Un lugar contigo

Un lugar contigo

Se funden las luces del auto con la noche, lejanas, dispersándose como las luciérnagas en el sendero.

Vislumbro la oscuridad, la tormenta venidera, escindiendo el infierno con un rayo uniforme, escribiendo tu nombre, destellando mis lágrimas, convirtiéndolas en estrellas fugaces. 

Me dirijo hacia aquello desconocido, aquello que llamamos y no lo esperamos, aquello que silencia el mundo y la bruma negra te rodea.

Quisiera expresar las palabras que no pude decirte, aquellas nimiedades que quizá no te hubieras tomado enserio. Al final las reservo en la mente donde reside el alma y la memoria universal.

Rio bajo hasta desternillar, creo que el firmamento se derrumba, los astros se apagan y el ruido culmina.

Añoro despertar con tu calor y en las noches dormir con tus suspiros. Anhelo los días otrora cuando éramos felices y la monotonía no era el mayor enemigo, sumando la costumbre que acaba por volvernos zombies del amor.

Llamaría loco a Platón, pero su banquete presenta el bálsamo del entendimiento, pues amar es libertad y amar es exclavitud. Sigo acelerando aún más, quiero volar, despegar de este mundo y buscar un lugar contigo, un nuevo lugar contigo.

Brillaban tus ojos enalteciendo mi vida, encendiendo las llamas de las velas alrededor del altar moribundo, recuperando un corazón vagabundo al borde del colapso, ¡y así despertamos!, con un beso me despertaste y con un aliento te has ido.

Los alfileres de plomo comienzan a impactar en el vidrio, mojan la carretera, enjugo las gotas de esperanzas, las gotas que en plegarias cayeron muertas al suelo yerto del hospital, mientras sostenías mi mano y te apagabas como nuestro amor.

Y sigo aferrado a tus conceptos, ideales, voz que resuena en la distancia, voz que oigo al tratar de dormir, oliendo la fragancia de la almohada que dejaste, tratando de traerte de vuelta; la escasa compañía dibujaba en rescoldos sobre este glaciar llamado «soledad».

Perdí de vista el color, el mundo es monocromo, el barullo me parece inconstante y la humanidad indolora. Este era un lugar contigo y sin ti, es el vacío.

Las danzas, las charlas, las veladas, los años, los días, semanas, horas, todo se lo llevó, todo lo arrasó, la muerte me envió la esquela y tu cuerpo carente de esencia sostuve. 

Te lloré en el funeral, pero lloraba a un cascarón, lloraba un móvil en el plano material, lloraba una pérdida, la pérdida de todo aquello nombrado. Cartas, películas, paseos, aventuras, risas y una realidad creada por ambos, te has ido y este lugar sin ti… ya no es igual.

Entonces sostengo el volante, respiro hondo, al sentido contrario viene un camión, es el momento, es la hora, me despido con tu imagen aferrada en el dedo. La cruz de una religión cuelga agitada en el visor. Falta poco… Adiós. 


 

Despego al inframundo, busco tu nombre en el listado. La niebla es densa y no sé donde camino, sigo vestido igual, tengo la apariencia antes de morir. No respiro, no siento nada, una paz insondable forma parte de la atmósfera.

¡Te veo! Corro hacia tu figura evocando lo que el almanaque se llevó, lo que el relojero consumió. Sentí la nostalgia a flor de piel. Te alcancé y sonreímos, te levanto y nos abrazamos, me sostienes trémula, tus ojos vidriosos, tu cabello, tu piel, vuelves a la vida dentro del mundo incierto, vistes de blanco y me acaricias con tu suave tacto, beso tu mano.

—Gracias, gracias por todo.

Esas fueron tus últimas palabras.

—Estaremos juntos, por la eternidad —dije.

—Amar no es eternidad, amar es salvar y volver a vivir.

Ella empieza a desvanecerse. ¿Qué ocurre? ¡No… No!

—Me voy para siempre, te devolveré la vida que la enfermedad me quitó, te daré mi aliento y calor…

—¡No, quédate conmigo!

Se eleva cada vez más, un rayo de luz se la lleva.

—Aferrarte causará más daño, tú me hiciste feliz y quiero que sigas las aventuras que dejamos en la tierra.

—¡Quédate, por favor!


 

Despierto en el hospital, estoy en terapia intensiva, veo las luces artificiales de nuevo, mi órgano si es que de algo sirve, bombea. Estoy ileso de pies a cabeza, conservo mis extremidades.

—Por suerte, el auto resbaló —dijo una voz en el fondo—. Te volcaste en un barranco.

Es el médico de turno.

—Es un milagro que usted sobreviva.

Un milagro… Ella fue aquel milagro… Como llegó a mi vida, se fue, ahora lo comprendo. Yo llegué a salvarla, a darle los instantes antes de morir.

—Tuvo demasiada suerte —dijo el médico revisando las máquinas.


 

Tres años han pasado desde su muerte y mi rehabilitación fue lenta. Me cuesta caminar. Respiro en el malecón donde nos conocimos, restallan las olas con las rocas. Aquí juré estar con ella, aquí juré la luna que nunca bajé.

Camino por las calles estrechas, tomo un café en un sitio donde íbamos a menudo, sigo aferrado a su recuerdo, no he logrado cambiar la rutina que hubiéramos hecho cada día. El mundo ha recuperado color progresivamente, retorné a conversar con mis amigos, regresé a charlar con mi familia. 

Hoy encerrado en la habitación, entiendo mejor su mensaje. Ella salvó mi vida, la suya caducó, era el destino, cuando se debe morir, moriremos aunque lo evitemos.

Han pasado cinco años de los sucesos. Cada aniversario voy a su tumba, reparto flores. Estoy saliendo con una chica que también experimentó una tragedia, una pérdida. Solamente dos corazones partidos por el infortunio, se ayudan a repararse, pues conocen el verdadero significado de «amar».

Han pasado catorce años desde los sucesos. Tengo una familia con la chica, nos ha ido de maravilla. Dejé de ir al cementerio después de despedirme. Rememorando en el auto, conduciendo con mis hijos y mi esposa en la misma calle del accidente; ella en la tumba apareció, me saludó y desapareció. 

Ella me amaba verdaderamente. Amar a otros no es apego, no es aferro, no es creer que el mundo deja de ser mundo porque aquella persona murió, se fue o simplemente nos dejo. ¡No! Pasar el duelo de una relación es renacer, es volar, no es naufragar bajo mil tormentas. Ella me enseñó a vivir, me dio la oportunidad de ser un hombre nuevo y volver a amar, su recuerdo y nuestros recuerdos, no pueden lastimarnos. A veces me invade la nostalgia, sonrío al pasar por el malecón. Los recuerdos felices deben hacernos felices y los tristes deben dejarnos una lección.



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En el texto hay: amor, vida, espiritual

Editado: 21.01.2021

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