Habibi: Mi amor.
2010 - El Cairo
Ribeth instruía a Said sobre negocios menores que poseía en Marruecos. Si él quería que ella le hiciera creer que le tenía confianza, lo haría.
Se encontraban sentados en la terraza, ella llevaba un vestido color marrón, fresco y casual, era de tirantes y el escote un poco bajo, aunque no levantaba la vista de los papeles, como tenía por costumbre cuando estaba junto al espía, podía sentir su mirada pesada sobre su piel.
En esto, unas risitas nerviosas interrumpieron su conversación; las nietas de Aline, dos jovencitas de unos quince años, se acercaban a ellos trayendo una bandeja en la que había una jarra con jugo de frutas y vasos. Su interés en Said era evidente, el hombre, al verlas, sonrió con diversión desviando la mirada.
— Señora… — La interpelaron.
— ¿Sí? — Ella les puso atención con una sonrisa amable.
— Hablamos con nuestra abuela… pues… nos gustaría estudiar inglés…
Ribeth se volvió hacia su hermano y al verle, su parecido con Farid se le hizo muy evidente, en especial la forma sesgada de sus ojos con tan largas pestañas y sus cejas pobladas, pero no quedaba ningún descendiente suyo. ¿O sí? No, no podía ser, este era un vampiro mucho más viejo. Al observarle, detenidamente por primera vez, entendió el porqué de la actitud de las niñas, era realmente un hombre muy atractivo.
— Veremos qué puedo hacer por ustedes — respondió sonriendo hacia ellas, pero reteniendo estos pensamientos.
— ¡Gracias! — Exclamaron entusiasmadas y se marcharon.
— Tu mirada se ha obscurecido, ¿qué tienes? — Le preguntó el hombre posando su mano sobre la de ella.
— Nada — quitó la mano sintiendo un rechazo instantáneo y sacudió la cabeza intentando borrar los recuerdos.
— De verdad…
— Te diré la verdad — dijo ella y él pareció retener la respiración. — El día que llegaste a mi casa en Marsella, acababa de ocuparme de alguien que tuvo la osadía de tocar una de las niñas de aquí.
— Ri, no estarás pensando que yo… puedo prestar atención a unas niñas…
— Como dijiste, has sido discípulo de mi marido y si bien él nunca llegó a tanto, a menos que yo lo supiera, tenía sus cosas raras…
— Yo nunca…
El teléfono sonó insistentemente, sabía que su hijo debía estar ya al tanto de su huésped y no estaría contento con la situación, pero si no le respondía sería peor, porque se presentaría en la casa sin avisar y armaría un lío.
Llamada con Evan:
— Hola, cielo, ¿cómo estás? — Respondió calmadamente.
— Tenemos que hablar, madre.
— Te marco más tarde, hijo. Estoy ocupada ahora.
— Ok — cortó sin más.
Fin de la llamada
— Continuemos — dijo dirigiéndose nuevamente a Said.
Flashback - 1822, El Cairo
La casa, asentada en las afueras de El Cairo, dejaba ver desde la terraza las arenas eternas y siempre cambiantes del desierto. Allí sentada, al caer la tarde en su clase de idioma árabe con Farid, Beth sentía que estaba en el cielo; eran los momentos más gratos de su vida y no quería que terminaran nunca.
— Ribeth, habibi, préstame atención — la regañó dulcemente.
— Si tienes toda mi atención, Farid, habibi — sonrió ella.
Él rió estrepitosamente, mirándola con picardía, sabiendo que la atención que ella le prestaba no era la que él le requería.
— Toma tu hoja y tu pincel y ven aquí, te volveré a explicar.
La pequeña suspiró con expresión hastiada y se acercó a él con sus elementos en las manos, arrastrando los pies.
Farid la tomó del brazo y la hizo sentar sobre sus piernas.
— Mira, concéntrate — dijo, y continuó la clase.
Beth se sentía especial en estos momentos, aunque ya no fuera el centro de la existencia de su madre, quien había tenido otro bebé y debía atenderlo sin descuidar las actividades hogareñas propias de la vida diaria de la mujer árabe, por lo que poco tiempo le quedaba para su hija.
Las demás niñas de la casa, hacían burla de Ribeth por causa de sus dificultades con el idioma, o simplemente por la blancura de su piel, la cual enrojecía rápidamente con el sol y el calor; era repudiada también por las mujeres adultas, quienes la veían como una agregada, adoptada, bastarda y otros epítetos similares, hija de otro hombre e indigna de pertenecer a la familia.
Farid, sí la quería y le prestaba atención como no lo hacía con las demás. Dedicaba dos horas de su tiempo diariamente para instruirla, y con este gesto lograba que su vida, muchas veces dura, no fuera tan terrible.
Su madre, por otro lado, que ya no podía consentirla, por causa de su posición, había logrado que Hassan permitiera que su hijo le enseñara; esto no era lícito para las mujeres árabes, pero siendo la niña occidental y considerando las desventajas en las que se encontraba, el hombre accedió.
Laura algunas veces pasaba a escondidas a verla durante sus clases; ella no tenía muchas libertades, ya que la madre de Farid la odiaba intensamente y se esforzaba por hacer sus vidas miserables, siendo además una mujer astuta, que se encargaba de sembrar intrigas entre ellas para separarlas y fomentar la “unión” de las mujeres de la casa contra las intrusas europeas.
Todo esto hizo que Beth detestara la forma de vida islámica, donde la mujer era poco más que un objeto, y aunque disfrazaran sus intenciones con una máscara de amor y protección, en realidad sus leyes eran mentiras, simples excusas para justificar su propio contentamiento.
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Editado: 08.05.2023