Un papá para Emma

Capitulo 8: Eres mi asistente

Lara 

— ¡Julián, te nane! — chilló, extasiada, con sus mejillas sonrojadas de tanto correr por la casa. 

— Emma, recuerda recoger tus zapatos — le dije. 

— ¡Julián a reconer los zapatos! — le dijo a su amigo imaginario, mientras corría hacia la habitación. 

Sonreí ante aquella escena, al principio, que mi hija tuviera un amigo imaginario, me preocupaba, pero verla tan feliz jugar con su amiguito,  me hacía entender que al menos ella no se sentía sola. 

Me paré frente a la estufa mientras cocinaba unos huevos para mí, para Emma y para un imaginario, Julián. 

Ese día Emma y yo vestíamos iguales, ambas con vestidos azules. Nos quedaríamos en casa todo el día.

Había enviado mi hoja de vida a la cámara alta del estado. Y esperaba con ansias una llamada o un mensaje. 

Emma terminó de recoger los zapatos y se sentó en la sala a ver caricaturas. 

Apagué la estufa y serví tres plantos. Con el bono de compra que me había dado la abogada Grosenber, pude ir al supermercado y comprar la comida para dos semanas. Esa mañana preparé huevos, tocinos y pan tostado.  Abrí la nevera y serví un poco de jugo de naranja en tres vasos. Coloqué su plato en el suelo, mientras ella miraba Paw Patrol. Ella me sonrió. 

— ¡Gracias, mami! — sonreí y besé su cabeza. 

— De nada bebé. 

 Me acerqué al sofá y me senté. Cogí mi portátil y lo abrí. Esperé pacientemente mientras la pantalla se cargaba lentamente y escribí mi contraseña. Abrí el sitio web de mi banco para ver qué facturas debían pagarse.  El primero fueron los ahorros y los fondos universitarios de Emma. Aquello era mi prioridad, aunque me muriera de hambre, mi hija iría a la universidad. Usualmente, deposito al menos ciento cincuenta dólares al mes para esa meta. Pagué la factura de agua, electricidad y el gas. Me sobrarían doscientos dólares para la comida, noventa para el autobús y unos ochenta para la ropa y las cosas pequeñas que pide Emma. 

Tengo que guardar otros cien para emergencias, ya sea en ahorros o en nuestro dinero para los días lluviosos, porque cuando tenemos goteras o daños en el apartamento, era muy costo repararlo.  También tengo que pagar los disfraces para el espectáculo de invierno de diciembre. Aunque Emma está becada en el instituto de ballet, madame Cindy, no puede pagar todos nuestros disfraces y gastos. A partir de ahora solo tengo doscientos dólares. Además de todo eso, necesito encontrar algún tipo de dinero para la temporada navideña que comienza en menos de un mes. ¡Halloween, Acción de Gracias, Navidad, Año Nuevo,el cumple de Emma!

Estoy feliz de que no vaya a la escuela todavía, porque Dios, me haría temblar. 

Abrí la siguiente pestaña y suspiré cuando vi un mensaje proveniente de la cámara alta del estado de Nueva York. La entrevista era mañana y tenía que confirmar mi asistencia. Agarré mi teléfono y me mordí el labio. Marqué el número y lo acerqué a mi oído. Después de unos cuantos timbres, alguien contestó. 

— Michelle Scott, ¿Cómo puedo ayudarlo?

 Me aclaré la garganta, mientras hablaba.

— Estoy  llamando porque me llegó un mensaje, acerca de la vacante para asistente personal. 

 Escuché como escribía sobre su teclado en el fondo. 

— ¿Nombre?

  — Lara Hernández. Escuché que los clics del teclado se detenían y Michelle no dijo nada. 

— ¿Está todo bien? — pregunté nerviosa. 

Como si hubiera despertado de un trance, continuó escribiendo en su teclado y habló de nuevo, mientras se aclaraba la garganta. 

— Sí, todo está bien. Señora Hernández, la entrevista está pautada para las diez de la mañana.  Debe traer su currículum, identificación y formulario de solicitud. ¿Quieres que te lo envíe por fax?

 Me mordí el labio otra vez. 

— No tengo una máquina de fax, ni una impresora. 

— Está bien, señorita. Como es demasiado tarde para enviarle los formularios por correo, si pudiera darme la autorización, podría enviar a uno de nuestros conductores para que se los lleve personalmente a su casa.

— De acuerdo — convine.

— Está bien. Su nombre es Lincoln y estará en su casa en una media hora. También le enviaré algunos documentos para sus reportes de hacienda y requerimientos médicos que debe llenar. 

— Gracias.

Ella hizo de nuevo una pausa. 

— De nada. Espero verte mañana — me habló, con un tono de confianza. 

Colgué el teléfono y Emma se acercó a mí y se sentó en mi regazo. 

— Mami — susurró mientras las lágrimas ya se formaban en sus ojos. Acaricié su cabello —. Teno miedo. 

— P-pero ¿por qué? — la cuestioné. 

— ¿Te vas a ir? — las lágrimas se deslizaron por su mejilla. Y sentí a mi pequeña ratoncita angustiarse. 

— No mi amor, jamás me iré de tu lado.

— No quiero que te vayas mami — insistió. 

— No me iré a ningún lado princesa — le aseguré —. Mamá, solo está tratando de conseguir un nuevo trabajo. 

— ¿Ya no iremos a la bibioteca? 

— Tal vez no muy seguido. 

 Miró hacia abajo y trazó patrones en mi estómago. 

— ¿Me dejas?, ¿cómo cuándo era bebé?— preguntó suavemente y mi corazón se hizo añicos. 

— Por supuesto que no cariño, nunca te dejaría. Eres mi vida completa, Emma. Si me voy a mi nuevo trabajo, te dejaré con mandame Cindy. 

Ella se quedó callada. 

— Mamá, jamás se iría — quise reconfortarla. 

— No tieno que te pierdas como papá. 

Ella se encogió de hombros y miró hacia atrás. 

Me quedé callada, sin poder decir palabra alguna. 

— Pero si no vamos a la bibioteca, Jared no nos encontrará.

 Mis mejillas se sonrojaron ligeramente. 

— Estoy segura de que lo hará. 

 Ella asintió con la cabeza y apoyó su cuerpo sobre mí. Acaricié su cabello mientras ella continuaba dibujando patrones en mi estómago. 

 

 Después de una media hora, escuché un golpe en la puerta. Levanté a Emma y la puse en mi cadera, mientras caminaba hacia la puerta. Abrí la puerta y un joven de algunos veinte años me sonrió identificándose como Lincoln. 




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