2010 - París
El sonido de las gotas al golpear la tensa tela del paraguas era relajante, mientras se alejaba caminando a paso lento por la vereda del hotel en el que se alojaban.
Las calles, usualmente muy concurridas, a causa de la lluvia se habían despejado un poco, acentuando al mismo tiempo el natural aire romántico que caracterizaba la ciudad.
Se observó en el reflejo de una vidriera y sonrió. No entendía por qué otros vampiros añoraban tanto los tiempos pasados; la última centuria había traído consigo grandes maravillas y ventajas, una de ellas era el anonimato, el poder pasar desapercibido, ser un número más entre la multitud.
Volviéndose de frente al escaparate, acarició sus suaves rizos rojos, recordando también los avances en la ciencia cosmetológica, que permitían a los humanos mantenerse más jóvenes y eso hacía que su apariencia no llamara tanto la atención. Otra ventaja de esta época era poder cambiarse los colores naturales, de los ojos, el cabello e incluso la piel. Lo único que se había vuelto un poco complicado era el papeleo de las identificaciones, pero nada que no pueda solucionarse si se actuaba con tiempo o si se tenían los contactos necesarios.
Miró, a través del cristal, y un hermoso vestido de color verde oscuro, llamó su atención, era largo, de falda de corte "A", con corsé bordado delicadamente. Decidió entrar.
El vestido no estaba a la venta, pero como se trataba de una tienda de confecciones exclusivas, le ofrecieron hacerle uno a medida. Le trajeron un gran muestrario de telas con diferentes texturas y colores, al igual que muchos accesorios, finalmente se decidió por un color borravino con pequeños bordados en plata y cristal y un diseño sencillo de corte clásico, que no enseñara demasiado, ya que la madrina no debía llamar la atención más que la novia.
Salió del lugar conforme y extrañamente feliz por el pronto acontecimiento. No solo era la primera boda de su hijo, sino que también era la primera vez que hacía un sacrificio de tal magnitud para reparar sus errores y que estos no afectaran a la familia.
Hacía tiempo que Ribeth se mantenía transitando un camino pacífico y el hecho de que Evan tomara en cuenta esto, le provocaba una inmensa satisfacción y hasta cierto orgullo al ver los cambios en su conducta. La verdad, él nunca se había caracterizado por el buen comportamiento, ni por su generosidad, por lo que muy en su interior guardaba una espina de duda con respecto a los verdaderos motivos que Evan pudiera albergar acerca de este matrimonio, pero su amor materno le hacía desear creer en su vástago.
Llegó al restaurante donde se había citado con su hija menor siendo aún temprano, tomó una mesa y pidió un café para amenizar la espera. Ribeth tenía tres hijas, además de Evan, Clarice, que fuera su amiga de la adolescencia, a la cual convirtió en mil ochocientos cuarenta y dos, y dos gemelas, que habían adoptado con Nicholas y después convertido, una de ellas era con quien se encontraría ahora. Mirelle.
La joven también llegó temprano, por supuesto llamando la atención de todos los presentes con la belleza y el magnetismo tan singulares que la hacían tan parecida a Nicholas y por lo cual era su favorita. De piel blanca, ojos azules y cabello renegrido, caminó contoneándose levemente entre las mesas, fingiendo no notar las miradas intensas de los hombres que se encontraban en el lugar.
Ribeth sonrió al ver la situación, sabía que a su hija le agradaba causar ese efecto. Siempre habían sido muy diferentes, siendo ella una mujer que le gustaba pasar inadvertida, Mirelle, todo lo contrario, se complacía en ser el centro de la atención, por lo cual acostumbraba a rivalizar con cualquiera que osara quitarle protagonismo.
La muchacha observó el lugar y de inmediato, su mirada se encontró con la de su madre. Se acercó sonriéndole, luciendo un traje de falda y chaqueta de color avena, con botas de cuero marrón y una cartera igual, llevaba además en su brazo un impermeable turquesa y un paraguas.
Se saludaron con afectuosa amabilidad.
— Madre ¿Cómo has estado?
— Bien, hija, gracias. ¿Y tú?
— Bien, mamá.
— ¿Has sabido de Jordi? — Preguntó intentando tener una conversación amena.
La pelinegra se puso tensa.
— No, tú lo ves más que yo.
Desde la muerte de Nicholas, Ribeth y Mirelle se habían distanciado mucho, aunque su relación siempre fue algo tensa por los constantes celos de la niña, ahora era peor, ella tenía una fascinación con su padre que rivalizaba con lo insano y estos sentimientos los había trasladado a su hijo, después de que su pareja de ese entonces la abandonara.
La mujer mayor bajó la mirada y desvió el tema y volvió a hacer algo que también había aprendido de su mentor y esposo, fingir que eran una familia normal.
— ¿Has comprado tu vestido ya?
— Sí — respondió la hija cambiando su semblante. — Apenas me llamaste para avisarme — rio divertida. — Esto sí que es un gran acontecimiento, espero que esta vez no la riegue tu hijito.
— Espero que no…
La conversación se hizo relajada y duró algo de dos horas y media.
Flashback - 1951, Fez
— Beth, hay un hombre en la puerta que quiere verte, le he dicho que no estás disponible, pero insiste, dice que fue amigo de tu esposo, su nombre es Syoran.
Clarice le había pedido que la acompañara a Marruecos, donde ella debía arreglar los papeles de la casa de su familia, aunque en realidad no la necesitaba, la chica había encontrado esta excusa para alejar a Ribeth de todo lo relacionado con su difunto esposo Nicholas, y así aminorar el dolor de su partida. Lo que menos esperaba era a alguien que tuviera algo que ver con él y que la buscara justamente allí.
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Editado: 08.05.2023