Desastre. Esa era la única palabra capaz de describirla en ese momento.
Sus ojos estaban hinchados, su cabello desordenado y el cuerpo entero le dolía. Fiebre. Un mal momento para enfermarse.
Decidida a no dejarse vencer por un poco de temperatura, se arregló como siempre y se alistó para ir al trabajo. No podía darse el lujo de perder ese día, Adrián no se lo perdonaría.
—Lao, pequeña —le habló, mientras salía del baño. —. Ya es momento de levantarse.
Frunció el ceño en confusión al notar que la niña no se encontraba en la cama como esperaba, y rápidamente caminó fuera de la habitación para ir a buscarla. Al bajar las gradas, pudo escuchar un estruendoso ruido en la cocina, y luego de ver que su padre continuaba dormido en el sofá, con el corazón en la mano, corrió para ir a ver qué ocurría.
—Mi sol, ¿qué haces? —preguntó, sorprendida, al verla sentada en el suelo con la cara y el torso lleno de harina.
—Quería prepararte panqueques, pero me caí. —respondió con tristeza.
—Ay, cielo —dijo conmovida, mientras iba hacia ella para ayudarla a ponerse de pie. —. No tenías que hacerlo.
—Siempre lo haces por mí. —respondió, haciendo un pequeño puchero.
—Bueno, soy tu hermana mayor, es lo que hacemos —la tomó en brazos, luego de sacudirla. —. Ya cuando crezcas podrás hacer cosas por mí, por ahora, déjame cuidarte. —besó su mejilla.
—¡¿Qué pasó?! —cuestionó el padre, llegando a la cocina corriendo, y con la respiración entrecortada por haber despertado sobresaltado.
—Quería hacer panqueques. —respondió la niña, adelantando los labios.
Evonne torció una pequeña sonrisa, mientras dirigía la mirada hacia su padre. Para su sorpresa, no se burló, ni hizo algún comentario sarcástico como normalmente lo habría hecho, solo asintió con la cabeza, se rascó la nuca y se marchó.
—Cariño, tendrás que ducharte de nuevo —le informó, mientras la dejaba sobre sus pies. —. Anda, ya subo a ayudarte.
Una vez que la niña se marchó, ella caminó hacia la sala de estar, en donde su padre se encontraba sentado en el sofá, con la espalda encorvada, mientras frotaba sus sienes.
—¿Ya viste el aviso? —le preguntó, parecía angustiado.
—Sí, papá —suspiró, mientras se sentaba junto a él, evitando mostrarle lo aterrada que estaba también. —. Pero no te preocupes, papá. Hoy pagaré una cuota, no será mucho, pero ayudará a que se tranquilicen.
—¿Qué? —alzó el rostro hacia ella. —. Pero, ¿cómo?
—La fiesta de ayer dejó muchas ganancias —mintió. —. Eran personas de otra ciudad y del extranjero, empresarios derrochadores.
—¿De verdad? —cuestionó, sorprendido. Pero todo rastro de alegría se esfumó de su rostro, mientras bajaba la mirada, avergonzado. —. No deberías tener que cargar con todo esto, Evon.
—Oye —guio la mano hacia su mejilla, para acariciarla con ternura. —. No es tu culpa, ¿está bien?
La tristeza en los ojos de su padre la afligía en gran manera, y más por el hecho de que era algo con lo que él no sabía lidiar. No quería que se deprimiera, no cuando podía decaer sin ningún problema, por vivir en un barrio en donde era más fácil conseguir drogas que comida.
—Nos iremos ahora —le informó, una vez que estuvieron listas. —. Pero tú…
—Me portaré bien —respondió con prisa, tomando su mano y besando sus nudillos. —. Te ves agotada, hija.
—Estoy bien. —respondió, dándole un ligero apretón de manos.
Tomó la mano de su hermana menor y se marcharon a buscar el autobús para así ir a cumplir con la rutina diaria.
A diferencia de otros días, el restaurante se encontraba prácticamente vacío. Evonne bostezó tan fuerte que sintió vergüenza cuando varias personas posaron sus ojos curiosos en ella, por lo que se apresuró hacia el mostrador y recostó su torso sobre el mesón, cerrando los ojos por cuestión de segundos para intentar descansar.
—Vaya, alguien durmió muy poco —comentó Ivana, acercándose al despachador con un par de bebidas energizantes. —. Dejé a Loa dormida en tu casa anoche.
—Sí, leí tu mensaje. No sabes cuánto te lo agradezco. —dijo incorporándose.
Puso los codos sobre la superficie del mesón y reposó la barbilla en sus manos, mientras veía la bebida que su amiga había dejado frente a ella.
El sonido de la puerta de vidrio desplazándose, haciendo sonar una campanita, hizo que ambas fijaran su mirada en ella, y no pudieron evitar sonreír ampliamente cuando un apuesto chico de cabello platinado ingresó en el lugar y avanzó hacia una de las mesas viendo a su alrededor constantemente.
—Sabemos claramente a quien busca. —comentó Ivana, sonriendo con picardía y moviendo sus cejas de manera juguetona.
—¿Qué hacen ambas aquí? —preguntó el pelirrojo a sus espaldas, cruzándose de brazos.
—¡Romeo! Hola, estamos viendo a tu conquista. —informó Ivana, señalando la mesa en dónde el rubio platinado fingía leer el menú.
—Ivana, ¡basta! —exclamó sorprendido, con el rubor hasta las orejas, al encontrar los ojos grises de aquel joven sobre él.
—No te burles, Ivana —le advirtió Evonne, incorporándose totalmente y viendo a su amiga con diversión, mientras guiaba la bebida hacia sus labios. —. Porque, ¿adivinen quién se comportó como todo un héroe ayer?
Ambos jóvenes se observaron entre sí, antes de fijar sus miradas en ella.
—¿Elías? —inquirió Ivana.
—Así es —entonó. —. Tuve un incidente con uno de los anfitriones de la fiesta y él fue a mi rescate. ¿Adivina por quién pregunto?
—Oh, no. —expresó, angustiada.
—Oh, sí —sonrió ampliamente. —. Ese chico se muere por ti, tanto como Arthur se muere por Romeo.
—Evonne, espera —la interrumpió Romeo, viéndola con seriedad. —. ¿Tuviste problemas ayer en el club? ¿Por qué no me llamaste para ir por ti?
Evonne amplió los ojos, y abrió la boca con la intención de responder, pero justo en ese momento no se le ocurría ninguna excusa viable. Desvío la mirada hacia su amiga, quien mantenía una ceja arqueada a la espera de una respuesta.
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Editado: 05.12.2023