros? -pregunta Román. Todos tenían mucha curiosidad.

   Edgar se quedó en silencio recordando. Durante su vida ha escuchado muchas historias sobre las consecuencias de los objetos mágicos en personas comunes.

—Un espejo mágico donde podías ver donde se encontraba la persona que nombrabas. Un mafioso lo utilizaba para encontrar a sus enemigos.

—Ningún enemigo se salvaba de ese mafioso -comenta Leonardo.

—Una esfera de cristal mágica, una adivina lo utilizaba para chantajear a personas importantes con sus secretos.

—Lo poderosa que puede llegar a ser cierta información secreta -dice Maribel.

—Un asesino que poseía un anillo que lo hacía invisible -dice Edgar recordando- Ese caso fue muy conocido en mi gremio. El anillo fue recuperado por un gremio oscuro que se encargó de asesinarlo.

—Un asesino que te podía asesinar sin darte cuenta. Que miedo -contesta Román con escalofríos.

—Entre otras historias -finaliza sus relatos poniéndose de pie.




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