Segundo Acto: conocer
En algún punto de la vida despiertas, al ver que cada día tienes menos oportunidades de sentir las cosas con calma e inspeccionar todo de diferentes perspectivas, que cuando vas a trabajar no te fijas en el árbol que está en la esquina, ese que veías cuando ibas de paso al colegio. Al llegar la noche no has visto el cielo con detenimiento y aquello que tanto observabas ahora es casi imperceptible. Todo es como si tuviera una viñeta que te muestra lo único que entra en tu pequeño cuadro llamado vida, y me hace preguntar ¿qué figuraba ella en mi cuadro o solo es un personaje más del relleno para mi próximo final? Después de estrechar su mano, sentí un cosquilleo, como mi piel se erizó; desde la parte trasera de mi cuello, hasta mis brazos.
—Nos vemos —dijo, se alejó poco a poco.
Me dejó ahí con preguntas que requerían una respuesta. Hice el intento de hablar, pero cuando sientes más felicidad y crees que estás en la cima completamente bien, creyendo que algo bueno puede venir... las cosas no resultan de esa manera.
Mientras caía en un abismo, lo único que imaginaba era un final, el perder la consciencia por lo que parecía ser una eternidad, se volvía más doloroso e indignante, aunque solo fuera por unos cuantos segundos.
Al despertar Steve se acerco de inmediato a mí.
—Hermano me has dado el susto de mi vida ¿qué sucedió?
Hablar se me dificultaba, procesaba todo a una velocidad letárgica.
—Salí y estabas ahí inerte, por un momento imaginé lo peor —Steve parloteaba cada que podía.
—Veamos qué tenemos hoy —el señor Han entro a la habitación—. ¿se ha caído de nueva cuenta señor Daniel? —el señor Han me recibe desde hace un año, cuando caí de un segundo nivel.
—Estaba tirado en la calle abuelo —el señor Han reprende con la mirada a Steve.
Finalmente entrego mi renuncia. Los días siguientes veo programas y leo revistas tontas, salgo a caminar y Steve sigue viniendo a mi casa a comerse todo lo que encuentra.
Por otro lado, Isa no sale de mi cabeza, La esperanza de encontrarla cada que salía me emocionaba, pero regresar a casa sin haberla encontrado, era decepcionante. ¿Dios me escuchaba? Quiero creer que hay un cielo, algo más allá de esta vil existencia. Quiero convencerme de que hay una razón del porqué las cosas pasan de la manera que lo hacen y que las monjas no es que fueran egoístas quizá sólo estaban cansadas de cuidar a niños andrajosos, niños que no sabían cómo interpretar señales.
Tal vez, solo tal vez, las personas estamos hechas de arrepentimientos y dolor, dolor que debemos superar, arrepentimientos que tenemos que olvidar. El hecho de encontrarla en el día menos pensado me daba la ilusión de que alguien la había puesto en mi camino para salir de este cuadro.
Pasaron tres días y cuando estaba dejando de lado la idea de verla, ahí estaba, en un cuadro que mostraba una noche de neblina.
Lucia perdida, el aire acunaba su cabellera, sus ojos observaban las olas de un océano que arremataba con fuerza contra la orilla, para abrir paso al toque de sus pequeños pies.
—Una grandiosa odisea —gira sobre sus piernas y me ve.
—¿Qué cosa? —me sentía cohibido frente a ella.
—Hoy hace frio ¿podría darme su chaqueta? —no sabia si era una broma—. No es del tipo caballeroso, que mal —mis manos temblaban.
—Toma —. Ofrecí torpemente.
—Era una broma.
—Entiendo, aún así aquí esta.
—Lo generoso va con usted —fue como un revoloteo en mi estomago ¿las famosas mariposas quizá?
—Si me conociera no pensaría eso.
—Nunca conoces del todo a una persona, ni usted mismo se conoce bien, eso se lo aseguro. Además, dije que iba con usted no que lo fuera.
—Golpe bajo —bromee—. Olvídelo.
Nos quedamos callados, era un poco incomodo.
—Me preguntaba si dejaba esa cámara de lado —saque a colación.
—Piensa en mí —dijo en tono burlón—. Solo cuando duermo —sus dientes eran blancos, sus labios en una línea, rosados.
—¿Qué hace tan tarde por la noche en la playa?
—Despejar la mente —hace ademanes con la mano imitando a una mariposa.
—Genial, eso es bueno.
—¿Y usted? —se recuesta sobre la arena, no puedo evitar reír por lo infantil que se ve.
—Quería caminar —y encontrarla. Imito su posición sobre la arena.
—Sabe, algo me decía que nos volveríamos a encontrar—parecía ser que Isa también pensaba en mí.
—Nuestro destino es encontrarnos —bromee para aligerar el ambiente.
—Concuerdo —ríe suavemente.
—¿Por qué le gusta tomar fotografías?
—No lo sé.
—¿No lo sabe? Creí que me daría una larga explicación del porqué.
—Ya ve que no —hace un gesto extraño.
Nos quedamos en silencio. Ambos recostados en la arena con la vista al cielo.
—De las dos ocasiones en las que nos hemos encontrado he visto que se pierde por momentos —ahora ella interrumpe el silencio.
—¿Es algo malo?
Me ve por unos segundos.
—No, para nada.
—Ya, ¿Qué estaría haciendo si no hubiera llegado? —se levanta, sacude su ropa y yo la sigo.
—Probablemente —lo piensa un par de segundos—. Nada en particular.
—Ya veo.
—¿Quiere ver algo? Vamos.
—Debo irme —el reloj marcaba las doce de la media noche.
—No tiene nada que hacer, lo sé —fijo sus ojos directamente en los míos.
—Tengo mucho que hacer, ahora si me disculpa —creí que era ella la que levantaba barreras, en realidad era yo.
—¡La vida puede acabar en menos de un segundo y usted no quiere vivirla! —escuchaba el sonido de la arena al pisarla, lo cual me indicaba que Isa venía a un paso detrás.
—Oye, Dan por favor debe ser feliz, alejar a las personas no le hará ningún bien. Solo busco ayudar —susurra lo último—. No lo desperdicie estando encerrado —retoma con fuerza.
Cada palabra que salía de su boca daba a entender que ella sabia que iba a morir.