XXV. La verdadera identidad.
Una pequeña rubia de ojos azules corría feliz por los largos prados de la hacienda Müller.
Reía y gritaba de inmensa felicidad.
Su padre la seguía de cerca, sin dejar de observarla con una sonrisa en los labios.
Esa niña era su propia luz.
Y nunca se iba a perdonar perderla.
Así fuera su último aliento, lo daría por ella.
—¡Papi es hermocho!. —grito con emoción la pequeña niña al entrar de nuevo a la sala y ver un enorme cuadro de su padre y ella.
—¡Sorpresa mi luz!. —dijo su padre tomándola en brazos para que tocará el cuadro—. Ese es tu regalo de cumpleaños, un pajarito me dijo que querías un gran cuadro de nosotros dos.
La pequeña arrugó las cejas, pero sin darle respuesta lleno de besos al hombre que la cargaba.
¡Su papá!.
—¿Por qué dicen que no eres mi padre biológico?. —exclamo entre lágrimas años después la pequeña rubia.
—¿Quién dice eso?. —pregunto con suavidad el hombre que la había criado.
Ese día esa pequeña niña supo una de las verdades que la marco de por vida.
No era una Müller de sangre.
Su padre había intentado persuadir sobre contar la verdad, y tras el descubrimiento de su pequeña, no le quedó de otra más que hablar.
Decirle que ella era la bebé de los cuentos que verbalizaba cada noche.
La bebé que llegó a su vida el día de acción de gracias.
—Necesito pensar. —exclamo corriendo hacia su habitación en Alemania.
Los días pasaron con el distanciamiento de su parte, para todos los presentes, inclusive sus primos –hermanos– gemelos, estaban preocupados por la actitud triste de la niña que alegraba sus días de las maneras más cómicas posibles.
Sentía dolor.
¿Quién me habrán abandonado?.
¿Por qué lo hicieron?.
¿Quiénes serán mis verdaderos padres?.
Esa y miles de preguntas embargaban su mente.
Aunque sabía que no habrían respuestas.
—No tengo por qué enojarme contigo. —dijo con lágrimas frente a todos, sollozando con fuerza—. Tú me salvaste, y no podría estar más feliz de tener un padre como tú.
—Eres mi hija, lleves o no mi sangre. Lo sabes ¿No?. —exclamo secando cada lágrima con delicadeza.
—Lo se, ¡Te amo papá!.
—¡Yo también te amo mi luz!.
Y aunque siempre noto que su padre era un hombre castaño de ojos cafés, nunca entendió en porque de las diferencias, y ahora que lo sabía, le importaba menos.
Ella se parecía a él, aunque no lo fuera físicamente, había heredado mucho más que millones y negocios.
Coraje.
Agallas.
Y el bondadoso corazón que su padre portaba.
—¿Por qué tengo que aprender a usar un arma?. —dijo la pequeña rubia a los 12 años—. No es necesaria, hay seguridad extra como para que yo aprenda.
—Nadie te defenderá con más garras que tú misma. —dijo su padre agachándose—. Te he preparado por la misma razón en los negocios. Tú eres mi única heredera, así que debes aprender todo, por qué nadie más va a cuidar del negocio como tú que eres la dueña, es lo mismo en esto.
—Esta bien. —exclamo haciendo un puchero—. Sigamos. Falta mucho que aprender.
Su padre se encargó de prepararla en todos los ámbitos posibles.
Por qué sabía que tenía muchos enemigos, y que esos enemigos salian a plena luz del día, como sus más confiables amigos.
La preparo para valerse por sí misma, ante las adversidades que sabría que tendría cuando él ya no estuviera.
Habilidad.
Inteligencia.
Fuerza.
Y admirando la foto de la personita que cambió los últimos 17 años de su vida.
Sintió el impacto de otro carro sobre el suyo.
La camioneta voló por los aires hasta quedar a la orilla de la carretera.
Su rostro bañado en sangre, y en estado inconsciente sintió pasos acercarse a la camioneta.
—Esta muerto. —exclamaron con fuerza.
—Al fin se murió este vejestorio. —dijo otra voz conocida—. Ahora solo falta la mugrosa de su hija, esa estúpida pagará con creces por intentar robarse lo que me pertenece.
Pero aquel hombre luchó contra todo su ser, y con su último aliento dejo todo establecido.
Sorpresas.
Crímenes.
Archivos.
Testimonios.
Y dando una oración en voz alta, frente a todas las personas que amaba, en especial a la pequeña a su lado.
Mi luz.
Y sin duda lo había sido, la luz en medio de toda la mierda que había vivido.
Cerro los ojos lentamente, dejando en claro de lo orgulloso que se sentía de ella, de la creación más hermosa que Dios le había enviado para que el fuera feliz.
Y ahora era su turno de luchar.
Desde esta noche, su historia estaba a punto de iniciar...
Sebastián Müller había terminado su labor.
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Al llegar al hospital no espero a que Mustafa me habrá la puerta para bajar, simplemente la abro y corro con todas mis fuerzas hacia dentro.
Mi respiración está entrecortada, y con desesperación busco algún indicio de donde pueda encontrarse.
Tío Asher no puede morirse.
Nadie más puede morir.
Mi padre ha muerto por las mismas causas, no puedo soportar ese dolor de nuevo.
Es demasiado para mí.
Una enfermera está en recepción, y sin esperar camino rápidamente hacia ella.
—Asher Müller... ¿En qué habitación se encuentra?. —pregunto entre pausas, sintiendo mis pulmones exigir aire.
—¿Estás bien?. —pregunta al verme desesperada y al borde de un ataque.
—Necesito saber dónde está Asher Müller. —exclamo caminado por encima de ella.
—¡No puedes pasar!. —exclama deteniendo mi paso—. Si no te ingresas y me das tu nombre, no puedo darte información.
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Editado: 05.11.2021