Lara
Terminé de colocar el último libro y el reloj marcó las cinco de la tarde. Me acerqué a la sección de niños y sonreí al ver a Emma, coloreando en su rincón favorito. Ella me miró y sonrió .
—¿Quién está lista para el ballet?
— ¡Yo, mami, yo!
Se levantó de un salto y asintió con la cabeza.
—Está bien, vamos entonces.
Le tendí la mano y ella la agarró. Caminamos hacia la mesa y agarré mis cosas y las puse en mi bolso. Ella agarró su mochilita y caminamos hacia la puerta.
— Mami, ¿dónde está mi papi? — me preguntó jalando la falda de mi vestido, para que le prestara atención.
Ahí estaba la pregunta que tanto temia y la que de forma constante trataba de ignorar.
Cuando Emma tenía dos años y preguntaba por su padre, yo siempre buscaba la forma de evadir la pregunta con éxito, pero ahora con cuatro años, Emma aplicaba el «Por qué » a todo y no se sentía satisfecha con las respuestas vanas.
— No sé dónde está papá por ahora, Emma — le dije sin deseos de mentirle.
Ella me miró confundida y bajo la cabeza.
— ¿Por qué?
— A veces los adultos no tenemos todas más respuestas — concluí.
— Julián, dice que mi papi está cerca, pero teno miedo de que se pierda — manifestó con voz preocupada—. Papi necesita un mapa, mami.
Me sentía horrible cada vez que venía la confusión en sus ojitos verdes, y mi corazón se partía en pedazos cuando el destello de la ilusión se alojaba en la pequeña y soñadora alma de mi hija, al desear conocer a su papá.
Pero, ¿cómo decirle que no se quién es su papá?
Mi hija no podía saber que yo vendí mi cuerpo estando drogada y que a la mañana siguiente de haberla procreado, fui sacada de aquella habitación a la fuerza, sin poder verle el rostro al hombre que me convirtió en mujer.
Yo traté de buscarlo. Cuando semanas después, mi periodo no llegó y las náuseas se hicieron presentes, enfrenté a Gonzalo. Ya para ese entonces me había enterado, por otros chicos de la escuela, que la enfermedad de su padre era una mentira.
Gonzalo me robó mi inocencia al venderme, llevado por la ambición de dinero.
Aún recuerdo la conversación que tuvimos aquella tarde...
Estaba lloviendo a cántaros, con toda la ropa mojada, lo busqué en el apartamento que compartía con su primo. Toqué la puerta y al abrirme lo ví semidesnudo. Todo el apartamento olía a tabaco y alcohol.
— Mira quién tenemos aquí — dijo tratando de abrazarme.
—Estas borracho.
—No, no lo estoy — mintió torpemente.
Mire a mi alrededor y habían dos personas dormidas en el sofá, una de ellas su primo y la otra joven no supe su identidad.
Con manos temblorosas y metida en una encrucijada, hablé.
—Estoy embarazada, Gonza — mis ojos estaban cristalinos.
Él me miró como si lo hiciera por primera vez y noté un destello desconocido en ellos.
—Ese hijo no es mío, yo jamás te he tocado — dijo retrocediendo unos pasos.
Tragué saliva, y confundída creyendo que él, por el alcohol tenía nublado el razonamiento y por eso parecía aéreo de la situación.
— No, no es tuyo ... estoy embarazada de ese hombre — dije en voz baja como si fuera un pecado. Y lo era.
— ¡Mierda! — puso sus manos en la cabeza y comenzó a caminar en circulos—. Te di la jodida pastilla del día después, ¿acaso no la tomaste?
—Claro que si, pero...
— ¿Pero qué?
—No funcionó — dije en un hilo de voz al observar su actitud y entender que yo estaba sola.
— ¿De cuánto estás?
— Unas pocas semanas.
— Aún estamos a tiempo de que abortes.
Fue lo que dijo antes que mi mano se estampara en su rostro.
Volví varias veces y le pedí que me dijera quien era el padre de mi bebé.
Todas las veces me esquivó. Me dijo que el padre de Emma de seguro, estaba casado y que si algún día descubre la existencia de Emma podría destruirme.
— ¿Por qué papi no busca un mapa? — siguió insistiendo.
— Tal vez no sepa como — dije cargándola en brazos para entrar al autobús.
—Todos los adultos saben cómo hacerlo, mami — afirmó convencida en su inocencia de que todos los adultos, tenemos todas las respuestas.
Después de un viaje silencioso de quince minutos, llegamos al estudio de danza.
Saludé a las demás madres, mientras acompañaba a Emma al vestidor.
—¿Si me porto bien, papi vendrá?
No contesté a eso.
— Julián dijo, que papá estaba cerca mami.
— ¿Y tú qué crees? — le pregunté.
— No lo sé — ladeó la cabeza.
Tomamos nuestro rinconcito y le tendí su ropa de ballet.
Sonreí al ver a Emma, que luchaba con sus medias.
—Ven aquí, princesa — las ajuste para ella y terminé de vestirla.
La senté frente a mí mientras sacaba un cepillo para el cabello y una cinta de peinar. Le coloqué un poco de crema para peinar con olor a fresas, antes de cepillar su cabello y amarrarlo en un moño. Una vez que terminé le puse su pequeño tutú y le até los zapatos.
—Está bien princesa,ahora comienza a estirarte, ¿de acuerdo?
Ella asintió.
La observé sintiendome orgullosa de ella, durante toda la clase. Verla sonreír al bailar y distinguir su carita coqueta al imitar los pasos de su maestra, me daban el empuje que necesitaba para seguir adelante.
Una vez acabada la clase, ella estaba agotada. Eran alrededor de las siete de la noche y estaba empacando nuestras cosas para poder irnos a casa. Le cambié la ropa de baile y le puse de nuevo su otra ropa. La senté en mi cadera y salí del vestidor mientras ella se dormía en mi hombro.
Apagué las luces y me acerqué a la oficina donde madame Cindy, estaba guardando sus cosas. Incluso antes de que pasara la puerta, ella habló.
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Editado: 16.10.2023