«Lo único que tiene más fuerza que el miedo es la esperanza.» –
Suzanne Collins.
Santa Fe, Ciudad de México, México.
Pedro la observó con genuina sorpresa. Si bien Raquel solía sorprenderlo de una y mil maneras, no tenía por costumbre dejarse caer de imprevisto en su despacho.
Un fugaz pero consistente rayo de incertidumbre se asomó durante una fracción de segundo en la mirada femenina, no obstante, ella pestañeó rápidamente, dulcificando su mirada.
—Como te decía, quiero almorzar contigo mi amor —tragó saliva, jugueteando ansiosamente con sus dedos— ¿Vamos?
Pedro asintió rápidamente. Quizás el motivo de la repentina visita de su esposa era causado por una sorpresa, lo que le vendría bien tras tanto estrés y agobio que venía viviendo últimamente.
De manera fugaz pasó lista de las fechas importantes: aniversario, cumpleaños, ya todo había sido celebrado en tiempo y forma. De pronto, una idea se plantó en su mente y germinó con rapidez. Acaso sería posible que ella estuviese....
Clavó su mirada en el vientre de su esposa, intentando dilucidar si percibía algo extraño en él.
Sin más largas, Raquel lo tomó de la mano y tiró de él tras de sí, hasta salir del despacho.
Charlotte removió sus piernas con nerviosismo latente, generando untemblor ligero pero persistente en la parte inferior de su cuerpo.
Mateo, siendo consciente de la situación, apoyó con suavidad una mano sobre la rodilla femenina, prodigándole paz que mitigara la ansiedad.
Ella, tomó aire profundo, abarcando la mayor cantidad que la capacidad de sus pulmones le permitieron.
Él, cruzó sus brazos sobre el mesón del bar en el que se situaban, con su mirada atenta al teléfono móvil que ya estaba dispuesto frente a ambos.
Requerían solo un mensaje de Raquel, para dirigirse al Restaurant contiguo y así poder enfrentar a Pedro.
Los segundos transcurrieron lenta y tortuosamente, dando paso a los minutos que dispararon la ansiedad de ambos a niveles desbordantes.
Charlotte divagó en sus pensamientos, rememorado la llamada que había mantenido con Ana María la noche anterior y los ánimos que esta le había dado.
«O los haces pagar con creces o me dejo caer ya mismo por allá a darles sus buenos tatequietos»
Había sentenciado con voz de trueno.
Y Charlotte sabía que debía armarse de valor y enfrentar la situación o Ana María se dejaría caer cumpliendo sus advertencias y así sí quedaría un caos.
De pronto, el agudo sonido anunciante del mensaje de texto se materializó, generando que ambos se abalanzaran sobre el móvil al mismo tiempo. Charlotte fue más rápida y leyó con rapidez en voz alta:
«Ya estamos aquí»
Y fue toda la señal que necesitaron para levantarse con rapidez, dejar unos billetes para saldar lo consumido y salir por pies de manera veloz.
—Me tienes en ascuas... Aún no me dices el motivo de esta repentinavisita. —Pedro hizo ademán de tomar la mano de su mujer, pero ella la retirórápidamente de su alcance.
Él, abrió la boca, sorprendido. Escudriñó con atención la mirada de ella, intentando comprender la causa del mar de lágrimas que comenzaron a fluir como un caudal desde sus ojos.
—¿¡Qué sucede, mi vida!? Si estás embarazada no debes angustiarte, el bebé será tan amado como nuestra pequeña.
El llanto de Raquel profundizó de decibel, dedicándole una mirada desolada.
—Ojalá fuera eso, y no la triste realidad. ¿Cómo pudiste siquiera pensar en hacer algo así? Traicionar la confianza de esa respetable mujer, por unos asquerosos pesos.
La boca de él se abrió ante la impresión, bajando su cabeza que cedió ante el insostenible peso de la culpa que le cayó encima.
—¿Cómo lo sabes?... Yo no quería hacerlo, pero Regina me...
—Te chantajeó ofreciéndote una solución a los problemas de salud de tu hija, lo sabemos.
La voz de Charlotte se materializó al costado de la mesa, generando que Pedro se levantara como un resorte con terror en su mirada.
—¡Señorita Charlotte! Yo no quería, le prometo que yo no quería perjudicarla, pero me vi afligido ante la situación de nuestra hija y... la señorita Regina prometió cubrir los gastos médicos si yo....
Deslizó su agobiada mirada desde Charlotte hasta su esposa, sintiendo un puñal clavado en su corazón al percatarse cómo esta lloraba sin consuelo, dedicándole una mirada de desilusión que rompió su corazón en mil fragmentos.
Mateo y Charlotte tomaron asiento junto a la pareja, por lo que Pedro se dejó caer sobre su asiento, aferrando su cabeza entre sus manos.
—Te hemos estado siguiendo y estamos al tanto de cada uno de tus pasos, Pedro. Sabemos la gravedad de la documentación fraudulenta que tienes en tu poder, y necesitamos acceso a ella en este mismo instante. —Charlotte exigió de inmediato.