Amaia
La palabra idiota me quedaba como anillo al dedo. Porque me había acostado con el ser más despreciable, déspota y egocéntrico que podía existir en este mundo: Duncan Salvatierra, el pica flor.
Pase la noche con Duncan y eso no es lo peor. Lo peor del caso es que el había sido el primer hombre en en mi vida. El Playboy me había desvirgado y eso era lo que más me molestaba.
—¿Amaia Montero, en que piensas tanto? -levante mi mirada y bufe al encontrarme con los ojos curiosos de mi amiga la barbie humana. —¿A quien tengo que matar?
—Pienso que... por tu culpa cometí el peor de mí vida. Me acosté con mi maldito enemigo. -ella abrió los ojos desmesuradamente y soltó una gran palabrota —¡Matame, joder!
Ella se quedó observándome por un corto tiempo y sin yo verlo venir soltó un gran carcajada.
La fulmine con los ojos y posteriormente me levanté de la cama cojeando a causa del dolor que sentía en mi zona V.
Me detuve al dar solo unos pocos pasos y cerré los ojos.
—Padre amado, esa fue la follada del año para que ahora estés adolorida mujer. -abrí mis ojos y no perdí el tiempo ya que le di otra mirada fulminante. —Dime algo Amaia. ¿Duncan lo tiene grande?
Ante esa pregunta a mi cabeza llega la imagen del proveniente miembro de Duncan y es tan placentero lo que mi mente está recreando que de mi boca sale un gemido.
Maldición es que ese pedazo de carne de merece que le recen y que le crecen un altar para adorarlo todos los santos días.
—¡Oh, por Dios! ¡Soltaste un gemido! Ver para creer -me sonroje al escuchar sus palabras y retomé mi caminata al baño. Cerré la puerta con seguro y me detuve al frente del espejo abrí mis ojos como platos al ver la gran mancha morada en mi cuello.
Un maldito chupón me había dejado ese idiota.
Examiné la zona con detenimiento, mis ojos de cerraron y el recuerdo de la boca de Duncan en esta zona me hizo erizar la piel.
Abrí mis ojos de golpe y negué con al cabeza.
—Tengo que olvidarme de esa escena. Tengo que dejar en el olvido esa noche. Tengo que olvidar a Duncan Salvatierra. ¡Tengo que hacerlo! -hable mirándo fijamente el reflejo que proyectaba en el espejo.
Solté un suspiró y después me alejé del espejo para entrar a la bañera.
Luego de darme un largo baño salí del baño y me sorprendí al ver a Aitana todavía en la habitación.
—¿Necesitas algo? -pregunte al verla con mi teléfono en sus manos. —¿Se te perdió algo?
—El condenado es muy guapo -me mostró la foto que tenía Dustin en su perfil de WhatsApp —Con razón Diego salió todo un bombón.
Negué con la cabeza y le quité el teléfono de sus manos, ella protestó pero no hizo nada para remediarlo. Cogí la fotografía de Dustin y se la envíe a Aitana. Quien cuanto sonó el característico sonido de su teléfono lo tomó entre sus manos y sonrió al ver la foto.
—Te amo Amaia, te amo. -Aitana hablo para después lanzarse sobre mi para abrazarme con fuerza. —Eres la mejor.
—Lo se, ahora deje vestir en paz -ella me guiño un ojo y posteriormente camino hacia la puerta de la habitación pero antes de salir se detuvo.
—Diego y yo iremos contigo al rancho -me sorprendí al escuchar esas palabras, porque desde nace tres años exactamente le estoy pidiendo que le diga a Dustin la verdad. —Ya es hora de que mi hijo conozca a su padre. Diego tiene que disfrutar de su padre.
Tras decir estás palabras ella salió de mi habitación dejándome literalmente con la boca abierta.
Eso lo mejor para Diego, pero creo que no será lo mejor para Aitana. Porque estoy segura que Dustin le hará la vida de cuadritos al enterarse que se ha perdido tres años de la vida de su pequeño hijo. Será como decirle ¡Heredero a la vista!
Negué con la cabeza y antes de poder empezar a cambiarme mi teléfono sonó anunciándome un nuevo mensaje.
Tomé el celular entre mis manos y leí el mensaje que Dustin me había enviado.
»Tienes muchas que explícame, Amaia.«
Negué con la cabeza y bufé levemente. Porque sabía que al regresar tendría una extensa y exhaustiva charla con ese crapuloso, por haber ocultado su apellido.
Qué Dios se apiade de mi...
Como le había prometido a mi madre estaba aquí antes de marcharme, estaba parada al frente de ella que antes consideraba mi hogar. Frente al que era mi castillo protector. Solté un suspiró y guíe mis pasos hasta el columpio que habían colocado en el jardín.
Una lágrima salio de mis ojos al recordar lo feliz que había sido en este lugar, en mi hogar.
—Amaia, hija -me tense al escuchar la voz del hombre que más amaba en el mundo pero que también me lastimo y dejo una gran herida en mi piel, mi padre. Alonso Montero. —Perdóname, por favor.
Me levanté del columpio ante la mirada de él y mi padre quisó acercarse a mi pero di un paso hacia atrás.
—No tengo nada que perdonarle señor -él negó con la cabeza ante estas palabras —Dígale a mi madre que vine a visitarla antes de marcharme pero que lastimosamente no pude encontrarla.
—Hija, Amaia.. -detuve sus palabras porque no podía seguir escuchándolo, porque lastimosamente recordaba la barbaridad que él quería realizar.
Solo a él se el ocurre querer compartir el amor de alguien con dinero.
—Adiós -luego de decir estás palabras giré sobre mis talones y suspiré al encontrarme con mi hermano. —Hola, señor Montero.
Alan suspiró y negó con la cabeza. Sabía que le molestaba que lo llamara así, por eso lo hacía.
-Has lo que quieras. Si quieres seguir con este maldito juego absurdo allá tú. No seré yo quien me este perdido de momento en familia, eres tú quien se ha perdido de todas las cosas buenas que han pasado durante estos cuatro años. ¡Ya me cansé de tratar de agradarte Amaia, has lo que quieras... ¡Maldición!
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Editado: 20.06.2024