Pese a que la noche había caído hacía rato y ella apestaba a sangre y a muerte, Lea no tenía miedo. No le preocupaba que un feérico que no tenía que rendirle cuentas a ningún Hijo Predilecto apareciera en aquel claro iluminado por la luna creciente y la atacase. En realidad, casi lo habría agradecido. Así por lo menos tendría algo en lo que distraer su mente y no pensar. En las palabras de Kendrick, en su padre asesinando a los soldados que él mismo había entrenado y en el sonido de las cabezas cortadas rebotando sobre el suelo nevado.
Cuando percibió que alguien se aproximaba a sus espaldas, pensó que tendría suerte, pero su entusiasmo se desvaneció al darse cuenta de que se trataba de su madre.
Caminó hasta ella sin hacer ruido y se sentó a su lado sobre una roca húmeda, en la orilla de un pequeño lago. El kelpie que lo usaba como residencia y lugar de caza se asomó por encima de la superficie igual que cuando Lea había llegado. Su pelaje oscuro y húmedo resplandeció con la luz de luna, y sus ojos de color lechoso examinaron a la nueva presa potencial. Pero igual que había ocurrido con Lea, el feérico con aspecto de caballo la descartó al instante al oler lo que era y darse cuenta de que no podría engañarla para llevársela al agua y ahogarla para luego devorarla.
─ ¿Cómo te encuentras? ─preguntó Maeve luego de que el kelpie desapareciera de nuevo bajo el agua con un relincho contrariado.
Lea se encogió de hombros. Lo único que sabía era que estaba helada, por dentro y por fuera. No importaba que su manto estuviera hecho de grueso pelaje de conejo del norte de la Casa y lo mucho que se arrebujase en él, el frío parecía haberse instalado en su interior y se negaba a abandonarla.
Maeve pareció percibirlo y se pegó más a ella, compartiendo el calor de su cuerpo.
─Cuando vino a Llanrhidian por primera vez debido a la guerra ─comenzó a decir tras un breve silencio en el que el kelpie chapoteó en el otro extremo del lago─ recuerdo que estabas emocionada por volver a ver al Hijo Predilecto después de tanto tiempo. ¿Cuántos años tenías la primera vez? ¿Tres? ─ Maeve no esperó a que su hija contestarse─ No parabas de hablar sobre lo ilusionada que estabas con la posibilidad de mostrarle tus dotes de guerrera, te brillaban los ojos ─dijo con una sonrisa─. Luego, cuando se te negó esa oportunidad, tampoco dejaste de hablar. Se te notaba que te hervía la sangre por dentro, no dejabas de moverte de un lado a otro por la cocina como un animal salvaje enjaulado, despotricando. Te marchaste esa noche de casa, no tengo ni idea de a dónde ─Lea apretó los labios ante el recuerdo. Por su entonación, no estaba tan segura con respecto a que su madre no supiera ahora a dónde había ido─, pero sé cuando volví a verte al día siguiente algo había cambiado. Estabas muy callada. Demasiado callada.
Lea sintió que el frío se cebaba con sus mejillas repentinamente enrojecidas. Se giró para mirar a su madre con el ceño fruncido.
─ ¿Lo sabías?
─Sospechaba algo ─contestó Maeve sin perder la sonrisa─. No soy tonta, Lea, y yo también tuve tu edad.
─Nunca dijiste nada.
─Pensé en hacerlo muchas veces, para advertirte, pero lo cierto es que creía que no sería necesario y que no llegaríais tan lejos. Tampoco pensaba que Kendrick fuera a hacerte daño ─añadió tras una pausa.
─Pues acaba de hacérmelo, mamá. Muchísimo.
Lea se rodeó las rodillas con los brazos y apoyó la barbilla en ellos. No era el frío del invierno lo que la quemaba por dentro ni lo que le entumecía el cuerpo, sino lo que Kendrick le había ordenado hacer a su padre.
─Lo sé. Ha sido horrible, pero ellos sabían a lo que se arriesgaban cuando se rebelaron. Kendrick solo ha cumplido con su deber, igual que tu padre ¿Cambia lo que sientes por él? ─preguntó.
Lea no contestó. Se quedó mirando las siluetas lejanas de lo que parecían fear dearg, hombrecillos que apenas le llegarían a la rodilla, con largas barbas blancas que se arrastraban por el suelo y puntiagudos gorros de color rojo bañados en la sangre de sus víctimas, mientras avanzaban en cuadrilla, llevando algo que todavía se revolvía atado por las extremidades a dos palos que cargaban sobre los hombros. O tal vez fueran boggles. No, si lo fueran Lea habría detectado su penetrante olor a carne en descomposición hacía rato.
Jugueteó con los cordones de sus botas, deshaciendo y rehaciendo los lazos, tratando de poner en orden sus ideas y sus sentimientos. No lo consiguió.
─No estoy segura. Creo que no ─añadió entre dientes, evitando la mirada de su madre─, es solo que…
─Estás conociéndolo ─la ayudó Maeve─. Nunca dejas de conocer a alguien, Lea, por mucho tiempo que llevéis juntos. Estoy segura de que en estos dos años has descubierto muchas cosas sobre Kendrick que nunca te habrías esperado ─la guerrera esperó a que su hija asintiese antes de finalizar─. Es mejor que te hayas dado cuenta de esta faceta de su posición antes de que os casaseis.
Lea ya la conocía, el problema era que nunca antes la había visto. Y no estaba segura de si sería capaz de volver a enfrentarse a ella. Kendrick no había escondido lo que era, ni le había ocultado lo que implicaba ser Hijo Predilecto cuando Lea le hacía preguntas. Pero lo más cerca que la joven había estado de conocer de primera mano lo que conllevaba la corona de ónice y cobalto que se ponía sobre sus cabellos plateados era una mesa llena de papeles que apenas se había detenido a hojear y un par de reuniones en Llanrhidian en las que él se había limitado a supervisar cómo avanzaban los entrenamientos de los nuevos soldados, el aprovisionamiento de armas y discutir estrategias con su padre y los demás generales. Verlo ordenar la muerte de treinta y dos fae era algo muy diferente.