Un hombre lobo, por favor.

Capítulo 4

 


— ¡Dios!, esto es muy bueno. ¿Dónde habías estado toda mi vida? Mmm, es tan…

— Puedes dejar de comer nieve y ponerme atención Majo.

Leticia me mira extrañada, yo abandono el bote de nieve doble chocolate, despidiéndome de tan exquisito placer.

— Tuve un día muy difícil, casi muero y ese hombre que me salvó, ¡por los dioses del olimpo! Es un manjar de hombre, pero hay algo extraño en él — digo señalándola con la cuchara que aún tiene rastros de nieve.

— Vas a manchar la colcha, baja eso.

— Ay, ponme atención Luja (la llamo por su nombre de bruja) te estoy diciendo que ese hombre tiene algo extraño.

— Me dices que es guapo…

— No solo guapo, es perfecto… tan perfecto que mis piernas no responden, mi corazón palpita como tambor en plena marcha, mi garganta se reseca y un calor del infierno sube desde mí… desde… desde ahí, donde ya hay telarañas por falta de uso, estoy a punto de ponerle un letrero que diga clausurado.

— Realmente la falta de sexo te está llevando a límites muy descarados, el hombre te gusta puedo darme cuenta — me dijo restándome importancia.

— No Luja, no es solo un gusto, no es un sentimiento de ¡ay mira que guapo! Es de ¡AY! HAZME UN HIJO, PÁRTEME EN DOS, DAME PARA LLEVAR, ¡QUE SEA CON TODO PAPITO! Ahora me entiendes, ya te puse en contexto de lo que estoy sintiendo y que ahora es mi jefe. Si no hubiera salido tu clienta me vuelvo virgen.

— Majo, tú no eres virgen.

— No, pero con tremendo señor paquete sí, re-canto el ave María y el aleluya te lo chiflo.

En el hospital tuve mucho tiempo para pensar y cuando me tomó de la cintura no solo sentí sus manos, en cada empujón donde acomodaba mis ideas y miraba mi vida pasar, sentí un bulto, que digo bulto, una cosa que juro por mi madre no era su celular.

— ¿Qué demonios estás diciendo?

— Que ese hombre llama a mis más bajos instintos, que caeré en sus redes si no me alejo de él y algo me dice que él no es normal, este sentimiento no es normal.

No le voy a decir las palabras tan directas que me dijo, aún sigo intentando procesarlo, aunque me extraña, conociendo a Leticia, me extraña que no esté llamando a todos los ángeles para que nos den una respuesta.

— Yo digo que descanses y mañana será otro día, fue un día muy pesado para mí también, esta sesión me dejo súper cansada, me iré a mi departamento, sale.

— Va, que descanses amiga.

No la detengo, ya tiene más de una hora escuchándome y tiene una cara, pareciera que la que estuvo a punto de morirse es otra. Me siento extraña, no puedo ni siquiera describir como me siento. Tal vez lo que necesito es dormir y mañana será otro día, los sucesos de hoy fueron muy extraños.

Y dormir fue un maldito chiste, mi alarma sonó instantáneamente en lo que yo cerré los ojos, me siento fatal, pero debo ponerme de pie y actuar como la hermosa doncella que soy. Uh lala, me bañaré y todos mis problemas se irán junto a una deliciosa taza de café.

Llegar a la oficina resulto ser todo un caos, la ciudad estaba a tope de tráfico, entré al edificio y me topé con medio mundo cuchicheando por todos lados, como se nota que ya no esta mi ex jefa, lo primero que hacia al llegar a primera hora era regañar a medio mundo y obligándoles a estar en su cubículo si mirar a ningún lado.

— Majo, buenos días, gustas una dona, mira hay de chocolate — Lucí me saluda cargando una caja de donas, uy son de las elegantes.

— ¡Qué rico! Gracias Lucí

— A mí no me des las gracias, al nuevo jefe, él llegó con donas para todas las áreas y se presentó con cada uno de nosotros.

Puede ser más perfecto, no Majo, olvídate de pensar en él, de verlo con otros ojos que no sean de jefe y empleada.

— Se las daré entonces cuando lo vea — Tomo la dona que me corresponde.

— Oye Majo.

— Dime…

— Hoy te ves diferente

— ¿Cómo diferente? — digo mordiendo mi dona con la boca llena.

— Si, te ves como decirlo, no me lo tomes a mal, eres una mujer muy guapa, pero hoy te miras bonita, con un aura diferente.

— ¿Bonita? Lucí soy la misma, es el mismo peinado, es la misma ropa… No hay nada de diferente —. Señalo todo mi atuendo. Decidí ponerme una falda de mezclilla, porque es re-comoda para mis días, un azul oscuro perfecto, una playera que me tapa la barriga inoportuna del segundo día, con un escote favorecedor. Pero es mi yo de siempre y es mi yo hormonal hinchado.

— No me refiero a la ropa ni tu peinado, te ves inocente. Esa es la palabra que estaba buscando.

— ¿Inocente?

Lucí se despide, ya que es la emisaria de las donas, ¿qué carajo quiso decir con inocente? Inocente la niña que vende dulce afuera de la oficina, yo no tengo un pelo de inocencia. Un cólico tremendo me hace doblarme y soportarlo, paso al baño antes de ir a mi lugar. Aún sigo pensando que quiso decir con eso de inocente. Pero ¡qué carajos! Mi rostro se ve diferente y ese brillo tan natural y mis ojos, mis ojos se ven más grandes y estas pestañas tan pobladas, ¡cristo! He muerto, si he muerto, me cacheteo y duele un buen.

Suelto mi cabello desesperada y el desgraciado se acomoda con facilidad, cae como recién peinado, ay, ¿qué brujería es esta? Siempre batallo para que se aplaque por las mañanas, por eso uso un moño todos los días y ahora míralo, con ondas, ¿de dónde fregados saque estas ondas perfectas? — Majo, eres tú, Majo — me digo a mi misma en voz alta, tocando mi rostro.

La madre que me parió, mi voz, mi voz suena muy dulce y tierna, estoy hiperventilando, debe ser una maldita broma, ¿por qué sueno como quinceañera inocente? Ok Majo, cálmate, no pasa nada. Eres tú, sigues siendo tú. Son las hormonas, uno cambia cuando está en sus días. Así que no pasa nada. Aprovecha que te ves tan jovial, es bueno ¿verdad?



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En el texto hay: humor, hombreslobo, romance

Editado: 06.08.2020

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