Con mis dedos empecé a aflojar la corbata, coloqué mi bolso en la encimera mientras la mirada de Petunia se concentraba en su taza de café; era la primera vez en mucho tiempo que ella se mantenía callada, viendo un punto invisible mientras que el sonido de mi bolso era el único que se podía escuchar en esta casa.
¿Acaso creyó que podía fingir una sonrisa? Cuando entré por aquella puerta me recibió con una sonrisa cerrada, sus ojos no radiaban aquella luz que siempre transmitía.
Es fácil notar que nada es y será lo mismo para nosotras, yo no estaba del todo indiferente ante la situación porque simplemente es difícil de ignorar.
¿Quién en su sano juicio le daría igual una muerte? Sobretodo si se trata de la persona más importante para tu vida.
Todavía se reproducía aquellas imágenes; ella sentada al frente de Petunia mientras la radio estaba encendida, charlaban cosas triviales, cosas que en ese momento no tenía ninguna importancia, pasaba por la cocina en ese momento les di una mirada para así subir a mi cuarto para hacer tarea, solo era un día más para nosotras.
Fue uno de muchos días junto a ella, en cada rincón de esta casa se puede sentir su presencia.
¿Cuántos días había ocurrido? Solo puedo decir que han sido los más largos de mi vida, donde cada manecilla tardaba más de un milisegundo para marcar la hora.
—¿Cómo te fue? —dejó de mirar la taza de café para fijar sus ojos en mí por unos segundos.
Me quedé en el mismo lugar por unos segundos antes de responder, mi garganta estaba algo irritada y casi podía llegar a ser incapaz de pronunciar alguna palabra.
—La misma rutina de siempre —mi voz salió neutral, hasta a mí me sorprendió la capacidad que tengo para fingir.
Ella solo afirmó con su cabeza, es sencillo suponer que lo dicho por mis labios es una completa mentira.
Era tan molesto para mí escuchar las palabras motivadoras junto las preguntas de Rose, aunque ella no era la única que me hacia tales preguntas, fue un día molesto. Sé que solo se preocupaban por mí pero explicar una y otra vez la misma situación no es nada cómodo.
Cada "¿Estás bien?" era una razón para recordar la causa de mis respuestas, aunque solo decía un "Sí" Cuando la respuesta era no.
Tomé mi mochila para subir a mí habitación pero un sonido impidió mi acción, alguien estaba tocando la puerta. Petunia inmediatamente levantó la mirada su taza estaba vacía, empujó la silla para atrás para así levantarse yo tomé otra vez mi bolso y la seguí.
Me quedé con exactitud cerca de las escaleras, tenía una vista perfecta de la puerta en la cual Petunia ponía sus llaves en el cerrojo para así abrirla.
La puerta rechino y mostró la imagen de una señora; que se encontraba vestida de una manera formal algo extraña para estar en la ciudad, entró a la casa de manera lenta, quizás cautelosa. Pude notar el temblor en las manos de Petunia al cerrar la puerta, me regalo una mirada y volvió a ponerla en aquella desconocida.
Miré a la señora por unos segundos para descifrar algo familiar, algo que me indique o me haga recordar; sus ojos recorrían la casa y luego me observó, sentí que analizaba mi rostro. Me encuentro estática en un mismo lugar sin poder creer a quien tengo en mi campo de visión, por fin pude reconocer ese rostro.
Es mi abuela.
—Empaca tus cosas —ordenó ya dentro de la casa con un tono sobrio.
Frunzo el ceño ¿Por qué me tengo que ir con ella? Veo a mi nana Petunia a la espera de una explicación, antes de pronunciar alguna palabra tocó mi hombro junto con una sonrisa en la comisura de sus labios.
—Ve —dijo sin más.
Aun estaba estática en un mismo lugar, todo ha pasado tan rápido, ¿por qué estará aquí? Solo recuerdo a ver visto a mi abuela una vez en mi vida.
—Ha pasado un tiempo, ¿no?
Petunia rompió el silencio incómodo.
—Supones bien.
Caminaron lejos del corredor, la señora me dio una última mirada para luego seguir los pasos de Petunia quien la dirige a la sala.
Tragué hondo y sin tener alguna explicación razonable empecé a subir las escaleras. Entré a mi habitación todo se veía en orden. Me acerqué a mi cama; las sábanas se veían rectas sin muchas arrugas. Empecé a buscar debajo de ella con mis rodillas en el suelo.
Arrastré con mi mano la maleta, la puse sobre la cama, pude visualizar todo el polvo que hay en ella y luego fui directo a los cajones para buscar algunas cosas, observé la ropa que llevaría mientras la tenía en mis manos luego la coloqué en mi cama.
Libre la maleta del molesto polvo y empiezo a guardar las cosas que llevaré:
Una linterna.
Algunas pilas de repuesto.
Mi celular, cargador y mi peluche favorito, entre otras cosas vitales para mí.
Estuve a punto de cerrar la maleta pero en mi mente llegó una imagen de algo faltante, salgo de mi habitación dejando la puerta entre abierta, caminé con pasos nada apresurados, al llegar a la puerta giré la perilla, la cual hizo un ruido algo leve y entré.
La ventana iluminaba la habitación, mis fosas nasales respiraron el perfume a lavanda que ella usaba, en la silla cercana a la cama se encontraba algunas prendas tejidas por ella, me acerqué a esta y tome con mis manos el gorrito de lana que terminó hace poco de un color gris. También observé su mesa de trabajo donde se veía un abrigo casi por terminar, si mal no lo recuerdo lo empezó hace dos semanas, era para la hija de la vecina del frente; era para su cumpleaños, un encargo común que le pedían pero ahora no podrá terminarlo.
Algunas lágrimas se deslizaron por mi mejilla pero froté mis ojos. Me siento en su cama mientras me deslicé con lentitud con la prenda entre mis manos y la apreté mientras solté un quejido que no emitió ruido. Mi vista se dirigió a la mesita de noche que se encuentra al lado de la cama, ahí está el libro favorito de mamá era lo que buscaba, me levanté para así tomarlo junto con su tejido más reciente y lo guardé en mi equipaje.
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Editado: 26.06.2020