2010 - Sicilia
La habitación pequeña de la antigua capilla ubicada en la propiedad de los Bernecci, estaba sobriamente amueblada en madera oscura y tonos beige, salpicada con algunas rosas naturales en los rincones.
La mujer acomodaba la ropa y el cabello de su hijo tocándolo con nerviosismo, el joven permanecía impasible, permitiéndole actuar como si aún fuese un niño.
Ribeth observó su móvil que acababa de dar un leve sonido.
— Ya vienen — le informó mirándolo con seriedad.
— Tranquila.
Ella se puso sobre las puntas de los pies sosteniéndose de su brazo para besarlo en la mejilla, él volteó el rostro interceptando el beso con sus labios sutilmente.
— Vamos — continuó hablando Evan como si nada, — todo estará bien — le dijo mientras tomaba su mano para que lo acompañara al altar.
El lugar estaba lleno de gente, la mayoría familiares y amigos de la novia, siendo ella de una familia italiana muy reconocida. De parte de su propio clan, se encontraban allí Clarice, Mishel y Mirelle; y algunas pocas amistades cercanas.
Habrían pasado algo de diez minutos cuando la muchacha entró en la iglesia, vestida de blanco radiante, con una amplia falda estilo victoriano y un ajustado corsé lleno de piedras, su velo cubría su rostro y descendía por la espalda uniéndose a la larga cola. La joven era además de una belleza extraordinaria, comprendía perfectamente por qué su hijo había tenido una relación tan prolongada, pero le preocupaba la forma que Chiara tenía de obtener sus caprichos, ya que así como ahora no había dudado en mentir sobre el padre del hijo que esperaba, tan solo para retener al hombre que quería; sin duda en el futuro, con las motivaciones correctas, podría hacer cosas peores.
La ceremonia religiosa transcurrió serenamente y al cabo de una hora y media ya estaban rumbo al salón de fiestas de sus nuevos familiares políticos, ubicado en el mismo predio.
Evadieron las fotografías y filmaciones a excepción de la tradicional foto con los novios y el vals. A mitad de la celebración, una sorpresa preparada para la novia de parte de su abuelo, los dejó atónitos también a ellos.
Deteniendo el baile, don Carlo se acercó al micrófono, en el extremo del salón donde tocaba una banda sinfónica.
— Les pido su atención, por favor — dijo el anciano aclarando su garganta. Todos tomaron sus lugares y se volvieron a mirarle. — Pido a mi adorada nieta y a su flamante esposo, que se acerquen.
Evan y Chiara caminaron hacia el lugar, tomados de la mano. El hombre de cabellos blancos, tez pálida y ojos oscuros los observaba con expresión sombría.
Un presentimiento desagradable invadió el pecho de Ribeth, quien sin ser notada se dirigió al baño, retocó allí su maquillaje tratando de calmar el palpitar errante de su corazón, mientras oía el afable discurso del italiano en el que las expresiones “amor eterno” y “para siempre” se repetían bastante. Sonrió al espejo con ironía “¿Qué puede saber alguien de tan corta vida lo que significa para siempre?”
—… Por esto es que deseo para mi nieta la bendición que solo el representante de Dios en la tierra puede dar… — abrió la puerta para regresar a la mesa preparada para los McGregor y allegados, pero se detuvo allí para esperar y ver los sucesos a distancia prudente —... Por razones obvias, el Sumo Pontífice no puede estar aquí, pero en su lugar ha venido el Cardenal Arquimimo, trayendo consigo un certificado firmado…
En esto, un hombre de estatura media, túnica negra y estola de color morado cruzó el salón a paso firme, denotando su, en otrora, carrera militar. Al verle, su respiración se detuvo. Su hijo buscó su mirada hasta encontrarla y permaneció en su lugar sin demostrar sentimiento alguno.
Las palabras se hicieron mudas, aquel hombre, Arquimimo FerHernandez, enemigo de antaño de su familia, estaba allí, luego de haberles perdido el rastro por mucho tiempo, ahora se venían a encontrar de esa manera. Evan estrechó la mano de su antagonista y le sonrió mirándole fríamente a los ojos, sabía que no realizaría ningún acto que pudiera traerle exposición pública, considerando el alto puesto eclesiástico que ocupaba actualmente.
Los invitados se pusieron de pie para ovacionar tan honrosa bendición recibida por los novios, y de a poco, fueron acercándose a ellos para felicitarles y también saludar a “Su Eminencia”.
Moviéndose por detrás de la multitud, Beth dio la orden silenciosa, a todos los que se encontraban con ella, de que se retiraran, amén de las protestas de su hija, Mirelle.
Ribeth se quedó sola hasta el final del festejo acompañando a su hijo.
***
En medio del campo, en las afueras de las tierras Bernecci, el sacerdote se encontraba de pie debajo de un olivo, la mujer frente a él lo estudiaba silenciosamente.
— No busco problemas, Ribeth, de verdad — le explicó con voz calmada. — Esto, es una simple coincidencia, como verás, ando solo.
Ribeth sabía que nadie le acompañaba, ya que sus sentidos alertas se lo decían.
— Me extraña verte así, después de tanto tiempo y en la posición que ocupas. Siempre fuiste muy discreto.
— Aún lo soy — se miraron a los ojos unos momentos intentando detectar los pensamientos del otro. — El fin está cerca, Ribeth, volver a las raíces es el único camino de salvación…
— No pienso igual — le interrumpió haciendo un gesto de impaciencia alzando su mano a la altura de su rostro y volteando la vista hacia un costado, mientras sus labios se apretaban en un leve mohín.
Él calló ante ella reflejando la misma expresión.
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Editado: 08.05.2023