La perdida de un familiar es algo bastante doloroso. Eso todos lo sabemos, o al menos, el que lo ha experimentado. La felicidad y tranquilidad que tenía hace varios días se habían dado un paseo de vacaciones, que por lo visto iba a durar varios años. Estaba mirando hacia el suelo llorando por lo que la vida me había quitado. Desde ese instante mi forma de ver el mundo cambio drásticamente.
—¿Por qué tuviste que irte? —hablo sollozando mientras unas gotas saladas rodaban por mis mejillas—. Tan... —tomo una bocanada de aire haciendo una pausa— …tan rápido te fuiste de mi lado.
Arlette, mi madre, se hallaba detrás de mí. El maquillaje que llevaba encima se le estaba corriendo por las gotas que salían de sus ojos color miel. Sus manos me rodeaban por encima de mis hombros dándome un abrazo.
Darwin se encontraba aun en un choque emocional que no le dejaba reaccionar a lo que estaba sucediendo. En cambio, mi hermano mayor había decidido no estar presente en el lugar; no es el tipo de personas que demuestra estar herido delante de alguien, más bien prefería estar solo, alejado de todos.
De mis labios no salía palabra alguna. A pesar de que estaba delante de la tumba de mi padre, no me podía creer lo que estaba pasando. O más bien, no quería aceptarlo.
—¡Diablos! ¿A-Ahora qué haré sin ti? —Mi voz parecía un radio descompuesto que intentaba funcionar, pero era una batalla perdida.
—Cariño, han pasado varias horas y el tiempo se está empeorando. Vámonos, ¿sí?
Asentí. Doy media vuelta para verla y sus ojos estaban hinchados de tanto llorar. Me acerco a mi hermano que estaba detrás de ella, agarrándola por un brazo y decido estrecharlo en un abrazo. Quería hacerle entender que saldríamos de este agujero en el que estábamos.
—¿Él siempre estará con nosotros, verdad, Ari?
—Sí, por supuesto que sí. Él siempre estará con nosotros —afirmo.
—Vayamos a descansar mis niños —habla mi madre recordando que debíamos irnos ya del lugar.
—Pueden tomar la delantera, quiero despedirme.
Ella sede a mis palabras y se marchan de ahí dejándome sola. Me arrodillo para estar más cerca de la lápida.
—Espero me cuides donde sea que te encuentres. Yo me encargaré de cuidar a mamá y a mis hermanos lo más que pueda. —Con las yemas de mis dedos tocaba su nombre—. Adán Carbonell de 4/2/1977 al 7/9/2019.
Leer aquello me producía un nudo en la garganta. Pero ya era suficiente y debía marcharme. Me levanto del césped y empiezo a salir de aquel lugar. Todo el tiempo estaba mirando mis tenis al caminar, por lo que no me percaté que alguien estaba delante de mí y choco con esa persona. Mi cara se estampa con su pecho y no me digno a verle la cara. Opto por no levantar la mirada y pedir perdón.
—No te preocupes —decía el desconocido. Su voz era firme pero no sonaba forzosa—, pero no camines con la cabeza agachada, aprende a mirar de frente.
Alzo mi mentón para verle el rostro al chico, pero mi sorpresa fue notable al ver que no había nadie delante de mí.
—¡Arie! ¡¿Qué esperas?! —Mi madre alzaba la voz, llamándome.
—¡Ya voy!
El chico no salía de mi cabeza. Su voz rondaba por algún lugar de mi mente. El misterio que desprendía y la forma en cómo desapareció creaba dudas que no podía solucionar.
Pasaron varias semanas y algo raro sucedía en mi cuerpo, o eso es lo que creía. Un ruido aturdidor venía una y otra vez a mí. Me producía dolores de cabeza insoportables. Le resté importancia y nunca se lo conté a mi madre.
Con el paso del tiempo el dolor que sentía fue ocultándose en algún lugar. Pero un sabio dijo ¨Nada es para siempre¨ Luego de un año y medio una nueva página de mi vida se había abierto. Dando el comienzo a algo desconocido. ¿Para bien o para mal? Las primeras palabras que me dijo resuenan en mi mente como si fuese ayer.
«—¡Arie, debes huir!»
Aquella persona me habló en mi habitación de la nada. Recuerdo el escalofrío que corrió por mi espalda al notar que estaba sola en aquel lugar. Algo me estaba advirtiendo y no sé qué era, no sé quién era, no en aquel momento. En vez de asustarme quise saber más de donde provenía esa voz.
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Editado: 11.02.2022