Lo observo, dejando la labor en el instante al quedar a su altura en lo que llego hacia él.
Aleix me observa durante unos minutos, aguardando en la tranquilidad del momento, mientras pienso en sus palabras.
No sé si decir que intenta manipular a su mamá o lo ha logrado un par de veces con el actuar que ha forjado sobre ella, lo que sí tengo presente es que a veces las conductas se manifiestan con la intención de hacer un llamado.
Uno a su madre, quien tal vez, no le ha dado lo que quiere o ha intentado ponerle un orden a los pensamientos en su cabeza, porque tampoco puede abarcar todos los que tiene en ella.
Ser madre es un trabajo arduo, criar no es lo más color de rosa que ha existido en la vida y cargar con tantas responsabilidades sobre sus hombros, tampoco fue lo mejor que pudo pasarle.
Suna se quedó en un punto intermedio de la vida, en un estado de necesidad, de ayuda, donde las personas no le dieron la mano que necesitaba, ni ella la pidió al fingir que todo estaba en orden.
La verdad, es que nada lo estuvo desde el primer instante, desde que supo que no podría escapar de la duda y que tampoco quería tomar una decisión que le arruinara parte de su vida.
A lo mejor, tener al niño también le arruinó una gran parte de ella, porque dejó de ser quien era, para darle a ese pedazo de su ser, lo que no tuvo con ella, ni lo que otro le dio en el pasado.
Por lo poco que me ha contado desde ayer, su padre se desentendió de su existencia, el rechazo fue inminente y el tener la espalda de su madre y de sus hermanas, no se le hizo nada favorable.
Perderlo todo, por lo que cree que es nada, no es algo tan fácil de asimilar, por mucho que vea los frutos en esa pequeña copia que lo llama mamá.
—Sabes que eso no es bueno, ¿verdad?—Asiente, consciente al sacar y entrar la lengua, pero no se mete el dedo en la boca, a pesar de que lo intenta.
—Sí, mi mamá me dijo que eso es violencia—responde, palmando mis manos al ponérselas en frente.
—¿Y qué es violencia, Aleix?—Fija sus ojos en los míos.
—Hacerle cosas malas a los demás—comprendo al oírlo hablar—. A ella no le gusta que le jale el pelo, se queja, por eso lo toco despacio muchas veces—prosigue—. Si se lo enredo, se molesta, pero no me grita ni me pega—habla.
—¿Nunca?—Niega, repetitivo al mantenerse conmigo.
—No—enuncia—. Me habla mucho y a veces se agota, se apaga o algo—augura—. También hay días en que se queda muy quieta, sentada en la cama—frunzo el ceño ante la extrañeza—. ¿Vamos a ir al trabajo, papá?—Sonrío, asintiendo al cabo que empieza a gritar, emocionado, sin dejar de saltar.
—Aleix—baja la intensidad, atento a que no le pase nada o pueda pisar mal—, ¿te lavas los dientes solo?
—¡Sí!—eleva, dando un salto al suelo al apalaudir con las manos—. ¿Voy?
—Sí, cruza al frente, es el baño—aclaro—. Voy a vestirme.
—Pero estás sucio—arruga la nariz—. Hueles a no bañado.
—Cepíllate—ordeno.
—Si te bañas primero—achico los ojos ante su desafío, dando un paso firme hacia él.
Me inclino, a la par que muestra su superpoder por la fuerza que hace al mantener sus pupilas sobre las mías, haciendo músculos con sus brazos.
—¡Yo soy Holk!—gruñe, cambiando la voz—. Y te voy a llevar a bañarte.
—Y yo soy espaiderman—le muestro los dedos—, y voy a trepar por la cama—voy hacia allá, al notar que me sigue, riendo al quererme arrastrar a ese lugar.
Lamentablemente, no podrá lograrlo, porque a los chicos araña, no nos gusta el agua.
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Editado: 14.11.2024