Flashback - 1874, Escocia
En la fría noche de noviembre en la residencia McGregor, Ribeth dormía apaciblemente, eran los días previos a su boda con Nicholas Morand, a Evan no le agradaba la idea, pero no podía decir nada, ya que él siempre los había sustentado, no obstante, su conducta hacía muy elocuente su disgusto. En su decisión de marcharse a América, Nicholas lo apoyó y le dijo que le proveería de todo lo necesario. Ambos se odiaban, pero en consideración a ella se guardaban cierta tolerancia.
Sumida en un sueño profundo, no notó que las mantas la abandonaban, movidas por una fuerza invisible, un estremecimiento leve le recorrió a causa del frío, pero era incapaz de despertar. El joven se encontraba parado a los pies de la cama, contemplándola, cubierta tan solo con un camisón largo de tela algo gastada que dejaba traslucir las curvas de su cuerpo.
Él se puso de rodillas al borde de la cama e inclinándose hacia ella, comenzó a besarla desde sus pies, mientras con las manos iba recorriendo sus piernas suaves y sin vello, descubriendo la piel blanca. Recordaba cuando siendo niño, se escondía detrás de las cortinas de su habitación en su casa árabe para mirarla cuando Beth depilaba su cuerpo, era tan hermosa y perfecta a sus ojos…
Sus labios se detuvieron en la delicada piel detrás de la rodilla, en el preciso instante en que sus manos alcanzaron su lugar prohibido, la acarició allí con los dedos, notando que su erección crecía.
Ella, sintiendo una excitación que la desbordaba, intentaba desesperadamente despertar, a tal punto que aunque era víctima de un embrujo de sueño, emitía leves gemidos.
Él suspiró, arrodillado entre sus piernas, y liberando toda la sensualidad diabólica de la que estaba dotado, le permitió despertar. Al verle, una atracción irresistible la poseyó.
El joven continuó el camino que llevaba con sus labios por el interior de sus muslos. La mujer, confusa y excitada, inexpertamente lo quiso tocar, Evan no se lo permitió, sostuvo sus manos entrelazándolas con las suyas, en tanto su boca se reunía con aquel sitio palpitante y cálido, tan ansiado.
La tuvo así un buen rato, oyendo sus gemidos que respondían a cada uno de sus movimientos, mordisqueó suavemente sus labios, la besó por fuera y la penetró con su lengua varias veces para luego acariciarla dibujando pequeños círculos alrededor del clítoris.
Colocó un dedo en la entrada de su vagina e hizo presión, hundiéndose en ella suavemente, estaba muy mojada, pero sus músculos se apretaban al sentirle dentro porque Ribeth, aun en medio de su excitación y deseo descontrolado, tenía miedo.
Si se tratara de otra, esto no le habría importado, de hecho hubiera sido mucho más rápido y egoísta, pero esta era la mujer de su vida, su más amada obsesión, el motivo mismo de su existencia, la razón por la cual cruzara todos los velos de oscuridad hasta este mundo. Ella había puesto en riesgo su propia vida para permitir que un oscuro íncubo como él pudiera conocer la existencia material.
Metió un dedo más dentro de ella con suma delicadeza, mientras desparramaba dulces besos sobre su vientre, allí donde tenía la marca, la cicatriz en forma de pentáculo, comenzó a mover los dedos entrando y saliendo de Beth con suavidad, logrando que gritara liberando un intenso orgasmo.
Quitó la mano de su entrepierna, la abrazó y levantó la cabeza para tomar entre sus labios uno de sus pezones, succionándolo como cuando niño, se las había ingeniado para que ella le diera el pecho hasta los cuatro años, recordaba con satisfacción.
Beth, si bien se daba cuenta de lo que sucedía, había perdido toda su voluntad, se encontraba perdida en una nebulosa de placer y sensaciones incontenibles…
— ¿Cómo…? ¿Qué… me haces? — preguntó intentando oponer en su mente cierta resistencia a todo lo que sucedía.
Evan la besó con pasión, acallando sus palabras y sentándola sobre sus piernas, la penetró profundamente, tantas veces había deseado tenerla así…
Si hubo dolor, Beth no lo sintió, el placer era tal que perdió toda noción del tiempo y el espacio. Cerró los ojos abrazándolo, acunando su cabeza contra su pecho con un brazo y masajeando su espalda con el otro, él la llevó hacia atrás, quedando acostado sobre ella en la cama.
Un líquido caliente brotó de su espalda a la altura de los omóplatos, llenando la palma de ella que acariciaba esa zona, notando esto, pero el éxtasis que iba en aumento le impedía reaccionar.
Él arqueó su cuerpo encorvándose con un fuerte gruñido, la sostuvo por las muñecas para que no le tocara, pero sin dejar de embestirla, llevó la mano de ella manchada de sangre hasta sus labios para que bebiera el líquido rojo aún fresco.
Ella, entreabriendo los párpados, lamió su propia mano con avidez, limpiándose hasta la última gota con la lengua y quiso más. Volvió su rostro hacia el de él y cuando lo miró se quedó paralizada por unos segundos. Su aspecto había cambiado, su piel se tornó intensamente roja, al igual que sus ojos, su cabello negro había crecido hasta sus hombros, y cuernos largos y curvos se dibujaban a los costados de su cabeza.
Sus facciones eran las mismas, pero se veía más temible que de humano. En su espalda, enormes alas murciélago se erguían por detrás de su cabeza. No le había visto cambiar así desde niño, solamente ella le conocía de esta forma.
— No me veas así, por favor — aunque sabía que a ella le agradaba esta faceta suya, no se sentía cómodo viéndose tan poco humano, pero a su lado no tenía el control de su cuerpo.
Evan la observo también inmóvil por un instante esperando su reacción, la mujer le abrazó y buscó sus labios sin importarle nada, él respondió su beso y volvió a moverse en su interior con más fuerza.
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Editado: 08.05.2023