l vestido que llevo puesto esta noche me lo eligió uno de los amigos de Maga, que tiene una tienda de ropa bastante distinguida dentro de la ciudad. No me considero una amante de los vestidos, las joyas o los zapatos de tacón, pero tuve que usar un conjunto de ellos para complacer a Maga, quien estaba brincando de felicidad porque por fin había aceptado salir a cenar con Leonardo.
—¡Estás bellísima! —exclama con los ojos aguados de emoción—.
Entonces me miré en el espejo y lo comprobé en carne propia. Veía a una mujer completamente diferente en mi delante: me habían alisado el cabello de tal forma que caía como cascada desde mis hombros hasta mi pecho, el maquillaje resaltaba mi tono de piel canela y dejaba a relucir mis enormes ojos cafés. Aquel vestido carmesí estaba tan ceñido a mi cuerpo, que debido a que era rellenita, sentía la presión bajo mi vientre y un exceso de calor alrededor de la cintura, hombros y entrepierna. Tenía descubiertas las piernas debajo de las rodillas y en mis pies unos zapatos de tacón tan altos y puntiagudos que apenas si podía mantener el equilibrio mientras caminaba. Debo admitir que mi contextura física me favorecía: no era tan delgada y angurrienta como esas modelos de catálogos, pero tampoco tan redonda como un trozo de carne con pies. Los rollitos se notaban un poco, pero los disimulé con un chal de seda negro que compré en la misma tienda.
—¿A qué hora quedó en recogerte?
—7:30.
—Pues ya debería estar aquí.
Había olvidado mi cartera en la habitación con el teléfono dentro, cosa que me dolió en el alma. Si ya de por sí me había costado sangre, sudor y lágrimas bajar las escaleras con los tacones puestos, a petición de Maga, no me quería ni imaginar la subida. Sumado eso a que Leonardo seguramente debía estar llamándome, me puse más nerviosa de lo que esperaba.
—¡Rayos, olvidé mi teléfono en la habitación! —añadí en plan de angustia y desesperación—.
—Pues ve por él —Maga frunce el ceño—. Lo necesitarás para estar en contacto conmigo en caso de una hipotética emergencia.
—¿Podrías ayudarme? No me van los tacos y me están doliendo los tobillos —protesto con un lamento, pero no sirve de nada—.
—¿Y piensas quitártelos en media discoteca cuando él te invite a bailar?
—¡Discoteca! —exclamo confundida—. Solo vamos a cenar…
—Claro, ¡cómo no! —Maga niega con la cabeza—. Yo de ti mejor me apresuraría.
Fue más clara que el agua. Obviamente no iba a desistir de su idea, así que tuve que resignarme y subir. Aproveché que en la segunda tanda de escaleras desaparecí de la vista de mi abuela, para quitarme los tacones y correr a la habitación. Lo ajustado del vestido tampoco ayudaba, sin embargo, era el menor de los males.
Entro en mi habitación y agarro la cartera de mi mesita de noche. Extraigo el teléfono y observo nueve llamadas perdidas de Leonardo. Debe estar desesperado, creyendo que lo dejé plantado. Desbloqueo el móvil e intento marcar su número, pero enseguida vuelve a timbrar. Es él.
—Leonardo, ¿dónde estás? —digo sin saber cómo hacerme la desentendida—.
—¡Cielos Esther ahí estás! —suspira de alivio—. Creí que te habías arrepentido.
—Lo siento. Estaba esperándote en la sala y había olvidado el móvil en la habitación. ¿Ya llegaste?
—Me acabo de estacionar frente al portal de tu casa y estaba llamándote para advertirte que estuvieras lista. ¿Me bajo del coche o necesitas más tiempo?
—Dame cinco minutos.
—Bien preciosa. Te espero.
¡Preciosa! ¿Apenas nos conocemos y ya intenta abusar de mi confianza? Si durante la cena o el baile en la discoteca se atreve a ponerme una mano encima, juro que voy a hacerlo pedacitos.
—Tranquilízate Esther —me motivo a mí misma—. Solo es una cena. Solo es una cena —repito—.
—Cariño, tu novio está fuera —grita mi abuela desde la sala—.
—¡No es mi novio! —respondo furiosa—.
—¡Apresúrate!
—Voy…
Cojo la cartera, el móvil y bajo las escaleras brincando. Llego a la sala en menos de treinta segundos y me pongo los tacones. Me acomodo el vestido y el cabello, mientras inhalo algo de aire fresco para relajarme.
—¡Qué muchacho más guapo! —exclama Maga desde la puerta principal—. Harían una pareja muy bonita si le dieras una oportunidad.
—Pues tendrá que demostrármelo. Hasta entonces, es solo una cena formal.
—Compórtate sí —Maga me acaricia las mejillas—. Y disfruta de la velada. Te lo mereces.
—Lo haré.
—¡Que la suerte te acompañe cielo!
Beso a mi abuela en la frente y salgo de la casa. Camino con paso firme hasta la puerta principal y solo ahí, bajo la luz de las lámparas, corroboro la afirmación de Maga. Él es espectacularmente atractivo y no lo intenta disimular.
—Dios… te ves divina —me saluda con un beso en la mejilla—.
—Gracias —respondo sonrojándome—. Tú también luces muy bien.
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Editado: 15.04.2021