Un hogar junto al mar (un cuento oscuro, #0.7)

3

El sol aguijoneó la piel de Amara, como si estuviera burlándose de ella, queriendo hacer más herida para que el agua salada penetrase en su interior y la quemase.

Amara sacudió la cabeza, apartando los recuerdos de su mente. La piel comenzaba a hormiguearle desagradablemente, de una manera conocida, aunque en esta ocasión no tenía nada que ver con el olor y el poder de ningún ser inmortal de otro mundo. Lo que más le molestaba era aquella pequeña porción de piel en la zona de unión de su mandíbula con el lóbulo de su oreja izquierda. La mancha oscura que allí había, alargada y ligeramente deshilachada en los bordes, la marcaba como lo que era. Una hija de la Gran Reina, aquella que se presentaba en el campo de batalla en forma de corneja, trayendo la muerte al amparo de las sombras que proyectaban sus alas negras. O algo así le había dicho Ross.

Amara recordó repentinamente que no se había puesto crema; se iba a quemar antes que le salieran pecas en las mejillas, la nariz y la frente. Ya estaba quemándose. Llevaba meses quemándose. Y al agua salada del mar, el mar al que ella había llamado su mar, hacía que todo el dolor latente dentro de ella se amplificase.

La prisa por salir del agua la embargó de golpe. Comenzó a moverse, braceando todo lo rápido que podía para salir de agua. Cualquiera que la viera pensaría que estaba escapando de alguna criatura marina que intentaba devorarla, o que estaba intentando emular una escena de una película de terror barata.

Mónica ya estaba en la toalla, sacando el tupper con la comida. El agua hacía brillar su piel morena como las escamas de un pez. Amara envidió por millonésima vez la capacidad que tenía su amiga para estar así, mojada al sol sin quemarse, sin necesidad de crema. Su propia piel, de un color pálido cremoso, ya estaba empezando a adquirir una tonalidad rosada.

Amara se secó con una segunda toalla que llevaba guardada en la bolsa antes de sentarse sobre la que tenía extendida en la arena y echarse crema. A su lado, Mónica comía en silencio, acostada sobre su abdomen.

─ ¿Crees que ha cambiado?

Amara se tensó ante la pregunta. Miró de reojo a su amiga mientras esta se comía un macarrón de su ensalada de pasta, con la vista clavada en el mar.

Amara siguió echándose crema concienzudamente.

─ ¿Te refieres a la playa? ─preguntó extendiendo el protector solar por el brazo.

Moni solo asintió, pinchando ahora un trozo de tomate. El olor de este llegó a Amara, haciendo que su estómago protestase, aunque no estaba segura si por hambre, o por la tensión que comenzaba a atenazarlo.

─ ¿Por qué lo preguntas?

─Estás rara desde que hemos llegado ─contestó Mónica, mientras escogía lo siguiente a lo que le iba a hincar el diente─. La miras raro, como si no la reconocieses ─hizo una pausa después de seleccionar un pedazo de queso fresco─. Pensé que habías desarrollado un sexto sentido medioambientalista o algo así.

El último comentario fue acompañado de una sonrisa, pero Amara sabía que solo era para suavizar lo que subyacía en él. Una pregunta sutil. Amara siguió la jugada.

─Se ve limpia, no parece que venga más gente de la ya lo hacía.

Mónico torció el gesto. No dijo nada más mientras Amara terminaba de aplicarse la crema y sacaba un tupper que también contenía ensalada de pasta. El olor del vinagre se le metió en la nariz, haciendo que esta le picase y que su estómago volviera a retorcerse. La hora de comer era sagrada para ellas, pero sobre todo para Mónica, así que trató de relajarse y disfrutar de la comida.

La calma no le duró demasiado.

─Y, ¿el pueblo? La gente, los lugares… Nuestros amigos.

─ ¿A qué viene esto, Moni?

Amara dejó caer el tenedor dentro del recipiente de plástico y se giró a mirar a su amiga. La vio dudar, revolviendo en su comida, buscando algo. Palabras, se dio cuenta la chica de cabellos castaños y reflejos dorados. Palabras que Amara no quería oír.

No sabía por qué había preguntado, se imaginaba por donde iban las cosas. Y no quería dar explicaciones, o por lo menos, unas que no le hicieran parecer una desequilibrada. Tampoco quería mentirle a su amiga, ya le ocultaba demasiadas cosas.

Amara siguió mirando a Mónica hasta que esta por fin habló.

─Es solo que… te notó rara desde que hemos vuelto. Bueno, tampoco es que te hayas comportado de una manera muy normal en Dúnedin, la verdad, pero pensé que sería por la situación, habernos mudado, estar en un lugar tan nuevo y diferente… ─hizo un gesto vago con el tenedor, sin apartar la mirada de su ensalada de pasta─ Y a lo mejor todo es una tontería mía.

Mónica negó con la cabeza y escogió a su siguiente víctima, un macarrón que masticó con desgana.

No era buena señal. Mónica no se comportaba de esa manera con su comida favorita, ni le evitaba la mirada así a Amara. Moni, aunque procurase decirle las cosas que podían herirla con cuidado, siempre era directa. La encaraba. Ahora, era Amara la que quería preguntarle a su amiga si iba todo bien.

─Si te pasa algo, sabes que puedes contármelo.

Mónica se quedó callada un rato más. Siguió dándole vueltas a la comida con el tenedor, desquiciando a Amara. La idea de quitarle el tupper de las manos y lanzarlo al mar estaba comenzando a tomar una forma bastante sólida en su cabeza cuando escuchó por fin la voz de su amiga, queda y vacilante.



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En el texto hay: amistad, faery, fae

Editado: 20.08.2022

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