La luna ya no destella y el sol no da su calor
Podría ser algún cambio?
Salvaron, salvaron mi hogar, no fue mano de humano
Sino de animal. Esa tarde susurré tu nombre al verte marchar cuando la lluvia y los pétalos de loto caían.
Ñañandu, un gato doméstico de pelaje blanco dormía apaciblemente en su cajón-cama cuando en una fría mañana de otoño, una pluma negra cayó cerca de su nariz. Levantó la vista, no vio nada, pero escuchó un intenso aleteo.
Saltó por la ventana y aterrizó sobre la grama del patio trasero, observó al cielo que estaba entenebrecido y relampagueante. Se dirigió a la parte delantera, cruzó la cerca y salió de su casa. Recorrió un par de cuadras y vio unos arbustos, los cruzó y se dio cuenta que estaba a la entrada del bosque. Arqueó su lomo para desperezarse, agazapado y con las orejas erguidas, se adentró a la espesura. Pasó por unos helechos y atravesó una hondonada. El bosque era realmente un nuevo mundo para el felino.
Un árbol solitario se alzaba ante su vista. Al ver al gato le preguntó:
— ¿Qué te trae por aquí, pequeña y débil criatura?
—Escuché el aleteo de un ave y vine hasta aquí.
— ¿Qué tramará ese vil ser del bajo astral?—se preguntó el viejo árbol.
— ¿Del bajo astral? ¡Vaya! —exclamó el felino—.En este lugar puedo hablar.
—En este bosque no hay barreras de lenguaje, lo verdadero e importante no puede ser visto ni escuchado con tus ojos, oídos o sentidos, solo tu espíritu puede interpretar lo que este viejo árbol tiene para decir.
—Es la primera vez que entro en un bosque. Me parece un lugar misterioso y fascinante —espetó Ñañandu.
—Oh, sí, lo es, mi peludo amigo, pero lo siento mucho por ti, este bosque que tanto te ha gustado y que no conocías, está desapareciendo, pero no por la mano del humano. Al menos del humano que sueles conocer.
—¿A qué te refieres?—preguntó el felino blanco.
—El trabajo que tenía, donde vigilaba y guardaba hasta por los más pequeños se desvanecerá conmigo.
—¿Tu trabajo? ¿quién eres?
—Solo soy un guardián y Evald es mi nombre.
—Yo soy Ñañandu y también soy un guardián.
—Ah, con que eres un guardián.
—Si, de mi hogar.
Un viento helado sopló sobre el árbol y una fría bruma lo cubrió todo. Al disiparse, ambos estaban solos, sin nada alrededor, cómo si todo estuviese pintado de blanco.
—¿Qué ha pasado?—preguntó Ñañandu—. Es como si todo hubiera sido borrado de la faz de la tierra.
—Es obra de un pobre ente atrapado en su propia inmundicia. El está eliminando el bosque y desea doblegarme, pronto lo logrará. Ya llegó su sirviente.
—¿Llegó, quién, donde?
—¿Sigues husmeando en asuntos ajenos?— Preguntó el árbol.
—¿A quién le preguntaste eso, Evald?—Ñañandu miraba a todos lados.
—Solo a ti, querido guardián milenario.
—¿De quien es esa voz, Evald?
Un cuervo apareció aleteando y se posó sobre una de las ramas del árbol.
—Evald, mi querido Evald—habló el pájaro—. Si hubieras rendido el bosque a mi amo por las buenas, no estarías en esta situación, has perdido hasta la última de tus verdes y relucientes hojas y los pocos árboles que te rodeaban, ya han perecido.
—Vete, querido amigo, aquí ya no hay nada para ti —Evald lanzó un hondo y apesadumbrado suspiro.
—Oye gato —graznó en tono burlesco el cuervo—. Mejor vete a tu cómodo hogar a jugar con tu caja de arena, no te metas en asuntos que no te corresponden.
—Es mejor así mi felino amigo, ya no hay nada que hacer.
—¡No! —fue la respuesta de Ñañandu —. Quiero ayudar, quiero ayudarte, Evald.
—¿En serio deseas ayudar a este viejo y decrépito árbol y a su humilde morada?
—Si. La verdad, no lo sé. Siento que…que puedo ayudarte. No se porqué lo deseo.
«Quizás, quizás haya una leve esperanza en un pequeño animal casero».
El árbol abrió su boca y de ella salió una pequeña piedra blanca que lentamente se posó y se incrustó dentro de la frente de Ñañandu.
—Eso fue lo más estúpido que pudiste haber hecho —resolló el cuervo.
—No te dejes engañar, Ñañandu —replicó Evald—.Este ser malvado es un discípulo de aquel que quiere eliminar el bosque, todo lo que te diga considéralo una mentira.
El soplo del viento se incrementó tanto, que Ñañandu se aferró a la tierra con sus garras.
—Te confío el futuro del bosque, mi querido y felino amigo, se uno con él y te bendecirá. La piedra te protegerá del ataque de este cuervo. El no podrá acercarte a ti mientras la tengas contigo, pero debes darte prisa porque su poder ya comienza a mermarse. Lleva esa piedra, llévala con la diosa el sol. Si llega a sus manos, todo podrá restaurarse. El destino de este bosque depende de ti. Adiós, Ñañandu.