2010 - El Cairo
Casi un mes después de la última vez que viera a Nicholas, únicamente se había cruzado un par de veces con el supuesto Said, con sus hijos solo hablaba por teléfono y se citó con André una vez para firmar escrituras y contratos.
Sabía que podría haber tomado acción antes; sin embargo, postergaba la situación. La realidad era que tenía miedo, temía caer en aquella locura si él hacía con ella lo mismo que Nicholas, esto era algo muy común en las parejas de vampiros, o al menos eso le había dicho su difunto esposo, pero Ribeth no quería volver a vivirlo, aunque se suponía que contaba ya con una cierta inmunidad a causa de lo que había vivido con él; no obstante, no estaba segura, después de todo habían pasado sesenta años desde la última vez que intercambiara su sangre con otro vampiro.
Ella se sentía atraída por el impostor, quizá porque era un hombre atractivo, o por su parecido con Farid, quien fuera su amor plátonico durante la infancia, o tal vez el poder de un vampiro viejo que veía en el fondo de sus ojos era lo que la cautivaba, no lo sabía. Pero estaba segura de no querer estar bajo el yugo de nadie.
— ¿Qué puede ser lo que ocupe tu pensamiento a tal punto de no notar que he entrado? — En el instante en que Sein comenzó a hablar, Ribeth se ubicó de un salto al otro lado de la habitación, sobresaltada. — Excelentes reflejos.
Él estaba apoyado en la puerta y llevaba unos pantalones de tela delgada y una camisa abierta, dejando a la vista un pecho marcado cubierto de un suave vello oscuro. El momento había llegado.
— Me has asustado, hermano — habló tratando de calmar su galopante corazón. — ¿Por qué entras en mi cuarto sin llamar?
— Llamé y no me oíste — respondió sin alejarse de la puerta. — ¿Me dirás en qué pensabas?
Ella tenía puesto un fino camisón de seda, apenas un trozo de tela delicada que cubría muy poco. ¿Debería decirle que pensaba en él?
— ¿No lees mi pensamiento? — Dijo regresando lentamente a la cama.
— Me encantaría decir que sí — los ojos del hombre la recorrían ávidamente. — Pero no.
Ella esperaba que él continuara con la farsa, que dijera que aún era un vampiro muy joven como para poder desarrollar tales habilidades, pero nada de eso sucedió.
— Estás muy bien entrenada, sabes que no puedo acceder a tu mente — añadió él.
Beth suspiró apesadumbrada.
— ¿Te das cuenta de lo que acabas de decir, Said… o como quiera que te llames? — Respondió quedándose de pie con la cama ubicada entre ellos.
Él por algún motivo había decidido mostrar sus cartas, quizás estaba cansado de buscar algo que no encontraría o tal vez ella consiguiera seducirlo, como dijo Evan.
— Sein. Ese es mi nombre.
— Bien, ¿a qué jugaremos ahora? Ya sabes que yo sé que no eres mi hermano, dime que quieres — demandó regresando hacia la ventana, en la cual las delicadas cortinas se movían por una leve brisa, pero sin perder el contacto visual.
— Lo que querría cualquier hombre en su sano juicio — respondió aproximándose a ella, quien dudaba si quedarse allí o salir al balcón, saltar a la calle y huir despavorida.
“¿Huir? ¿Desde cuándo?”, se preguntó.
— ¿Y qué puede ser eso? Ya has visto que no tengo nada, entiendo que estás buscando algo que era de mi esposo, pero lo que hay aquí es lo más secreto que tengo y has registrado todo.
— No te creo — habló Sein de manera contundente. — Pero, tampoco lo quiero.
— ¿Entonces? — Preguntó confundida.
Beth que hasta ahora solamente observaba su pecho, levantó la cabeza para mirarlo a los ojos, esos ojos dorados y cautivadores.
— Desertaré de los Tradicionalistas si te conviertes en mi mujer y me das el lugar que era de Morand.
Ella parpadeó perpleja, esto era algo que jamás esperó, sin embargo, quizá era peor que todo lo que había imaginado. Ser su mujer…
— No sé…
— Todo seguirá igual, cuidaré de ti y de los tuyos tal como lo hacía tu difunto esposo.
— Pero los líderes…
— Ellos me conocen, me aceptarán de inmediato, algo que no sucedió contigo.
— Tampoco se opusieron demasiado…
— Siempre serías mejor tú que Nicholas Morand “El Maldito”, sin contar con que era un Tradicionalista.
— También tú lo eres — declaró sin poder evitar sentir lealtad hacia su antiguo esposo. — ¿Qué es lo que los Tradicionalistas quieren de mí?
— Te lo diré como prueba de que mis palabras son veraces — dijo Sein y esperó a que ella asintiera con la cabeza para continuar. — Buscan un grimorio o un diario que era de tu marido.
— Yo no tengo tal objeto, lo habrías encontrado si… — comenzó a decir.
— No necesitas mentir, no pretendo quitarte nada. Lo que quiero es lo que te he dicho.
Ribeth se sentía acorralada.
— ¿Y si no acepto? — Preguntó con la mente funcionando a máxima velocidad, preguntándose en qué desembocaría todo esto. Hasta ese momento ella estaba un paso al frente, pero ahora, el tiro le había salido por la culata.
— No quieres saberlo — contestó él con la mirada endurecida.
— Dame tiempo para pensar… — Solicitó. — Estoy confundida.
— Estás asustada, quieres decir, pero lo entiendo, puedes pensarlo. Sin embargo… — Él murmuró estas palabras mientras recorría el borde superior del camisón de Ribeth con su dedo medio. — Me gustaría una prueba de que estás dispuesta a considerar mi propuesta.
— Darte tal prueba sería aceptar tu propuesta — habló con calma. — En realidad, probablemente aceptaré, simplemente necesito hacerme a la idea.
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Editado: 08.05.2023