Esta mañana las cosas han pintado diferente a comparación de ayer. Samantha ha despertado con el característico brillo en sus ojos verdes y la sonrisa de oreja a oreja que tanto me emociona. Es cierto que anoche se la pasó llorando mientras veíamos una película de romance dramático que ella mismo escogió y que incluso la llevó a tal depresión que decidí dejarla dormir conmigo en mi habitación para que no intente cometer una locura, pero afortunadamente el sentimiento fue pasajero, de tal suerte que a la hora de dormir cayó rendida como un pequeño angelito en estado de embriaguez absoluta después de una fiesta descontrolada.
Fue el verla dormir plácidamente en la cama lo que me trajo recuerdos de nuestra infancia y los primeros años de adolescencia, cuando solía quedarme a dormir en casa de Samantha para divertirnos con cosas de chicas, platicar o simplemente comer algo. Recuerdo que gustábamos mucho de armar una pequeña tienda de campaña, apagar las luces por la noche y leer historias de romance, fantasía o ciencia ficción a la luz de una escuálida vela hasta quedarnos dormidas. Éramos cómplices, confidentes, inseparables, únicas. Uña y mugre, tuerca y tornillo, leche y café. Habíamos prometido permanecer unidas por toda la vida y a pesar de las circunstancias, pero dichas circunstancias fueron más fuertes que nuestras convicciones, más letales que nuestras promesas y más poderosas que nuestras propias ilusiones. Para cuando quisimos reaccionar y recomponerlo todo, era demasiado tarde. Los caminos ya se habían distanciado irremediablemente.
Para cuando volvimos a recuperar el contacto, después de varios años de olvido, aprendí que la vida siempre nos puede dar segundas oportunidades. Que las cosas pueden fluir por etapas o ciclos. Hubo una etapa para disfrutar al máximo de nuestra amistad, luego otra para estar separadas y extrañándonos. Hubo una etapa donde pareció que lo perdía todo: primero mi padre, después mi madre y por último mi vida; pero también otra donde logré recuperar muchas cosas y conocer a mi ángel de la guarda: mi abuela Maga. Hubo un periodo de mi vida donde parecía que el amor romántico me era esquivo, que cupido era un ángel alcohólico que apenas y podía pararse para agarrar el arco y la fecha; pero luego otro donde estoy disfrutando de los manjares más exquisitos y empalagosos. No solo que tuve la oportunidad de conocer, salir y tener una relación seria con Leonardo, sino que también puedo sentirme un tanto confundida cuando me acerco a Alejandro, ese chico con los rizos perfectos y brillantes que vino a entrometerse en mi camino cuando menos lo requería.
—¿A qué hora piensas desocuparte hijita? —pregunta Samantha en tono divertido, clavando su dedo índice en mi cintura y haciéndome cosquillas—. Recuerda que nos tenemos que ir a la cabaña de tu noviecito para arreglarla de acuerdo a la ocasión. Esto es muy especial para ambos.
—No comas ansias Sam —respondo con tranquilidad, pues ya tengo medido el tiempo y sé que es suficiente—.
—¿Es que no tienes corazón? No es mi cita, pero estoy muriéndome de nervios.
—Claro que lo tengo y ahora está latiéndome a mil por hora.
—Entonces lo disimulas muy bien.
—Soy mayor que tú, sé controlarme.
—¿En serio? ¿Y qué harás cuando Leonardo se te acerque sorpresivamente por detrás y te bese el cuello?
Apenas siento el roce de los dedos de Samantha en mi espalda y me sobresalto. Estuve a punto de soltar una taza de porcelana con café que tengo en las manos, pero afortunadamente la puedo mantener entre mis manos.
—¡Pero qué demonios te pasa! —exclamo sorprendida por su comportamiento atrevido—.
—¿Qué pasa princesa? ¿No te guste que te abrace?
—Sam, basta…
—Muero de ganas de besarte y decirte cuánto te quiero mi dulce damisela…
—¡Sam!
—Vamos, sé que te gusto…
—Una palabra más y te voy a golpear, en serio.
Samantha se aleja de mí sin parar de reír y yo me siento aún más nerviosa. Ahora sí las manos me tiemblan y están sudando, trago saliva con dificultad y suspiro.
—Salimos en treinta minutos Julieta, vale…
—¿Julieta?
—Como la historia de Romeo y Julieta.
—¿Quiénes son esos dos? —pregunto bromeando—.
—No te hagas la desentendida primita.
—Ok, en treinta minutos será.
Termino de tomar el café, lavo la taza y voy corriendo a mi habitación a cambiarme. Agarro unos pantalones de licra oscuro, una sudadera color naranja y zapatos deportivos. Me visto, entro al cuarto de baño, me aliso el cabello levemente y me maquillo. Mientras estoy mirándome al espejo, escucho la notificación que me indica que tengo un mensaje de WhatsApp. El corazón se me detiene y me pongo pálida. A excepción de Maga y Samantha, la única persona con la que converso por ese medio es Leonardo. Me imagino que es él porque mi prima está en su habitación y solo necesita gritar para comunicarse conmigo. No puede ser Maga tampoco porque cuando ella necesita mi ayuda me suele llamar directamente. Entonces, y por simple descarte, sé que se trata de Leonardo. Mi cuerpo también me lo dice, acabo de sentir una descarga eléctrica en el estómago.
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Editado: 15.04.2021