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Casi amanecía en la montaña y Samuel estaba sentado, desnudo, a orillas del pequeño acantilado, contemplando el paisaje al tiempo que meditaba.
Había vuelto a tener pesadillas que no podía recordar cuando despertaba, pero que lo dejaban muy inquieto y con muchas dudas. Lo único que lograba recordar, era la voz de una mujer, gritando angustiosamente “Paddy”. ¿Quién era esa mujer y por qué gritaba así? ¿A quién llamaba? ¿Era a él? ¿Acaso su nombre real era Paddy?
Soltó un suspiro pesaroso y dejó caer los hombros, con desaliento porque no podía recordar absolutamente nada. Mientras el sol empezaba a salir, se dejó llevar por los recuerdos.
Él era un cambiante de oso grizzly que mamá Chona había encontrado llorando solo, en un bosque, cuando era un pequeñito. La mujer buscó en los alrededores a los familiares del niño y, al no encontrarlos, decidió no dar parte a las autoridades y quedarse con él, presentándolo como suyo. Ella era nativa Kikapú y pasaba la mitad del año en México y la otra en los Estados Unidos, como lo hacían todos los de su tribu. Samuel tenía rasgos indígenas, así que fue aceptado por todos ellos sin ningún recelo. La señora Chona fue paciente y amorosa, al mismo tiempo que estricta con el pequeño. Poco a poco le enseñó sus costumbres y tradiciones, también su lengua y el pequeño aprendió a honrar a Kitzihiata, su creador,
Los problemas comenzaron unos meses después cuando, una noche, la señora encontró un cachorro de oso en la cama, en lugar de encontrar a su hijo, sintió que el alma se le salía del cuerpo. Sus gritos despertaron a Samuel quien, al verse convertido en un oso, también se asustó y, por un instante, trató de huir; pero luego reaccionó y, concentrándose, retomó su forma humana. Mamá Chona, aún asustada, se dejó caer sobre una estera y empezó a orar a Kitzihiata pidiéndole su ayuda, su protección y su sabiduría para poder saber qué hacer ante semejante prodigio. Samuel se acercó a ella en silencio, se arrodilló a su lado y permaneció callado.
— ¿Puedes hacer eso a voluntad? — Le preguntó ella, de pronto.
El pequeño frunció el ceño, algo dudoso, luego intentó transformarse de nuevo. La mujer lo miraba con una mezcla de miedo y fascinación cuando el chiquillo lo logró.
— ¿Puedes entenderme estando así? — Preguntó en voz baja.
El osezno asintió y se volvió a sentar junto a ella.
— No podemos decirle a nadie nada de esto. — Le dijo la mujer, luego de un momento. — Podrían lastimarte. No pueden verte así.
Samuel asintió en silencio, totalmente desconcertado. Él no podía recordar nada de lo que había pasado antes de que ella lo encontrara en el bosque. No tenía ninguna memoria de su vida anterior, ni siquiera sabía, hasta esa noche, que podía convertirse en una bestia. ¿Quién o qué era él?
Asustado, el pequeño volvió a tomar su forma humana y se abrazó a la mujer, para luego empezar a sollozar. Ella le devolvió el abrazo y trató de consolarlo.
— Todo va a estar bien, pequeño Samuel. — Le dijo con ternura. — Todo va a estar bien. Sólo cuida que nadie sepa esto.
Chona mudó su casa de paja un poco retirada del pueblo, por pura precaución y, algunas semanas después, preparó una cesta llena de pan de maíz y otros alimentos, tomó a Samuel de la mano y juntos caminaron por la orilla de la carretera, en silencio. El pequeño estaba asustado, pensando que su madre lo iba a abandonar o a matar. Casi gritó de alivio cuando, luego de mucho andar en despoblado, llegaron a un viñedo y la mujer se acercó a lo que parecían unas oficinas. Habló en inglés y preguntó por alguien. Samuel observaba todo lo que sucedía con mucha curiosidad.
Un hombre salió, llevando a un bebé en brazos y observó al niño detenidamente. Otros dos niños, más o menos de la edad de Samuel, quizá un poco más grandes, también se acercaron y gruñeron como si fueran perros enojados. El señor les dijo algo y ellos se calmaron, pero miraban a Samuel fijamente, sin apartar la vista.
Luego de conversar por varios minutos con la mujer, el señor se acercó a Samuel y se agachó junto a él.
— Hola hijo, yo soy Mauro Lobo. Bienvenido al rancho “Los Lobos”. Este es Luis, mi cachorro. — Le dijo en español, mostrándole al bebé. Luego se giró a los otros niños. — Él es Samuel, su nuevo hermano, vengan a saludarlo.
— ¿Nuestro hermano? — Preguntó el mayor, sorprendido.
El hombre asintió.
— Él necesita estar en el rancho con nosotros. — Le explicó. — Su mamá me está pidiendo que lo cuidemos y es lo que vamos a hacer. ¿De acuerdo?
Samuel, asustado, se giró hacia su madre y se aferró a ella.
— ¡No me dejes! — Exclamó en su lengua. — ¡Te prometo que nunca voy a cambiar de nuevo en animal, voy a ser bueno, no me dejes aquí!
Chona empezó a llorar y se agachó abrazándolo.
— No te estoy dejando, eres mi hijo y siempre lo serás. — Le respondió con cariño. — Pero ellos son como tú, te van a enseñar cosas que yo no sé. Te van a cuidar bien y siempre podemos vernos. Tú puedes ir a verme y yo puedo venir aquí. Necesitas que tu oso salga, juegue y disfrute. No puedo tenerte oculto todo el tiempo.
El pequeño asintió, limpiándose las lágrimas.
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Editado: 10.10.2024