Varios años después…
—Hola amor, aquí estoy como cada semana desde que te fuiste de mi lado…—Álex se sentó en la cala donde depositó las cenizas de Nerea, la misma cala donde fueron tan dichosos—Sé que siempre que vengo te cuento lo que he hecho durante la semana con la esperanza de que algún día me contestes…—a Álex se le cayó una lágrima—Creo que me estoy volviendo loco, al pensar en cosas así pero te extraño muchísimo…
Álex iba cada semana a la cala, le llevaba rosas blancas que eran las favoritas de su esposa y las tiraba al mar, él sabía perfectamente que con eso no iba a conseguir que ella regresara a la vida. Era de los que pensaba que las personas que se van, nos observan desde algún lugar, que nos cuidan y velan por los que nos hemos quedado, no sabía si era cierto o no pero a Álex le gustaba pensar que Nerea va a donde él va y siempre está a su lado.
—Bueno cariño me tengo que ir porque entro de guardia esta noche y necesito descansar un poquito para poder salvar muchas vidas. Recuerda que te quiero y que estés donde estés sé que me cuidas y velas por mi bienestar, aunque yo sólo volvería a ser feliz si estuvieras a mi lado…. ¿Ves? Ya estoy desvariando de nuevo, me marcho amor….
Álex iba de camino a casa, esa casa que se le hacía enorme sin ella a pesar de que era un piso pequeño con dos habitaciones… pero él se sentía muy solo.
Cuando aparcó el coche se encontró a una joven transeúnte que salía de un centro de la Cruz Roja, su mirada era triste, su pelo estaba enredado, su cara toda llena de suciedad y en sus manos una bolsa con un brick de leche y un par de magdalenas. La chica no aparentaba más de veinte años, vestía una camiseta de color verde descolorida y agujereada y un pantalón de chándal que dejaba a la vista algo de piel, también llevaba unas botas que se veían muy pesadas para una chica tan frágil y que se la veía tan débil... Álex pasó por su lado y la miró con compasión. «Pobre chica» pensó para sus adentros, y sin dudarlo sacó su cartera y le dio dinero.
—Toma chica para que puedas tener comida caliente en el cuerpo—dijo Álex
—Gracias, pero no acostumbro a pedir dinero y como puede ver ya tengo comida gracias a la Cruz Roja así que si me disculpa me voy, buenas tardes.
—Tampoco hace falta que te pongas así mujer…Yo sólo quería ser amable y ayudarte a…—lo interrumpió la chica.
—No necesito ni su caridad ni su lástima me las arreglo como buenamente puedo no necesito ayuda de nadie y menos de un pijo y estirado como usted. No tiene ni idea de nada de esto, usted siempre lo ha tenido todo y se cree el rey del mundo y ¿sabe qué?, no lo es en absoluto, así que si ya ha terminado de sentir pena por mí, siga su camino que yo seguiré el mío.
La chica salió casi corriendo de allí, Álex se quedó sin palabras, encima que quería ayudarla con toda su buena fe y ella era una borde. No la culpaba, ser indigente a una edad tan temprana no debe de ser nada fácil, es más Dios sabe cuánto tiempo llevará en la calle, sintió pena por ella pero así es la vida.
Después del encuentro con aquella extraña jovencita, Álex se fue a casa comió un sándwich precocinado, se metió al baño a darse una ducha rápida y se iría a la cama para dormir hasta que tuviera que irse al hospital. Se miró al espejo y examinó su cara, no reconocía a aquel hombre que el reflejo le mostraba, tenía ojeras, le habían salido unas cuantas arruguitas en la frente y en los ojos, llevaba un par de días sin afeitarse y eso le daba un aspecto de ser una persona más mayor de lo que era en realidad.
Tenía treinta y siete años, sus ojos color avellana no tenían luz desde que ella se fue y dudaba de que aquella luz volviera alguna vez. Su pelo castaño claro estaba todo revuelto, había dejado de cuidarse salvo por las horas de gimnasio que se daba cada día para mantenerse ocupado. Después de la ducha y del afeitado estaba dispuesto a dormir un rato si su mente se lo permitía, cogió la foto de su esposa, la besó y la miró hasta que se quedó sumido en un sueño profundo.