— Jared — escucho la voz de su padre llamarle —. Hijo...
— ¿Qué está pasando, papá? — inquirió el joven senador. Algo estaba pasando, su asistente le había quitado su teléfono celular después de una sección en el parlamento y los agentes del servicio secreto habían llegado para encerrarlo bajo estrictas medidas de seguridad en su residencia en Washington.
— Hijo — volvió a decir su padre —. Jared... ha habido un accidente.
El senador de repente empezó a sentirse incómodo.
— ¿Qué accidente? —le preguntó, notando una mirada cargada de dolor en su progenitor.
El hombre no supo de donde sacó fuerzas, para darle la noticia más dolorosa que una persona podría experimentar...
— El avión donde viajaban Nicole y J.B... ha fallado...
— ¿Dónde está mi esposa y mi hijo? — cuestionó negado a creer lo que el dolor en los ojos de su padre le decía.
— No...no hubo sobrevivientes... lo siento mucho hijo.
Jared se sintió mareado y el zumbido que sentía en sus oídos era insoportable. Se sujetó a la mesa del escritorio, sin dejar de mirar a todas las personas presentes en la sala. Su madre lloraba, su padre lo miraba como si le hubieran arrancado el alma.
El joven senador miró la imagen de su familia en el escritorio.
No.
Aquello debía ser una horrible pesadilla.
— ¡No! — gritó de manera ahogada, mientras el dolor le consumía el alma.
Washington D.C. un día antes de la entrevista de Lara
El agente del FBI, Samuel Carter, fumaba calmadamente su cigarrillo, mientras esperaba por él. El poderoso agente y soldado condecorado de la nación, había sido el encargado de investigar a Lara Hernández y su hija.
Sintió abrirse la puerta de la azotea donde se encontraba y lo vio llegar a su lado.
— Samuel — le saludó el senador.
Samuel sonrió de forma jocosa observando la seriedad de Jared.
— Siempre tan serio y correcto, señor senador — mencionó dándole un abrazo.
— Y tú siempre desapareciendo, Sam — el senador miró a su antiguo compañero de escuela, el cual parecía no tener un lugar estable en el mundo. Siempre estaba moviéndose de un lado a otro, salvando, investigando y ayudando.
— Es aburrido permanecer en un mismo lugar — manifestó sonriente.
— En eso tienes razón — convino Jared.
Ambos se dispusieron a mirar el horizonte, más específicamente la silueta de la casa blanca, la cual se forjaba a lo lejos.
— Washington es un desastre — mencionó el senador.
— ¿Y cuándo no?, esa esfera de corruptos que nos arropan, a menudo anda planeando como joder — expresó el agente.
— Sí, no sabes en quién te traicionará primero.
— Al menos el rumbo de nuestro país estará en buenas manos, cuando ganes las elecciones — aseguró, confiado en que su amigo era lo que necesitaba el país.
— Recuerda que tenemos el FBI y la CIA en las narices, Sam — le recordó el senador.
— No subestimes a tu amigo, futuro presidente — le miró con divertido —. He bloqueado toda señal, ningún dispositivo que quieran meternos para escuchar esta conversación les funcionará — aclaró el agente.
— No puedo confiar en nadie — le confesó Jared —. Desde la muerte de mi familia...
— Algún día descubriremos lo que pasó Jared — le dio esperanzas el agente.
— Han pasado cinco años, cinco largos años, sin respuestas.
El agente sintió pesar por su amigo. Era un gran hombre, de los más correctos y honestos que él conocía, y lo que le habían hecho había sido muy bajo y cruel.
Samuel quiso cambiar el tema y decidió comentarle sobre sus investigaciones.
— Tengo toda la información que me pediste, por la forma en que tus ojos brillaron al mencionar a la mujer en nuestra última reunión, entiendo que es alguien importante — dijo el ex soldado.
— No la conozco, pero sí tu inquietud es sabes si esa mujer me interesa — el senado metió las manos en sus bolsillos —. Sí, me interesa demasiado, ella y su hija.
Samuel apagó su cigarrillo y le pasó una carpeta, con la información.
— Lara Hernández, veintitrés años. Llegó al país junto a su familia hace una década, como refugiados venezolanos, tenía excelentes calificaciones en la segundaria, incluso fue la estudiante de honor, hasta que dejó la escuela sin terminar su último año — le informó.
Jared tomó la carpeta en sus manos, hojeando las páginas de forma rápida.
— ¿Alguna razón para dejar la escuela? —interrogó, leyendo informes sobre violencia doméstica y sobre juicios por custodia infantil.
— Embarazo — respondió el agente —. ¿De verdad te interesa mucho esa mujer?
— ¿Por qué preguntas eso de nuevo?
— Porque hay detalles que quisas puedan desalentarte... y porque sea cual sea tu intención con ella, tu partido no la aceptará con su pasado— argumentó el agente.
Jared prefirió no pensar en aquello.
— Dime todo lo que sepas — insistió.
— Lara dejó la escuela porque salió embarazada en su último año, sus padres cuando se enteraron hicieron lo típico, echarla a la calle y arrojarla a los brazos de un novio golpeador.
Jared apretó el puño de la impotencia que sentía, al entender la razón de su respuesta esquiva cuando le preguntó por su familia.
— Lara tuvo que entregar a su hija a servicios infantiles, poco después de dar a luz debido a que no podía mantenerla, tiempo después la recuperó con la ayuda del abogado Charles Grosenber. Hace un año, el novio, quien aparece como el padre de la hija en los documentos legales, trató de llevarse a la infanta y Lara procedió a ponerle una orden de alejamiento.
— ¿Qué edad tiene la niña? — quiso saber, el senador con la ligera sospecha de que Lara era aquella mujer.
— Según la partida de nacimiento, extraída del hospital, Emma tiene cuatro años y tres meses de nacida.
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Editado: 16.10.2023