Lea ensayó una sonrisa delante de la puerta del despacho antes de llamar con la punta del pie. Kendrick apareció tras ella con su habitual rostro serio y frío, pero su expresión se suavizó cuando se topó con el semblante risueño de Lea.
─Hola ─saludó ella levantando la bandeja de plata que llevaba en las manos.
─Hola ─le respondió su marido extendiendo las manos para que le pasase la bandeja. Los dos pares de cubiertos tintinearon al chocar entre sí por el movimiento─ ¿Qué tal tu primer día descubriendo el palacio sin esconderte entre las sombras?
Cerró la puerta tras ella y le hizo un gesto con la cabeza hacia el pequeño sofá que había delante de la chimenea debajo de la que se encontraba un escudo de la Casa. Delante de ella había una mesita baja de cristal. Lea nunca le había preguntado cuando tiempo pasaba allí encerrado a lo largo del día, ocupándose de asuntos de Estado, pero empezaba a sospechar que demasiado.
─Diferente. Simplemente diferente ─insistió encogiéndose de hombros al ver la mirada que él le lanzaba mientras depositaba la bandeja con su comida sobre la mesa─. Todavía tengo que acostumbrarme. Es muy distinto a… a Llanrhidian.
Lea rezó una breve plegaria a su diosa para que Kendrick no notase que había estado a punto de referirse a la tierra de los dannan como casa. Tenía que empezar a acostumbrase de una vez a la idea de que aquel palacio sombrío y lleno de víboras era su hogar ahora.
Kendrick se limitó a asentir y a sentarse a su lado. Destapó la bandeja y el olorcillo de la carne de caza asada y las verduras condimentadas llenó la estancia. Olía delicioso, pero Lea seguía sin tener hambre. Aceptó uno de los platos que Kendrick le pasaba y movió la comida de un lado para otro con el tenedor. Miró a su marido por detrás de las pestañas, pero él parecía perdido en sus propios pensamientos mientras masticaba.
Lea echó un vistazo a la mesa detrás de él. El recuerdo de la madera fría bajo sus nalgas y de Kendrick entre sus piernas calentó su cuerpo brevemente, pero fue sustituido con rapidez por el presente. Aquel día de hacía dos años, Lea había encontrado en esa mesa papeles en los que se planteaba la posibilidad de que las mujeres pudieran formar parte del ejército de la Casa, al menos de manera provisional. Ahora, estaría lleno de documentos con los que Kendrick trataría de alguna manera evitar un nuevo conflicto con el Viento y la Tormenta. Una disputa que habría quedado olvidada durante al menos un par de décadas si ella no hubiera disparado su arco en un acto impulsivo.
Impulsivo como las palabras que salieron de sus labios.
─He estado pensado ─se detuvo cuando la mirada inquisitiva y curiosa de Kendrick se centró ella. Lea removió en su sitio, dubitativa, pero ahora ya no había vuelta atrás─. Quizás debería de dejar de tomar el anticonceptivo. Bueno, y tú también, claro.
Kendrick dejó de masticar. Una pequeña y familiar arruga apareció entre sus cejas rubias.
─ ¿Por qué?
Lea lo miró enarcando una ceja.
─ ¿A ti que te parece?
La arruga entre las cejas de Kendrick se hizo un poco más profunda.
─Me refiero a por qué quieres quedarte embarazada ahora.
Lea se llevó el tenedor a la boca y masticó despacio antes de contestar.
─Supongo que es lo que debería ocurrir, ¿no? Soy tu mujer, tendría que darte…
─No tienes que darme nada, Aileana ─la cortó suavemente, pero con rotundidad─. No, si tú no lo deseas.
Lo que ella deseaba… Contuvo el impulso de morderse el labio mientras pensaba en todo lo que le gustaría cambiar en esos momentos pero no podía. Tampoco estaba segura de que esos deseos no fueran pasajeros después de las experiencias que acababa de vivir. Solo tenía que acostumbrarse. Podía hacerlo.
La voz de Kendrick la sacó de la espiral de sus pensamientos.
─ ¿Quieres que tengamos un hijo? O una hija.
─Sí ─respondió demasiado rápido─. Sí que me gustaría…
─Pero no ahora ─la ayudó él─. No es lo que quieres ahora. Eres muy joven, Aileana ─prosiguió después de dejar su plato sobre la bandeja─, y eres un alma libre y salvaje que aun tiene mucho por explorar. Además, no deberías quedarte embarazada sin haber pasado la Turas Mara, y menos de alguien como yo. Podría ser peligroso.
Lea no dijo nada mientras se llevaba un bocado de verduras asadas a la boca, con la espalda apoyada en el sofá. Sabía que tenía razón. Los embarazos para las feéricas que no habían alcanzado la mortalidad completa eran complicados debido al poder que había de manera natural en todas las criaturas del mundo de abajo, los bebés no natos incluidos. Uno que además llevase consigo el poder de los dioses sería todavía más complejo y peligroso.
─ ¿Por qué te resistes tanto a la Turas Mara? ─preguntó ahora Kendrick, desviando la conversación.
─Aun voy a cumplir veinticuatro años en dos meses, no estoy segura de querer quedarme congelada en esta apariencia ─dijo señalando su cuerpo con el tenedor─ hasta el día que me muera ¿Cuántos años tenías tú cuando la pasaste?
─Treinta y dos.
─Pues eso.