Licy suspiró, y agarró su cabello en una cola alta, antes de irse a tomar un poco de café en su vieja cafetera y visualizó el centro de la ciudad. Todo parecía tan irreal que por un momento se imaginó que todo estaba bien con ella. El hermano de Matteo iba a ser padre en unos meses, ella no podía darle eso a su gran amor, por el simple hecho de que todo dentro de ella fue eliminado por no cumplir su última misión.
Sus recuerdos fueron borrados, y con ello sus ganas de vivir. Le dieron otra oportunidad de ver la vida otra vez, sin embargo, no podía volver a romper ese trato que le dieron. Su libro estaba entre esos ángeles caídos que rompieron las reglas por amor, por amar a un hombre que ni al caso.
Preparó su café y el de su jefe, luego esperó a que alguien fuera por ella a la entrada de su casa antes de emprender el viaje hasta la casa presidencial.
— Buenos días, Josh —saludó al chofer—. ¿Qué tal tu día?
— Todo bien, señorita Licy —saludó el anciano—. Pasaremos primero en busca del señor Matteo —informó el chofer—. Me pidió que pasara a buscarlo a su casa.
— De acuerdo, no hay problema —dijo incómoda—. ¿Sabes por qué no se quedó con su esposa?
— Bueno, discutieron la noche anterior y él no quiere que ella sepa en dónde tiene esa casa —el chofer se rascó la nariz—. Sabe cómo es él de intenso con todo.
— Vaya, ellos se han pasado toda su vida discutiendo y ahora están que ni pueden estar juntos —Licy sacó su tablet y entró al sistema—. Gracias, Josh, por informarme.
— Solo la estaba previniendo —dijo burlón el anciano.
Licy río con él. Si Matteo amaneció de malas, es obvio que ella iba a pagar las consecuencias de eso. Llegaron a la morada de Matteo, y ya este los estaba esperando en la entrada con cara de pocos amigos.
— Buenos días —Matteo dijo, y luego presionó el botón que dividía el auto—. ¿Qué tienes para mí?
— Tiene un desayuno con los congresistas, señor —Licy mordió su labio, y luego vio que el alfa estaba batallando con la corbata—. Déjeme ayudarle, señor.
— Estamos solos, puedes llamarme por mi nombre —siseó Matteo, y tomó la tablet—. ¿Es obligatorio ir?
— Sí —Licy se acercó a él y rodeó el cuello del alfa con sus manos, hasta colocar la corbata de forma debida—. Es de suma importancia que vaya antes de su viaje, además, recuerde que debe ir a cualquier comida que haya durante la semana.
— ¿Irás conmigo? —Matteo la miró por unos segundos, los cuales la pusieron más nerviosa que de costumbre—. Bueno, de todos modos debes ir conmigo a cualquier lado que yo vaya sin queja alguna.
— No iré, ya le dije que su esposa es con quien usted debe pasar más tiempo —Licy volvió a tratarlo de manera diferente—. Que no se le olvide que tengo una vida, y necesito salir a despejarme.
— ¿A despejarte? ¿Con quién? —Matteo frunció el ceño viéndola—. ¿A quién le pediste permiso para hacer ese tipo de cosas?
— No tengo por qué pedirle permiso a nadie —Licy terminó de ponerle la corbata, no obstante, dejó sus manos en la corbata—. Señor, cada día me hago más vieja, debo buscarme un novio.
— Licy, estás colmando mi paciencia —Matteo acercó su rostro al de ella—. Todo tiene un límite y tú estás acabando con el mío —tensó la mandíbula—. No puedes estar en una relación si…
— Si estoy trabajando contigo —volvió a tutearlo—. Es por esa razón que le voy a dar mi carta de renuncia, señor presidente, —el rostro del alfa cambió a uno sorprendido—. Sí, en los próximos días verá mi carta de renuncia y yo podré vivir cómodamente con lo que tengo…
— Tu contrato no ha terminado conmigo —el alfa agarró su mano antes de que la quitara—. No te irás a menos que yo dé la orden de que lo hagas, y eso por el momento no está en mis planes. ¿Estamos?
— No hay…
— Licy —el alfa la detuvo—. No puedo dejar que te vayas, tu trabajo es excelente —eso fue cómo un golpe en el pecho—. Si te vas, nadie podrá hacer las cosas cómo tú.
— Hay más personas que pueden hacer el trabajo por mí —mordió su labio, y sintió que su pecho estaba oprimido—. Lo siento, no puedo quedarme más tiempo con usted.
— Hablemos de esto cuando estemos completamente solos —Matteo la soltó—. Me acompañarás a ese desayuno, te sentarás a mi lado y te quedarás cómo una buena niña. ¿Estamos?
— De acuerdo, señor.
Hizo una línea recta luego de haber dicho eso. Matteo la iba a matar. Si él no conseguía lo que tanto quería, muchas cosas malas pasaban. Ella terminó de arreglar su corbata antes de que saliera del auto, y un sinfín de reflectores no se hicieron esperar. Matteo, cómo todo un caballero ante las cámaras, dejó que tomara su mano antes de que las personas comenzaran a hablar.
Estaba muy nerviosa la pobre que no podía caminar bien. El alfa se detuvo durante unos minutos para responder las preguntas de los periodistas, y una que otra cosa personal antes de empujarla de modo cariñoso hacia el interior del restaurante.
— Buenos días, señor presidente —saludaron algunos congresistas—. Es bueno verlo.
— Lo mismo digo —dijo Matteo estrechando su mano con la de ellos—. Por favor, vayamos al comedor. Muero de hambre.
— Claro… —el congresista miró a Licy—. Señorita Bauers, pensábamos que no le gustaban este tipo de comidas y se encuentra aquí con su jefe.
— Me obligó a venir y no podía negarme —respondió Licy, dando su mejor sonrisa—. Estaré por allá —señaló unas mesas—. Debo seguir con mis obligaciones.
— Claro.
Matteo le dio una mirada de advertencia y ella le dio una sonrisa sarcástica. Si ella no podía tener un desayuno que valiera la pena, él tampoco.
— ¿Puedo sentarme contigo? —un hombre que parecía estar en sus cuarenta se sentó delante de ella—. Te vi aquí, y cómo llegué tarde, quise hacerte compañía.
— Claro —señaló el asiento delante de ella—. Puedes sentarte.
— Gracias —el hombre se sentó, y arregló su saco lo más que pudo—. Eres la asistente y mano derecha del presidente —Licy asintió—. Eres muy hermosa.
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Editado: 01.10.2022