primera vista la tal Grace parecía una chica agradable. Lo digo porque cuando subimos al coche no dudó en felicitarnos por nuestra relación con una enorme sonrisa dibujada en los labios. Sobre todo, hizo hincapié en que formábamos una bonita pareja y que teníamos pinta para matrimonio futuro. Lo último me pareció exagerado y un poco salido de contexto, pero lo tomé como un cumplido. Me imaginé que Leonardo pudo haberla persuadido para que hiciera aquel comentario, así que decidí olvidarlo y suponer que Grace estaba siendo sincera, más no un títere de un adolescente egocéntrico que quería quedar bien delante de su novia.
—Grace es estudiante de la Universidad de Columbia —dijo Leonardo mientras encendía el motor, cambiando inmediatamente de tema porque el anterior nos hizo sentir incómodos—. Forma parte del programa de intercambio universitario que les permite a ciertos estudiantes realizar sus pasantías preprofesionales en empresas fuera de Estados Unidos, como requisito para poder graduarse.
—It’s true! I’m very excited to have known your beautiful country. It’s an amazing place.
—¿Qué dijo? —exclamo dirigiendo mi mirada confundida hacia Leonardo—.
El inglés no era precisamente una de mis lenguas favoritas. Lo había tenido que aprender en la secundaria como requisito fundamental para aprobar la malla curricular, sin embargo, en adelante jamás me llamó la atención. Estaba enterada de que era el idioma más importante del mundo, pero yo me conformaba con saber lo básico (cosa que no me servía de mucho, como me di cuenta después).
—Que ella está muy emocionada por haber conocido nuestro hermoso país —responde Leonardo convincentemente—. Le parece un lugar asombroso.
—Very good —digo intentando no parecer una entera analfabeta—. Pero podrías decirle que intente hablar con nosotros siempre en español.
—My girlfriend does not understand English very well —le dice enseguida con una fluidez absoluta—. So…
—Oh, yo entiendo —responde Grace sin dejar de sonreír, como si mi ignorancia fuera motivo de burla—. Hablar más en español, ¿cierto?
—Sí, gracias —me dirijo a ella haciendo varias muecas absurdas que no entiende—.
—Primero iremos a cenar en el Laurel de los Príncipes —agrega Leonardo dando marcha al coche—. Luego…
—¿Ella va a cenar con nosotros? —interrumpo instantáneamente algo preocupada, pues se supone que la salida era solo de los dos—.
—Así es —responde él tratando de ser lo más paciente posible—. Grace se va a hospedar en ese hotel y necesito mostrarle el lugar.
—Por supuesto. Sino la niña puede perderse. ¿Cierto?
Leonardo no me lleva la contraria en adelante y solo se concentra en la carretera, cosa que me hace sentir furiosa. No puedo dejar de mirar a la tal Grace por el retrovisor y preguntarme si está interesada en él o si ya tiene pareja en Estados Unidos. Seguramente ambos ni siquiera son amigos y solo llevan una relación de pura cordialidad, aunque yo ya esté aquí montándome paranoias ridículas y escenitas de adolescente celosa. Leonardo por dentro debe estar sintiéndose fatal, pues fui la primera persona a la que decidió visitar ni bien arribó de su viaje de negocios y así lo recibo. Medito cuidadosamente las cosas y prometo comportarme como toda una señorita decente durante la cena en el hotel. Lo haría no solo porque él se lo merecía, sino porque Grace también debía ser tratada como si estuviera en casa.
—Lo siento —susurro arrepentida—.
—Descuida —Leonardo me pellizca suavemente en el hombro—.
—¡Qué tiernos! —añade Grace sonriendo—.
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La cena en el Laurel de los Príncipes estuvo deliciosa. La compañía de Grace no resultó desagradable del todo, por el contrario, quiso que nos convirtiéramos en amigas. Escribió su número de contacto en el teléfono móvil y yo le prometí acompañarla a salir de compras este fin de semana. Descubrí que tenía enamorado e incluso lo conocí en algunos videos y fotos que ella me mostró. Era un tipo musculoso, alto y atractivo, como era de suponer. Trabajaba como modelo de ropa interior masculina y no se cansaba de repetir en sus videos y mensajes que la amaba.
—I'm going to miss you baby —fue el último mensaje de voz que él le dejó por WhatsApp—.
Luego la acompañamos a su habitación, un enorme espacio lujoso y cómodo que nunca imaginé que podía existir dentro de un edificio. El dormitorio constaba de una preciosa cama de dos plazas cubierta con cobijas de algodón y en la cabecera dos almohadas de pluma fina que al hacer presión con la cabeza parecía engullirla. El piso estaba cubierto por una extensa alfombra muy suave y sedosa, mientras las cortinas de las ventana parecían cosidas con piel de animal. El cuarto de baño tenía su respectiva tina de cerámica, yacusi, un espejo del tamaño de un televisor de cincuenta y cinco pulgadas y un váter de mármol con reposición automática. Tan ensimismada me encontré en ese paraíso, que estuve a punto de posponer la cita para otro día. Ya me imaginaba tumbada en aquella cama celestial con Leonardo encima de mí, mimándome. Él me aseguró que esta noche me llevaría a un lugar especial y ahora no me importaría que fuera una habitación semejante a esta. Hubiera dado cualquier cosa con tal de pasar unas horas aquí, pero lamentablemente era una situación que por momento parecía inalcanzable.
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Editado: 15.04.2021