Por segundo día consecutivo he despertado muy temprano, he bajado a la cocina y me he preparado una taza de café caliente. Al igual que ayer, tampoco pude conciliar el sueño como se debe, apenas logré cerrar los ojos un par de horas y después me la pasé dando vueltas en la cama, rememorando cada bendita palabra de la reveladora conversación que sostuve con Alejandro en aquel remoto restaurante.
Estoy confundida. Por una parte, quiero creer que únicamente dijo aquello para ser amable conmigo y hacerme sentir bien después del pequeño incidente con Leonardo. Por otro lado, supuse que aquello fue una declaración de amor disimulada. ¿A qué se debe que haya llegado a dicha conclusión exagerada? Lo noté en el brillo de sus ojos en el momento que Samantha mencionó lo de mi discusión con Alejandro, en el tono de su voz cuando gratuitamente se ofreció como hombro para desahogarme y en especial durante varios tramos en el recorrido por el zoológico. Si bien no soy precisamente la muchacha más observadora del mundo, él no pudo ser más obvio. Era demasiado evidente que la compañía de mi prima lo incomodó. Estuvo pegada a él como chicle y no lo dejó de atosigar con sus indirectas. A veces me pareció que Samantha se lo quería comer en la cama como postre de chocolate, porque gran parte del tiempo procuró mostrar su lado más sexy y atrevido, sobre todo, luego de bebernos las cervezas. Yo también debo reconocer que la ingesta de licor me desinhibió un poco, pero tampoco me llevó a sacar la “maldita zorra que toda mujer esconde bajo la apariencia de cordero”.
—Buenos días, querida —agregó Maga de pronto, llamando mi atención instantáneamente—. ¿Otro problema con Leonardo o definitivamente te propusiste madrugar?
—Definitivamente me propuse madrugar —respondo con una sonrisa burlona—.
—No te creo —dice después de pensarlo un poco—.
—Yo tampoco.
—¿Hay algo que quizás quieras contarme cariño?
—No —agrego en automático—. Nada importante.
—Bien —Maga se dirige a la cafetera que todavía contiene bebida caliente—. Supongo que es tu primera taza.
—Sí.
De pronto, la pantalla de mi teléfono comienza a titilar, anunciando una llamada. La observo enseguida y me percato de que es Leonardo. ¿A quien demonios se le ocurre interrumpir el sueño de una dama a las seis de la mañana? Obviamente lo digo con sarcasmo porque estoy despierta y atenta, de lo contrario, habría conocido mi furia infinita.
—Hola tonto —digo fingiendo dulzura en mi voz—.
—Hola preciosa —contesta con ternura—. Pensé que no recibirías la llamada.
—Tienes suerte de que haya madrugado, sino…
—Lo sé, pero no me quedó otra opción.
—¿Sucede algo? —pregunto un tanto preocupada—.
—En realidad nada importante. Solo que me temo que tendremos que cancelar la cita de esta noche.
—¿Estás jugando verdad? —exclamo sin perder la paciencia todavía—.
—¡Rayos! Creí que caerías.
—Afortunadamente soy más inteligente que tú.
—¡Oh! Perdone usted, señorita sabelotodo.
—Ya deja de hacerte el gracioso Leonardo…
Apenas escucho que empieza a reírse y repentinamente se corta la llamada. Despego el teléfono de mi oreja y fijo la mirada en la pantalla: ya no estamos conectados. Afortunadamente, recibo otra llamada enseguida.
—¿Qué sucede tonto? —digo entre risas—.
—Lo siento —responde riendo también—. Al parecer presioné el botón de finalizar llamada accidentalmente.
—Si ya no quieres hablar conmigo solo dímelo y nunca más te dirijo la palabra —agrego exagerando—.
—Tampoco exageres preciosa. Solo fue un accidente.
—Claro, pon excusas —continúo fastidiándolo—.
—Nunca te rindes, no.
—Nunca.
—Eso es lo que…
La llamada vuelve a cortarse. Cinco segundos después, contesto por tercera vez.
—¡Mendigo aparato! —exclama un poco furioso—.
—Claro, ahora échale la culpa al pobre.
—No sé qué pasa con él últimamente. Creo que se ha vuelto loco de tanto uso.
—Deberías comprar uno nuevo entonces.
—Es una buena idea. ¿Y si me acompañas a una tienda de tecnología al mediodía? Muero de ganas de verte y comerte a besos y no puedo esperar hasta la noche.
En condiciones normales me hubiese llenado de júbilo al escucharlo y le habría suplicado al reloj que hiciera que sus horas transcurrieran velozmente, pero hoy me siento extraña. Es como si de pronto mis sentimientos hubieran desaparecido, quedando como un cuerpo inerte sin alma.
—¿Sucede algo preciosa?
La línea se queda en absoluto silencio durante algunos segundos. Me he sumergido en un breve estado de shock.
—Esther, ¿estás ahí?
Escucho la voz de Leonardo como si fuera un susurro, tengo fija la vista en un punto blanco que parece infinito y apenas tengo la capacidad de controlar mi cuerpo. Solo cuando una mano me advierte que estoy tocando algo caliente puedo reaccionar. He derramado el café sin querer y me ha quemado la piel dolorosamente.
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Editado: 15.04.2021