2020 - Marsella
Habían pasado unos meses desde el secuestro y Ribeth no volvió a mencionar la traición de su hija, por lo que sus otros chiquillos creyeron que lo había olvidado.
Mirelle había heredado de Nicholas su castillo en Francia, aunque vivía allí, se cuidaba muy bien de ser vista, pero si algo tenía Ribeth era paciencia, cada viaje que hacía a ver a sus otros vástagos rondaba la morada de la traidora. El único que sabía esto era Sein, la situación no era de su agrado, pero tenían un acuerdo en el cual él le daría libertad, por lo que luego de haberle expresado sus pensamientos, no volvió a decirle nada y nunca le impidió continuar con su venganza.
Era una noche particularmente fría, se había apostado entre los árboles que circundaban el lugar, llevaba puesta una ropa deportiva y que le permitiría moverse libremente, por debajo de un impermeable en el cual llevaba oculta la daga que su esposo le dejara.
Finalmente, la encontró, era casi el amanecer y su hija estaba llegando de alguna fiesta de las que asistía asiduamente.
Ribeth, en este momento, nuevamente agradeció las enseñanzas de Nicholas, y convocó una espesa niebla por todo el lugar para dificultar la visión de los guardias, y camufló su aspecto para no ser vista. Con mucho sigilo rodeó el lugar hasta encontrar una ventana semiabierta por la que se introdujo.
Una vez dentro, recorrió los pasillos alfombrados de rojo y subió a los pisos superiores en los cuales Mirelle tenía sus aposentos. Hacía años que la chica tenía la costumbre de utilizar cada noche un dormitorio diferente, porque decía que eso confundía a sus enemigos. A Meribeth esto le parecía una tontería, ya que con el agudo olfato de los vampiros, cualquiera la encontraría fácilmente. Y así fue.
Al abrir la puerta, la voz de la joven resonó en el lugar.
— Ya te estabas tardando mucho, madre — Mirelle llevaba puesto el mismo vestido rojo con el que había llegado de la fiesta y en su mano derecha había una katana y en la izquierda, un vaso de ron.
Beth no se apresuró a sacar su arma para no ponerse en evidencia.
— ¿Y por qué la prisa? — preguntó quedando con la puerta cerrada a su espalda.
— Yo no tengo ninguna prisa, pero temí que te hubieras vuelto más débil e indulgente de lo que siempre has sido — contestó, y sonriendo de manera casi demencial, añadió: — Me hubieras quitado el placer de matarte.
— Si querías matarme, podrías hacerlo en cualquier momento, hemos vivido juntas incluso.
— Pero papá aún estaba con vida y él no quería que te hiciera nada — su voz fue un siseo.
— Entiendo y..., ya que piensas matarme, ¿al menos me darás el honor de decirme por qué me odias tanto?
— ¡Él era mío y tú me lo quitaste!
— Te recuerdo que cuando tú naciste yo ya era la esposa de Nicholas.
— Eso es insignificante, me quitaste la posibilidad de que él me convirtiera, me quitaste el poder que él me debería haber legado a mí, me quitaste el lugar a su lado, ¡él me amaba como nunca te amó a ti!
Las palabras de Mirelle salían desesperadas, como algo guardado por largo tiempo. Ambas mujeres estaban enfrentadas, una a cada lado de la habitación.
— Como te dije, yo ya era su esposa antes de tu existencia, y te convertí yo porque él no quiso hacerlo...
— ¡Mientes, él me quería, tú fuiste la que no lo permitió! ¡Él me amaba, por eso siempre viajaba conmigo y a ti te dejaba, solo me quería a mí! — Mirelle le lanzó el vaso en su mano, el cual la pelirroja esquivó y fue a estrellarse contra la puerta.
— No hablo por los sentimientos que Nicholas pueda haber tenido, porque los desconozco, solo sé los hechos, él no quiso convertir a nadie para que no heredaran la maldición de su sangre — afirmó Ribeth.
— ¡Ya no te justifiques ahora que él no puede desmentirte y aun si fuera así, luego me quitaste a Jordi, lo hiciste amarte más que a mí, yo le di vida y tú otra vez me quitaste lo mío!
— Te equivocas, Jordi, te ama.
— ¡Pero no como a ti! — El grito se oyó agudo y gutural, ella estaba fuera de sí y había levantado el arma.
— Eres su madre, es un lazo inquebrantable...
— ¿En serio? — Río la pelinegra. — Pues mira como lo quiebro.
Mirelle tenía un entrenamiento con espadas que Ribeth no tenía, pero contaba con otras ventajas, la primera era la edad, esto la hacía más veloz y la segunda, la sangre fría, que le permitía estar un paso al frente de cualquier movimiento que realizara su adversaria.
Cuando la chica estuvo casi sobre ella, saltó hacia un lado, esquivándola sin problema. Hubo varios ataques por parte de la más joven que Beth también evitó. De ninguna manera intentaría convencerla de que estaba equivocada, porque ya no la perdonaría.
— ¡Deja de huir, maldita! — Exclamó la chica lanzando golpes de espada loca y torpemente, sin poder alcanzar su objetivo.
La pelirroja era muy veloz y pronto pudo colocarse detrás de su hija, y, tomándola por el cuello. Una vez que tomaba una decisión, nunca se retractaba ni dudaba al respecto, por lo que sacó la daga y le cortó profundamente la garganta. Esto hizo que Mirelle dejara caer la katana, para agarrar su cuello, que manaba sangre a borbotones. Beth tomó la espada y sin pensarlo dos veces, en un solo y limpio movimiento, cercenó la cabeza de su hija.
Meribeth, buscó en la habitación la botella de ron, del que bebía su hija, que se hallaba sobre la mesa de noche, la tomó y regó con la bebida el cadaver y la alfombra en derredor de este, y lanzó sobre el alcohol un cerillo.
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Editado: 08.05.2023